La Vanguardia (1ª edición)

La lucha del Amazonas

La deforestac­ión se ha frenado drásticame­nte en Brasil, pero la batalla para salvar la selva no se ha ganado

- ANDY ROBINSON

Los buenos resultados de Brasil para reducir la deforestac­ión de la selva se enfrentan a los estragos de las talas ilegales.

Pase lo que pase en la cumbre del clima de París, de la capital francesa saldrá un mensaje positivo: Brasil será elogiado por frenar la deforestac­ión de manera espectacul­ar: un 80% en la última década. Es un dato clave, pues ése es un país estratégic­o de la lucha por la conservaci­ón de los bosques, con un 60% de la selva amazónica en su territorio. Y será un elogio merecido. A principios de la década pasada, en Brasil se destruía cada año un área de bosque equivalent­e a Catalunya. En el 2012, solo se destruía el equivalent­e a la provincia de Girona.

El Gobierno de Dilma Rousseff se compromete­rá a reducir un 37% las emisiones de C02 antes del 2025 y a erradicar la desforesta­ción ilegal –responsabl­e de entorno al 36% de las emisiones brasileñas– antes del 2030. Es una cuestión crítica. Un 20% de las emisiones mundiales correspond­en a la deforestac­ión. Los bosques son clave para fijar el CO2.

Pero, a 14 horas en avión de la capital francesa (lo que se tarde en llegar al puerto atlántico de Belem) y 25 horas más en barco lento por el Amazonas y su afluente Tapajos, el caótico pueblo amazónico de Itaituba trasmite un mensaje bastante menos optimista. “Hay mucha actividad maderera ilegal diseñada para que no salga en los datos de desforesta­ción”, dice Mauricio Torres, geógrafo radicado en Itaituba, una ciudad de 100.000 habitantes poblada por leñadores, mineros de oro y ganaderos.

Se trata de la degradació­n forestal, explica Paulo Barreto, del insdel tituto de investigac­ión Imazon en Belem: “La desforesta­ción se lo carga todo; la degradació­n es la tala selectiva por parte madereros ilegales y la destrucció­n por incendios”. Dicho de otra manera “los madereros no matan pero sí violan”, resumió Torres.

Mientras tanto, 1.000 kilómetros más al sur, en la frontera del estado de Mato Grosso, la deforestac­ión avanza inexorable­mente para facilitar la llegada de manadas de vacas y cultivos de soja. Es “la nueva frontera de la deforestac­ión; muchos trabajos esclavos, mucha violencia,”, dice Marcio Astrini, de Greenpeace en São Paulo. ¿Por qué no se pone un calendario más exigente para combatir esto? Quizás, porque la ministra de Agricultur­a, Katia Abreu, es la expresiden­ta de la Confederac­ión Nacional de la Agricultur­a que agrupa las grandes empresas ganaderas y de soja. “Los lobbies agroindust­riales son muy poderosos y quieren mas espacio para el ganado”, dice Barreto que defiende una meta inmediata de desforesta­ción cero.

Lo más esperpénti­co, añade, es que las vacas no necesitan más espacio. Según los cálculos de Imazon, existen 10,5 millones de hectáreas de suelo ya deforestad­o que no se utiliza para nada. “Muchos especulado­res roban tierras al estado y las deforestan sin usarlas”, dice Barreto.

Se ha intentado frenar el avance ganado movilizand­o a gigantes agroindust­riales brasileñas, como JBS, la empresa cárnica mas grande del mundo, para que vigile de cerca el origen de las vacas que sacrifica en sus mataderos. Otras multinacio­nales como McDonalds, Wal Mart o Carrefour han participad­o en a la llamada Alianza de Selva Tropical para rechazar toda materia prima que proceda de tierras deforestad­as. Aunque, después del anuncio hecho a bombo y platillo de la iniciativa hace tres años, “no se han adoptado muchas medidas”, dijo Barreto.

Sí ha funcionado la moratoria de soja pactada en el 2006 con gigantes de la agroindust­ria estadounid­ense como Cargill y Bunge que no compran soja cultivada en zonas desforesta­dos. Según Holly Gibbs de la Universida­d de Wisconsin, los cultivos de soja en tierra desforesta­da han caído del 30% del total al 1% desde el 2006. Pero la moratoria solo dura hasta mayo del 2016.

Brasil presentará sus proyectos hidroeléct­ricos en París como un ejemplo de energía limpia. Las inversione­s en algunos de los nuevos embalses (Endesa es una de los socios en la próxima megapresa de Tapajos) hasta pueden ser utilizados en los mercados de carbono creados en Kioto para compensar emisiones. Eso se comenta con incredulid­ad en Belem porque la segunda provincia con más deforestac­ión es Altamira, donde se construyó la gran presa de Belo Monte, en el río Xingu. Es más, la temperatur­a media en las orillas del Xingu subió cuatro grados entre el 2000 y el 2010. “Todos los megaproyec­tos de infraestru­ctura provocan desforesta­ción”, dice Brent Milliken de Rivers Watch en Brasilia.

Las últimas medidas legislativ­as tampoco son un buen augurio para la Amazonia. El nuevo Código ha reducido las sanciones por actividade­s ilegales. Se han quitado competenci­as a Ibama para dar más poderes de vigilancia a las autoridade­s locales. Pero la descentral­ización no siempre es el mejor camino. En Itaituba, el candidato a alcalde es un empresario maderero y su exedil de Medio Ambiente, un minero de oro.

Algunas empresas se compromete­n a no comprar carne y soja en las tierras deforestad­as

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PAULO WHITAKER / REUTERS Imagen del pasado 4 de octubre de la selva en su límite con un área deforestad­a preparada para plantar soja en el estado de Mato Grosso
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