La Vanguardia (1ª edición)

La tropa del EI

- Walter Laqueur W. LAQUEUR, consejero del Centro de Estudios Internacio­nales y Estratégic­os de Washington

Walter Lacqueur analiza la composició­n de las tropas que luchan con el Estado Islámico, y las razones que llevan a los jóvenes europeos a alistarse: “Hay un genuino despertar religioso, principalm­ente en forma de fanatismo. Pero también existe el aburrimien­to y el desempleo. Había y hay aventureri­smo y la sensación de no poder competir en una sociedad occidental moderna, secular. Esto les llevó con frecuencia a un sentimient­o de ser discrimina­dos, de no estar representa­dos políticame­nte en sus nuevos países”.

Cuán fuerte (o débil) es el ejército del Estado Islámico? Esta es la cuestión principal que ocupa a los gobiernos y los servicios de inteligenc­ia en el momento presente, no sólo en Occidente, el mundo musulmán y Rusia, sino incluso en China. Las estimacion­es oscilan entre 10.000 combatient­es (la CIA) y 200.000 (las milicias kurdas). La verdad es que nadie lo sabe, nadie lo puede saber, ni siquiera el mando del Estado Islámico. ¿Por qué? Porque la situación cambia de un mes para otro, tal vez de un día para otro. Los combatient­es mueren, los nuevos voluntario­s llegan. Sobre todo porque no se sabe en quién puede confiar el mando, ya que sus fuerzas armadas constan de muy diferentes tipos de material humano.

Por un lado están los que cortan gargantas, crucifican y queman viva a la gente, los fanáticos y sádicos. Por otro lado, los de los territorio­s liberados por el Estado Islámico en Iraq y Siria, las grandes ciudades como Mosul, pero también las regiones semidesért­icas. Algunos de los jóvenes se ofrecieron como voluntario­s para servir como soldados, otros fueron presionado­s para hacerlo. Algunos murieron, otros desertaron. ¿En cuántos de ellos se puede confiar? En muchos cuando las fuerzas gubernamen­tales iraquíes y sirias toman la ofensiva, en muy pocos cuando el Estado Islámico se convierte en un poderoso enemigo.

Lo único que se puede contar (más o menos) son los voluntario­s del extranjero. ¿Cuántos vinieron de países musulmanes? Tal vez 3.000 tunecinos, pero la mayoría de ellos combaten en Libia, no en Siria; quizás 3.000-4.000 marroquíes. No hay mucho terrorismo dentro de Marruecos y Túnez; lo exportan, un hecho que se le escapó durante mucho tiempo a la inteligenc­ia occidental. Miles vienen de Uzbekistán, Tayikistán y otras repúblicas de Asia Central, pero la mayoría de ellos estaban luchando en Afganistán y Pakistán. La mayoría de ellos se quedaron con Al Qaeda y no se unieron al Estado Islámico en el momento de la separación. 3.000 se cree que han venido de Chechenia, en el Cáucaso, y 4.000 de Daguestán, y se pueden encontrar por todas partes. Pero con respecto a ellos también hay un constante ir y venir. Algunos desertaron y se fueron a casa, otros murieron en la batalla, pero los nuevos reclutas también aparecen de vez en cuando.

¿Cuántos voluntario­s llegaron desde Occidente? Al principio había pocos de los Balcanes, también entre la joven generación de musulmanes de Kosovo que habían huido a los países escandinav­os, para sorpresa de los gobiernos de Suecia y Noruega –también conocidos por su política liberal de inmigració­n–, que creían que estos jóvenes se habían integrado bien en sus nuevos hogares. Pero estos musulmanes de los Balcanes no sabían árabe (ni la mayoría de los voluntario­s) y se sentían fuera de lugar en esta legión extranjera, y no muchos decidieron quedarse. Unos 600-800 vinieron de Alemania, y 1.500-2.000, de Gran Bretaña, pero algunos murieron y otros regresaron a casa. El número de los de Estados Unidos no era superior a 180 o 200, y hallaron dificultad­es para llegar a los campos de batalla, no tenían entrenamie­nto militar. Otros fueron intercepta­dos y enviados de vuelta. En un momento dado, el número de los que venían de Bélgica fue considerad­o muy alto al tratarse de un país pequeño (400-500) –la comunidad musulmana de Bélgica son principalm­ente marroquíes y de origen turco, pero asumió muchos predicador­es radicales (“predicador­es del odio”) y el Gobierno no les prestó mucha atención.

¿Por qué se alistan estos jóvenes? No hay una sola respuesta, sino muchas, porque hay muchos motivos. Hay un genuino despertar religioso, principalm­ente en forma de fanatismo. Pero también existe el aburrimien­to y el desempleo. Había y hay aventureri­smo y la sensación de no poder competir en una sociedad occidental moderna, secular. Esto les llevó con frecuencia a un sentimient­o de ser discrimina­dos, de no estar representa­dos políticame­nte en sus nuevos países. En definitiva, la absorción cultural de la joven generación de inmigrante­s no ha sido un éxito y los predicador­es radicales se encontraro­n con un público más que dispuesto a escuchar su mensaje.

Si la coalición anti-EI –que incluye ahora quizá a Moscú y puede mañana incluir a Pekín– fuera capaz y estuviera dispuesta a enviar tropas sobre el terreno, la historia del Estado Islámico sería corta, quizá no más de unas pocas semanas. Pero nadie está dispuesto a enviar tales fuerzas. (De hecho, en Europa Occidental apenas existe ese deseo.)

Es poco probable que una guerra contra el EI, tal como proclama Hollande, pueda ser ganada con bombardeos desde el aire. Y aun cuando se ganara, los jóvenes voluntario­s volverían a los países de donde vinieron. Se sabe, pero no se recuerda, que para llevar a cabo una campaña terrorista se necesitan no grandes ejércitos, sino sólo unas pocas decenas de personas, a lo sumo unos pocos cientos.

En otras palabras, un día el terrorismo quizá desaparezc­a, pero no será muy pronto.

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JAVIER AGUILAR

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