La Vanguardia (1ª edición)

El Capitán España

- Sergi Pàmies

El poder del Capitán España es la energía catódica. Esta es la causa por la cual muchas personas llevan tiempo constatand­o que, con el televisor apagado, Albert Rivera se les aparece en pantalla con la misma constancia que cuando está encendido. Todo tiene una explicació­n. Expuesta a la visión monstruosa­mente repetida de un objeto televisivo identifica­do, la retina se acostumbra tanto a verlo que, cuando no está, el cerebro lo mantiene como una cara de Bélmez. Para lograr una invasión mental semejante hace falta perseveran­cia, poder de persuasión y la facultad mutante de atravesar la materia neuronal y alterar el índice de vibración de los átomos de nuestra conciencia.

Movidos por la envidia y la mala leche, muchos terrícolas nos cachondeam­os de este talento, pero ¿quién de nosotros habría soportado

ALBERT RIVERA El líder de Ciudadanos, en su versión de superhéroe, basa sus poderes en la energía catódica

aceptar, con una generosida­d tan indiscrimi­nada, todas las invitacion­es de los medios de comunicaci­ón? Nos burlamos de la ubicuidad del Capitán España y de su condición de hechicero del marketing tribal sin preguntarn­os por qué todos los programas de la galaxia sienten la necesidad de invitarlo con una frecuencia sólo comparable a la que practica la tele norcoreana con Kim Jong Un.

Rivera atiende las invitacion­es con una insipidez nada superhe- roica, que contrasta con una telegenia water-polística que provoca tsunamis de babas en sus anfitrione­s. Quizás han olvidado que la primera gran aparición del candidato de Ciudadanos ya proporcion­aba pistas sobre su singularid­ad mutante. El Capitán España aparecía en un cartel electoral en pelota picada, en señal de inocencia y juventud en un sector de tradición carcamal. En el cartel cruzaba las manos para, púdicament­e, taparse lo que la mayoría supuso que eran unos presuntos genitales de densidad molecular media pero que, en el inframundo de la calumnia, se afirma que es un terminal de inteligenc­ia artificial comandado por los Lex Luthor del Ibex.

Entre las horas de permanenci­a en pantalla y la profundida­d del discurso político de Rivera hay una proporción inversa que no impide destilar algunos mensajes. Ejemplos: “Más sed de justicia que de venganza”, “Juntos podemos” y “Más reformismo que rupturis mo”. Si McLuhan afirmaba que el medio es el mensaje, para el Capitán España la presencia es el mensaje. Con la ayuda de unos tentáculos que disparan toxinas patriótica­s paralizado­ras, Rivera, que tiene una resistenci­a al cansancio similar a la del Capitán América, invierte la tradición. Mientras la propaganda subliminal actúa por debajo del nivel de conciencia, el discurso del Capitán España actúa por encima. En general, las promesas que conforman la oferta de Ciudadanos tienen fecha de caducidad inmediata y se aprovechan de la crónica flaccidez de sus adversario­s.

Lo importante no son las palabras sino ver al candidato y, mediante una hipnosis espontánea, intuir que si alguien sale tanto en todos los programas de tele, a la fuerza tiene que ser importante. Rivera fue de los primeros en aprovechar un contexto en el que los tertuliano­s se creen políticos y los políticos se creen tertuliano­s. Circula la leyenda que si escuchas determinad­as canciones de los Beatles al revés, descubres mensajes satánicos. Por suerte, los mensajes

Suele defender ideas simples, maquillada­s de un sentido común entendido como eufemismo de obviedad

de campaña son directamen­te satánicos, sin necesidad de escucharlo­s al revés. De joven, cuando participab­a en la Liga Universita­ria de Debates, Rivera ya descubrió que el valor de una argumentac­ión es relativo y que tanto se puede defender una posición como la contraria. Quizás por eso, suele defender ideas simples, maquillada­s de un sentido común entendido como eufemismo de obviedad y que se identifica con un ideario patriótica­mente regeneraci­onista. Es un discurso lo bastante ambiguo para despertar la atención de los votantes potenciale­s, sobre todo de los que, por pereza o para sentirse importante­s, se aferran a su condición de indecisos. Si la atención que despierta un superhéroe equivale a posibles votos, el Capitán España debería ganar las elecciones sin bajar de la nave espacial.

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LUIS GRAÑENA
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