La Vanguardia (1ª edición)

Sin erótica ni poder

- Llucia Ramis

Por qué lo llaman elecciones cuando quieren decir rechazos? La cuestión no es quién queremos que nos gobierne, sino a qué moscones queremos quitarnos de encima. Imaginemos que estoy sola en la barra del Heliogàbal, suena algún grupo indie, todo el mundo va con camisa a cuadros, y cuando pido una cerveza, me entran los supuestos, predispues­tos y nada apuestos cuatro principale­s candidatos de las generales. Lo primero que pensaría de Albert Rivera es: “Vaya tela. Qué peligro tiene este”. Es de los que te comen la oreja con zalamería y a lametazos, y si te dejas seducir (venga, va, parece buen chico), zasca, se convierte en un fuck & run. En otras palabras, promete y promete hasta que etcétera.

Pablo Iglesias me daría una pereza infinita, como un profesor universita­rio que tuve, que estaba convencido de impresiona­rme y enamorarme por el mero hecho de ser yo su alumna. Pura arrogancia. Y académica, que es peor. El tío es de manual. Le aguantaría el rollo un rato mientras imagino el caos en su casa, los pelos en la ducha y la cama sin hacer, la ilusión pueril del que por fin ha ligado. Y sabría que, en el caso extremísim­o de estar lo suficiente­mente desesperad­a y borracha como para no ver lo que salta a la vista y aceptara su invitación, por la mañana él adoptaría un pasotismo impostado para disimular que es un novato. Me serviría un café, sí, pero dando a entender que tiene prisa. Cuidado, que el sentimenta­lismo podría confundirs­e con la debilidad.

De Pedro Sánchez no recordaría ni el nombre ni su cara ni qué me dijo, cuando, al día siguiente, recibiera un WhatsApp suyo preguntánd­ome cómo acabé la noche, y diciéndome que fue un placer hablar conmigo un ratito en el bar, a ver si tenemos ocasión de quedar algún día, besitos y un montón de emoticones. ¿Pero quién es este y cuándo le di mi teléfono?, pensaría yo mientras lo bloqueo por si acaso.

Sé que es difícil de imaginar, pero hagan un esfuerzo: entra Mariano Rajoy en el Helio con su barba hipster, y me tira la caña. ¿Cómo lo hace? Pues diciéndole a una amiga que me diga que le gusto. Es tan torpe que me río de él más que con él, y la verdad es que me parto de risa. Hasta que me pide dinero para poder invitarme. Eso no me hace ni puñetera gracia. Entonces comenta que tiene que ir al baño un segundo, le contesto que es por ahí, pero él se va por allá, largándose sin pagar.

En fin, que si tuviera que elegir entre un truhán, un petulante, un don nadie o un rey del escaqueo, me quedaría con el quinto. Pero, por alguna razón, al pobrecillo no le dejan salir.

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JUANJO MARTÍN / EFE Pablo Iglesias
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