“Un lugar de convivencia”
Tres semanas después del ‘viernes negro’, reabre uno de los cafés de París atacados por los terroristas
El café À la Bonne Bière del distrito X de París, donde cinco personas murieron tiroteadas en los atentados yihadistas del mes pasado, reabrió ayer sus puertas, mientras la ciudad se esfuerza por regresar a la normalidad. Su animada terraza, uno de los seis escenarios de la matanza que dejó 130 muertos y 350 heridos en la ciudad, había estado cubierta de velas y flores con las persianas bajadas desde el día 13, cuando se convirtió en lugar de duelo ciudadano.
Emocionada, la propietaria del establecimiento, Audrey Bily, tuvo un recuerdo para las víctimas y declaró ante las cámaras: “Este siempre fue un lugar de encuentro y convivencia, ahora queremos continuar siéndolo”. “La vida sigue”, dijo un cliente junto a la pancarta que resumía el propósito general: “Je suis en terrasse” (Estoy en la terraza).
Mientras en París reabría À la Bonne Bière, en el Mediterráneo Oriental, François Hollande adoptaba pose militar sobre la cubierta del portaaviones Charles de Gaulle.
La cinematográfica puesta en escena, sobre una cubierta agitada por el viento y con el sol poniente de fondo, no es la única analogía con el Bush del Iraq.
Francia, como EE.UU. tras el 11-S, impulsa leyes inspiradas la Patriot Act, medidas duras que incluyen propuestas como la de desposeer de la nacionalidad a binacionales (hijos de inmigrantes) implicados en asuntos terroristas, una idea original del Frente Nacional sin precedentes desde Vichy, la ampliación de facultades policiales, o la buscada inclusión del Estado de urgencia en la Constitución. Todo eso va al encuentro del natural choque emocional que los atentados han provocado en la opinión pública.
Tres semanas después de la tragedia, las encuestas arrojan esta escala de sentimientos mayoritarios: rabia (81%), horror (75%), amargura (63%), odio (51%) y miedo (50%). Un estado de ánimo que “contribuye a una polarización de las actitudes políticas”, observa Le Monde, así como a la meteórica ascensión del apoyo reflejo a un presidente desprestigiado: Hollande ha pasado de los peores niveles registrados en la V República a un apoyo del 50%.
La “guerra”, el lanzamiento de bombas que, con toda seguridad, matan a más civiles que a yihadistas –así lo afirman los expertos y lo suscriben los periodistas que suelen recordarlo solo cuando se trata de bombardeos rusos– cuenta también con amplios apoyos, que eran del 80% inmediatamente después de los atentados.
El país, sin embargo, también discute sobre lo que ha pasado, intentando comprender la barbarie.
La analogía con el 11-S tiene matices, porque la sociedad francesa está menos desinformada que la estadounidense. La política exterior de Francia, que combate desde hace años en Afganistán, Libia, Mali, Iraq y Siria, tampoco ha sido fundamentalmente cuestionada. Entre los políticos consagrados, una excepción: la del ex primer ministro Dominique de Villepin, que proclama sin gran éxito el mensaje de que “cuanto más hagamos la guerra, más nos implicamos en un engranaje que conduce a más catástrofes”. “No se puede –dice Villepin– utilizar un lanzallamas para apagar un incendio”. Respecto al interior, “la espiral autoritaria y de seguridad, conduce a la guerra civil”, asegura.
Le Monde Diplomatique suscribe la tesis de Villepin al hablar de la “guerra imbécil” que Obama criticó a Bush en octubre del 2002. Afirma que Francia está favoreciendo los dos objetivos del Estado Islámico: “Provocar una coalición de infieles y chiíes que venga a combatirles en Iraq, Siria y luego en Libia” e “incitar a la mayoría de los occidentales a creer que sus compatriotas musulmanes son el enemigo interior, la quinta columna al servicio de los asesinos”.
Estas consideraciones son minoritarias. El tono del intenso debate francés refleja, fundamentalmente, confusión. Algunos observadores –y muchos periodistas– abonan la tesis del “conflicto de civilizaciones”, de la imposibilidad del islam por integrarse. En una celebrada contribución publicada por Le Monde el 25 de noviembre, Olivier Roy, un gran especialista, asegura que no es ni la guerra de civilizaciones ni el sufrimiento postcolonial de una población que sufre exclusión e islamofobia en Francia. Tampoco es, dice, una cuestión religiosa, sino una “revuelta generacional que afecta a una categoría precisa de jóvenes”. No se trata de islamismo, sino de “islamización de la radicalidad”.
Hay intervenciones brillantes, vulgares, ingeniosas y también sofisticadas, pero al final permanece la confusión ante la simple y básica pregunta de qué ha pasado y por qué.
El país ha iniciado un debate sofisticado, pero de momento sin conclusiones, para explicar lo ocurrido