Crecer sin perder brillo
La historia de la cantante británica Adele es de aquellas que atraen por sus perfiles de cuento rosa y también algo por todas las vicisitudes extramusicales que le han acompañado desde que es megapopular. Pero en su caso, tanto a los atraídos por lo dulce como por lo agridulce, la unanimidad es absoluta cuando se trata de valorar sus condiciones de intérprete vocal, algo que parece indiscutible a escala discográfica desde que emergió espectacularmente en el 2011 con 21. Ahora, en una tercera entrega titulada de forma escasamente original (25), sólo cuatro años más tarde y con decenas de millones de discos vendidos, la para muchos gloriosa Adele llega robustecida.
Como intérprete temática, emerge una mujer que parece haber abandonado y superado malos tragos sentimentales, para exhibirse decidida, segura y dueña de sus actos, consciente además de haber pasado página: canciones como Water under the bridge, When we were young o Hello (que de hecho es una despedida de aquellos sinsabores) son transparentes. En el ámbito más directamente musical el despliegue tiene perfiles espectaculares. Algunos nombres llamativos dentro del mainstream de calidad como Max Martin y Bruno Mars se han sumado a los ya más habituales de la factoría como Paul Epworth y Ryan Tedder, como productores y compositores. También se han apuntado pequeños genios como Danger Mouse (River Lea), en una obra que consolida a Adele como una extraordinaria intérprete que ha sabido crecer.