El intelectual
Intensa charla con los jóvenes que participan en el máster de Periodismo de la Universidad de Columbia que coordina Roberto Herrscher y dirige Josep Cuní. Provienen de carreras y orígenes diversos, y esa amalgama de mapamundi felizmente sacudido por las ganas de preguntar, conocer y saber resulta un reto fascinante. No hay impulso mayor para la compleja conjugación del verbo reflexionar que un grupo de jóvenes hartos de preguntas y sedientos de respuestas.
La primera, en la frente: ¿qué significa ser un periodista en estos tiempos de fast food informativo? Y la pregunta se extiende al papel del intelectual, a la opinión, a todo lo que conforma la narrativa con la que explicamos el mundo en qué vivimos. Es decir, más allá de cómo relatamos la realidad quienes tenemos el lujo de proyectar nuestras reflexiones en el ágora pública, cabe preguntarse desde dónde lo hacemos y cuál es nuestro púlpito. Y la cuestión no se plantea en términos clásicos, qué partido, o qué ideología, o qué convicciones, porque es evidente que un opinador –es decir, un cirujano de la realidad– debe tener convicciones sólidas a las que agarrarse.
La derecha no me quiere y la izquierda no me reconoce; es decir, estoy donde quiero: en mi espacio
Además, lo importante no es ser objetivo –concepto en general falaz–, sino ser honesta y profesionalmente subjetivo.
Pero más allá de los valores que conforman el pensamiento del intelectual, lo fundamental es situarse en un territorio inhóspito donde la duda reine por encima de la certeza. Personalmente reivindico mi tienda de campaña en medio de la plaza, liberada de servilismos, miedos, correcciones y ataduras ideológicas. Por supuesto, existen las querencias, las simpatías, los proyectos a los cuales adherirse, pero siempre que partan de la radicalidad de las preguntas que uno mismo se hace. Es decir, no me siento de nadie pero tengo a muchos; no estoy en ninguna ideología, pero bebo de varias; no sigo ningún partido, pero respeto a algunos hasta... que les pierdo el respeto. La libertad individual es el único territorio fiable, la libertad de pensar más allá de la crítica o del aplauso. Personalmente me satisface que la derecha no me quiera y la izquierda no me reconozca, porque significa que estoy donde quiero estar: en mi propio espacio, recogiendo lo mejor de aquí y acullá. En temas, conservadora; en otros, progresista; en todos, libre.
Esa es la posición que permite denunciar a un Pinochet pero también a un Stalin, o a un rey saudí, y que recuerda, como dijo Albert Camus, que la única lucha del ser humano es la lucha por la libertad.
Vivimos tiempos de desconcierto y amenazas totalitarias. Y por ello mismo, es más necesario que nunca el papel del librepensador, concepto en desuso que, sin embargo, deberíamos usar hasta gastarlo.
Pongamos luz a la reflexión por encima de la consigna y recordemos algo básico: que creer es más fácil que pensar, y que allí donde muchos creen, pocos piensan...