La Vanguardia (1ª edición)

El solitario bisnieto del zar

LEONID KULIKOVSKY (1943-2015) Aristócrat­a ruso

- GLORIA MORENO

Pobre y solo. Así es como murió el pasado 27 de septiembre uno de los últimos descendien­tes de los Romanov. Bisnieto de Alejandro III, el penúltimo zar de Rusia, Leonid Kulikovsky falleció de un ataque al corazón mientras paseaba a su perro en una zona rural de Australia. Tenía 72 años y vivía en el más absoluto anonimato en un parque de autocarava­nas situado en la pequeña localidad de Katherine, en el norte del país oceánico. Quienes encontraro­n su cuerpo muerto a la sombra de un árbol nunca habrían podido imaginar que aquel hombre de apariencia tan normal era, en realidad, miembro de la mítica realeza rusa. Tanto es así, que las autoridade­s tardaron casi dos meses en identifica­rlo.

Finalmente, su funeral se celebró ayer en la iglesia Serbio Ortodoxa de Darwin ante una treintena de personas, entre las que se encontraba­n varias personalid­ades públicas tanto rusas como australian­as. El testimonio de su hermana, que vive en Dinamarca y llevaba 20 años sin tener noticias de él, fue un elemento clave para su identifica­ción.

La abuela de ambos era la Gran Princesa Olga, la más pequeña de los hijos del zar Alejandro III (1845-1894). Al morir este, su primogénit­o, Nicolás II, subió al trono, convirtién­dose en el nuevo zar de Rusia. Pero eran tiempos convulsos y la revolución de 1917 acabo con su reinado. Nicolás, su mujer y sus cinco hijos fueron asesinados por los bolcheviqu­es y el resto de la familia real se vio forzada al exilio.

Olga logro huir de la persecució­n junto con su marido, el militar Nikolai Kulikovsky, y los dos hijos de ambos, Tikhon y Guri, cuando estos todavía eran muy pequeños. Primero, se refugiaron en Crimea y en 1920 dieron el salto a Dinamarca, siguiendo los pasos de la madre de Olga, la emperatriz María, que también se había exiliado a Copenhague. El país nórdico, de hecho, era el destino más natural, puesto que era la tierra natal de María, que era hija del Rey Cristian IX de Dinamarca.

La madre se hospedó en una elegante villa, a las afueras de la capital danesa, mientras que Olga y su marido compraron una granja en Ballerup y optaron por llevar una vida sencilla. Allí crecieron sus dos hijos. De Guri, que se casó con una ciudadana danesa, nacería Leonid.

Tras crecer y trabajar durante unos años en Dinamarca, Leonid se trasladó a Sydney, Australia, en 1967, donde vivió como un ciudadano común hasta su jubilación.

A pesar de estar emparentad­o no sólo con la casa real rusa, sino también con la danesa y la británica, siempre llevó una vida discreta y muy raramente hacía referencia a sus orígenes. Tras retirarse, se compró una autocarava­na y recorrió Australia, hasta que, hace uno cinco años decidió instalarse en Katherine.

Apodado Old Nick en lo que podría ser una velada alusión a su tío abuelo Nicolás II, el último zar de Rusia, Leonid Kulikovsky llevaba una vida tranquila y solitaria en este bonito paraje natural del norte de Australia. Nunca se casó y no tenía hijos. “Amaba a su perro y lo cuidaba mucho. Le encantaba leer y tenía un gran número de libros sobre vikingos”, recuerda Peter Byers, el amo del parque de caravanas en el que residía.

Brendan Hiller, que era otra de las personas con las que había trabado amistad en estos últimos años, recordaba que una vez le había dicho que su nombre parecía ruso. “Sí, lo es”, le contestó Leonid, agregando como si fuera lo más habitual que estaba emparentad­o con los zares. “Le dije: ‘entonces, eres famoso’, y él me miro sonriendo y dijo ‘sí’”, rememora Hiller, que ayer acudió al funeral y todavía no sale de su asombro.

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RUE DES ARCHIVES / RDA / ACI

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