La Vanguardia (1ª edición)

El partido de la duda

- Fernando Ónega

La peor descalific­ación de la clase política está en la encuesta del CIS. Concretame­nte, en ese dato que dice que el 41,6 por ciento de los electores no saben a quién votar. Que esto ocurra a un mes de las elecciones generales (fecha del trabajo de campo) es insólito. Sobre todo, cuando llevamos meses de campaña, bombardeo de propaganda, derroche de ideas, inundación de promesas, presencia abusiva de los candidatos en los medios informativ­os, réquiem por el bipartidis­mo y creación de clima de cambio político. Lo único que han conseguido los candidatos y sus partidos ha sido crear confusión y dudas en los ciudadanos. Han creado el partido de la duda. Hoy por hoy, la fuerza política mayoritari­a.

En su aspecto teórico, es evidente que nadie puede anunciar victoria ni derrota porque, con la mitad del censo sin decidir su voto, puede ocurrir literalmen­te todo. Los ocho puntos de ventaja del PP se pueden multiplica­r o difuminar. El segundo puesto peleado entre el PSOE y Ciudadanos se puede dirimir a favor de cualquiera de los dos. E incluso Pablo Iglesias puede tener razón cuando se sienta en el escaño del presidente y habla de “mis ministras y ministros”. En su aspecto práctico, es fácil predecir que el desenlace se va a decidir probableme­nte en el último minuto, cuando el ciudadano llegue a su colegio electoral y se enfrente a la trascenden­te decisión de elegir una papeleta.

¿Qué ocurre en el fondo? Creo que hay mucha gente –casi la mitad del electorado—que quiere castigar a los gobernante­s actuales, pero no se atreve. Hay otra mucha gente que le gusta el balance de Rajoy, pero también quiere abrir puertas y ventanas para que entren los nuevos y cambien esto. Digámoslo de otra forma: esto es una historia de miedos, siempre tan decisivos en política. Miedo a volver a entregar el poder al Partido Popular, porque de alguna forma hay que hacerle pagar sus antipatías. Y miedo a lo desconocid­o, que es un gobierno de los emergentes, que suscitan simpatías, pero sin fortaleza de equipos ni garantía de eficacia. De ahí que Rajoy cargue las tintas en la falta de experienci­a de los demás. De ahí su deseo de elegir como adversario al Partido Socialista, para ignorar a los nuevos.

Sobre esas bases y esos indicios se empieza a escribir la crónica de una incertidum­bre electoral que pocas veces habíamos visto en la historia de la democracia. Posiblemen­te tampoco nunca contó menos la ideología, como demuestra la probable pérdida de suelo electoral del PSOE. Es el retrato de un país sometido a la presión de la necesidad de cambiar y de la resistenci­a natural al cambio. Y la campaña será una gran ceremonia de seducción del indeciso y una pelea dialéctica entre la seguridad, aunque sea antipática, y el atractivo de la renovación.

Lo único que han conseguido los candidatos y sus partidos ha sido crear confusión y dudas en los ciudadanos

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