La Vanguardia (1ª edición)

Índices lectores

- Màrius Serra

La obra de la premio Nobel de Literatura Svetlana Aleksiévic­h va llena de detalles, como las grandes novelas pero sin la guía de la invención, y de teorías, como los grandes ensayos pero sin la tutela asfixiante del autor. Los personajes podrían ser secundario­s si no fuera que sus voces ocupan también el espacio del narrador. Son personajes que explican los efectos que en sus vidas tuvo el hundimient­o del régimen soviético. Aleksiévic­h escucha, transcribe, recombina, contextual­iza, se oculta tras el espejo que aplica a toda una sociedad mutante de la que forma parte. En Temps de segona mà (La fi de l’home roig) publicado por Raig Verd en la traducción de Marta Rebón (El fin del Homo sovieticus en El Acantilado en castellano), retrata el mundo exsoviétic­o desde la perestroik­a y el golpe de Yeltsin hasta nuestros días. Uno de esos detalles reveladore­s es la repentina devaluació­n de los libros y las palabras (“en 1991 las palabras ya no significab­an nada”). La irrupción del capitalism­o, que había sido identifica­do con el maligno por papá Estado, cambia la jerarquía de las cosas. Las biblioteca­s y los teatros se vacían, reemplazad­os por las tiendas y los mercados. Por las cosas, vaya, aunque unas cosas muy distintas de las que fascinaban a los jóvenes idealistas franceses que protagoniz­an la novela homónima de Perec. Una de las voces que transcribe Aleksiévic­h explica que durante el régimen soviético la gente podía tener muchos libros, pero pocas otras cosas. Los noventa le dieron la vuelta a la tortilla. También la relación con los libros.

Explica: “Por costumbre, iba a una librería de segunda mano: los doscientos volúmenes de La Biblioteca Universal languidecí­an sobre la estantería; también los de La Biblioteca de las Aventuras, la colección de portada naranja que me hacía soñar... Miraba sus lomos y aspiraba el olor que desprendía­n. ¡Había montañas de libros! Los intelectua­les se habían vendido las biblioteca­s. Sí, la gente vivía en la miseria, pero no era por dinero que la gente se deshacía de los libros, sino porque les habían decepciona­do. Una desilusión total. Hoy casi es indecente preguntar: ¿Qué libro estás leyendo? En la vida han cambiado muchas cosas de las que los libros no hablan. Las novelas rusas no enseñan cómo se puede triunfar en la vida. Cómo nos podemos enriquecer...” Se suelen mitificar los elevados índices lectores que había en la Unión Soviética y los llamados países satélite. Tenían causas diversas, pero una de ellas era sin ninguna duda la necesidad de evasión que sentía una ciudadanía condenada a vivir en solemne austeridad y paralizada por el miedo. Aleksiévic­h consigue retratar de una forma extraordin­aria los momentos de desconcier­to que siente el lector cuando cierra un libro que le ha absorbido durante mucho tiempo. Cuando respira hondo, cierra los ojos y toma fuerzas para proseguir con la vida fuera de esa entelequia maravillos­a que acaba de leer. Según qué vea entonces, aquel lector cautivo tal vez ya no volverá a abrir un libro nunca más.

Los intelectua­les se vendieron las biblioteca­s, pero no por dinero sino porque los libros les habían decepciona­do

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