La Vanguardia (1ª edición)

El arte del escaqueo

- Antoni Puigverd

Gracias a Bertín Osborne (este supervivie­nte de la España de los señoritos que sobaban a la criada mientras tomaban un fino con los jornaleros) hemos descubiert­o el rostro humano de Rajoy. Viéndolo tan feliz jugando al futbolín y hablando de mujeres con ironía de macho resignado que se consuela con los amigos, me di cuenta de que Rajoy actúa como un abuelo de los de antes: no es extraño que, habiéndole birlado el joven Rivera el voto urbano, busque el calor de los viejos cafés de la España interior. Por edad, podría ser abuelo. Pero se casó tarde, como acostumbra­ban los de la Tuna en los buenos tiempos en que perseguir criadas era una competició­n de reclutas atrevidos y universita­rios troneras. Tiene fama de político glacial, dominador del arte de dejar pudrir los problemas. Pero ahora sabemos que es el típico compañero de mili que regresa del túnel del tiempo. Aquel que nos pagaba la partida de futbolín si le dejábamos explicar remotísima­s jugadas de Amancio, un gallego de sangre caliente y quiebro diabólico del Madrid de Santiago Bernabeu. El típico compañero de mili de quien no podías esperar alegría alguna, pero tampoco ningún estorbo, que tenía el don de hacerse invisible cuando la cosa se ponía fea y que –no sabías cómo– se libraba de todas las guardias. Cuando era necesario, presentaba armas puntual y cumplidor, nunca lo arrestaron por llegar tarde, emborracha­rse en la cantina o llevar las botas sucias, pero tampoco destacó en nada. No tenía ardor guerrero, ni armó juergas. Supo convertir el escaqueo en un arte.

Mariano Rajoy El típico compañero de mili que regresa del túnel del tiempo

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