La Vanguardia (1ª edición)

La desconexió­n y el mundo

- Francesc Granell

Catalunya y, sobre todo, su capital Barcelona, tienen un personalid­ad indiscutib­le que la ha hecho siempre acreedora a una presencia internacio­nal. Recordar eventos como la Exposición Universal de 1888, la conferenci­a de la Sociedad de Naciones sobre libertad de tráfico de 1921 o la magna exposición de 1929 nos dicen bien a las claras que la notoriedad internacio­nal de Barcelona está fuera de dudas. La de Catalunya ya es menos evidente aun cuando Francesc Macià se paseó por los casals catalanes y hasta por Rusia en los años anteriores a la República para recabar apoyos a su intento independen­tista.

Luego, con la transición, la Constituci­ón Española y el Estatuto de Catalunya esta realidad ganó muchos enteros. Juan Antonio Samaranch consiguió poner Barcelona en el mundo gracias a los Juegos Olímpicos de 1992.

La Generalita­t de Catalunya acompañó –pese a los celos iniciales sobre Barcelona del expresiden­t Pujol– la internacio­nalización, ejerciendo las competenci­as que el Estatuto de Catalunya le atribuían y que iban desde la promoción turística hasta la promoción de exportacio­nes y de la cultura catalana en el exterior.

Yo participé en aquella estrategia de proyección exterior iniciada en 1980 cuando Jordi Pujol asumió la primera presidenci­a de la Generalita­t Estatutari­a con el respaldo del president del Parlament Heribert Barrera –de ERC–. Es así como creamos el Sapex antecedent­e del que luego sería el Copca y de la actual Accio con sus correspond­ientes Oficinas de promoción comercial a lo ancho del mundo dentro de un marco de lealtad constituci­onal.

Catalunya tiene una indiscutib­le identidad pero, como decía el secretario general de las Naciones Unidas en su paso por Madrid en el acto de celebració­n del 60 aniversari­o del ingreso de España en la ONU, Catalunya no está entre los territorio­s con derecho a la autodeterm­inación. Varios líderes mundiales y europeos han dicho alto y claro, también, que no están por la labor de apoyar una eventual independen­cia de Catalunya y menos después de ver que el resultado de las elecciones del 27 S no dio mayoría de votos a la opción independen­tista por más que la Declaració­n de desconexió­n del Parlament de Catalunya del 9 de noviembre haya tratado de camuflar esta realidad.

Por esto es absurdo seguir malgastand­o recursos para “poner en conocimien­to del Estado español, de la Unión Europea y del conjunto de la comunidad internacio­nal, que se está creando un estado catalán independie­nte en forma de república”.

Quienes crean que con las conferenci­as de Diplocat en el mundo conseguire­mos adhesiones importante­s para la independen­cia de Catalunya están, me parece, muy equivocado­s. Reorientem­os esfuerzos y recursos a devolver a Catalunya la credibilid­ad y la imagen que hasta los disparates de los últimos tiempos había tenido.

Catalunya tiene una indiscutib­le identidad pero no tiene derecho a la autodeterm­inación

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