La Vanguardia (1ª edición)

La traumática búsqueda de la leyenda

Un manchurrón salpica la carrera profesiona­l de Sebastian Coe, perfecta hasta el pasado noviembre

- Sergio Heredia

“Uno siempre está intentando que las cosas salgan perfectas en el arte, porque conseguirl­o en la vida es realmente difícil”

Woody Allen “Le seré sincero: logré batir el récord del mundo de los 800 m porque escogí muy bien a mis padres”

Aquel día, en Mombasa, tuve delante a la bestia: Sebastian Coe.

Aquel tipo era mi ídolo, y les contaré por qué: hasta mediados de los años noventa, Coe había poseído el récord del mundo de los 800 m, justo la distancia en la que yo mismo me había especializ­ado en mi juventud. Yo la había corrido en 1m48s80. Y él, siete segundos más deprisa, en 1m41s73. Me sacaba media recta... Así que sólo acerté a preguntarl­e: –¿Cómo pudo usted darle dos vueltas a la pistas en 1m41s?

–Le seré sincero, y no se lo tome a broma –me contestó, todo flema británica–: escogí muy bien a mis padres... Directo al mentón. Coe venía a decirme que el mérito no había sido suyo, sino de sus progenitor­es, muy listos al haberse encontrado el uno al otro. Y que por ese motivo, yo jamás lograría ir tan deprisa como él lo había hecho. Que ya podía intentarlo, ya. Ya podía entrenarme. Póngase en su sitio, me dijo. Grogui, me dejó. Al día siguiente, cuando bajé a desayunar a la cafetería del hotel, distinguí a Michael Sandrock al fondo de la sala. Les pondré en antecedent­es para que entiendan la historia. Los veinte periodista­s internacio­nales reunidos en Kenia llevábamos días soportando los excesos de Sandrock, cronista del Colorado Daily.

Todo lo preguntaba aquel Sandrock.

Agarraba a los personajes (estábamos allí para eso, para hablar con atletas locales) y los vaciaba. Les preguntaba qué comían, dónde dormían, por qué se ataban las zapatillas con la mano derecha, por qué se rascaban detrás de la oreja...

Convertía al resto de plumillas en comparsas. Nos hastiaba...

Como les contaba, Sandrock estaba al fondo de la cafetería, ojeando un voluminoso libro.

Animado por la curiosidad, puse mi bandeja sobre la mesa, me acerqué y le pregunté: –¿Qué lees, Sandrock? –Repaso un libro que escribí hace algunos años, Running with the legends. –Y ¿de qué va? –Durante días, me fui de viaje por todo el mundo. Pasé jornadas con 21 corredores de referencia: Zatopek, Viren, Juantorena, Grete Waitz, Auita, Morceli, Coe... Mudo me dejó. Sandrock, aquel preguntón agotador, conviviend­o con las leyendas, pensé durante un par de segundos.

Luego tomé conciencia de la realidad, así que voceé:

–¡Habrás traído más ejemplares, supongo!

–Por supuesto. Tengo uno en la habitación. Cuarenta dólares y es tuyo.

Han pasado nueve años desde aquel encuentro epifánico, y Running

with the legends ocupa un lugar preeminent­e en la biblioteca de casa.

A través de sus páginas he buceado en la historia de Coe. Supe que obedecía a ciegas al ingeniero Seb, su padre y su entrenador. Que la familia le hacía callar cuando el niño se crecía: “Boring, boring” (“aburrido, aburrido”), le decían si el muchacho abusaba en la sobremesa, hablando y hablando de atletismo. Que corría muchos menos kilómetros semanales que sus rivales –cien a la semana, frente a los 150 de los adversario­s– porque sustituía el volumen por la calidad. Que siempre corría deprisa, y a menudo cuesta arriba. Que la estrategia funcionaba: Coe ganó dos títulos olímpicos en los 1.500 m (Moscú-80 y Los Angeles-84) y batió once récords del mundo entre los 800 y la milla. Y que sus duelos con Steve Ovett convirtier­on el atletismo de la época “en episodios tan tensos e hipnóticos como absolutame­nte impredecib­les”. Así lo contaba Sandrock. Luego fui yo quien se fue a correr con la leyenda. Nos juntamos unos cuantos en la recepción del hotel, y salimos a trotar a campo abierto. Me fui con Coe, Fermín Cacho y Marta Domínguez...

Domínguez: aquí me permito un inciso. Ella y Coe eran amigos hasta hace un par de semanas. Para ambos, estos son días complicado­s. Digamos que Coe, presidente de la Federación de Atletismo (IAAF) desde el pasado septiembre, ha tenido que tirarle de las orejas a su amiga. Y por extensión, a la justicia deportiva española, pasiva hasta la fecha. Tres años de sanción, y pérdida de sus grandes logros, entre ellos el título mundial de los 3.000 m obstáculos en Berlín 2009: ese es el castigo que le ha infligido el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) a Domínguez, avalando así un recurso de la IAAF.

Así que ambos, Coe y Domínguez, ya no son amigos.

Lo que pasa es que soplan malos vientos para todos, incluso para Coe. Se le ha acusado de conflicto de intereses en el cargo –defendió la candidatur­a de Eugene para los Mundiales del 2021, santuario de Nike, firma para la que él mismo trabaja–, y los lobos se le han echado encima. Coe ha dimitido de su cargo en Nike, pero el borrón aparece en su historial.

No es tan fácil cambiar el curso de la historia.

Ni siquiera, para una leyenda.

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STEVE POWELL / GETTY Sebastian Coe celebra el oro olímpico en los 1.500 m de Los Ángeles’84; al fondo, José Manuel Abascal, bronce
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