La Vanguardia (1ª edición)

Mundos opuestos

- Ramon Aymerich

El principal enigma de la negociació­n que mantienen Junts pel Sí y la CUP para formar gobierno es el abismo que los separa. La diversidad, dicen, es la riqueza del secesionis­mo catalán. Pero ambas formacione­s representa­n maneras muy distintas de ver el mundo y la economía. Dejemos de lado ERC, porque es CDC y el candidato Artur Mas el nudo del problema. Porque ha sido el giro de CDC hacia el independen­tismo lo que lo ha situado en el centro del tablero político, arrastrand­o a una parte importante de las clases medias y acomodadas. Y porque han sido los gobiernos de CiU los que han construido con el paso de los años el imaginario de este sector.

CDC fue socialdemó­crata en origen, pero se decantó hacia un liberalism­o de matriz anglosajon­a cuanto más se rejuvenecí­a el partido. Pero eso es sólo el envoltorio. La realidad del modelo económico de CDC ha sido el “hacer país”, iniciado por Jordi Pujol y continuado por Artur Mas. Un liberalism­o formal con grandes dosis de intervenci­onismo. Y una estrecha complicida­d con el tejido económico. Cómplice para lo mejor: las empresas catalanas han salido muy bien preparadas de la última crisis. Saben dónde se la juegan. Cómplice, a veces, para lo peor: el afloramien­to de casos de corrupción sería la cara oscura de esa proximidad.

Esta es una parte de la historia. La otra ha sido la de una crisis financiera y social que ha cuajado en una nueva realidad al margen

No hay visión más alejada del misterio del dinero que la del pequeño empresario y la de un empleado público motivado

de los partidos mayoritari­os (el binomio CiU-PSC). De aquí han salido clases medias radicaliza­das por la erosión del nivel de vida. Algunas se han integrado en el soberanism­o (vía ERC y la Assemblea). Otras, con una visión más outsider, han alimentado las filas de Ciudadanos junto a gente que votaba la izquierda y ahora mira las television­es privadas. También han quedado miles de licenciado­s universita­rios con las expectativ­as defraudada­s. Algunos sin trabajo. O con un trabajo que no les satisface. E incluso otros, pocos pero muy activos, con trabajos en el sector público. Por ejemplo, en la enseñanza. Muchos han acabado en Podemos... o en la CUP.

No hay visiones más contrapues­tas de la realidad (y con un concepto más antagónico del misterio de la riqueza y el dinero) que la de un pequeño empresario pasado por la tiranía de la cuenta de resultados y la de un joven empleado público que ha acabado en el activismo por uno u otro recorte en un servicio público. Pero la ironía ha querido que sean mundos tan opuestos los que se encierran a diario a discutir. Y como en las películas de suspense, la cosa está en saber si la cohesión del soberanism­o es lo bastante potente como para llegar al acuerdo.

Puede ser que Artur Mas acabe siendo investido antes de que acabe el año. Pero será una proeza que la diferente manera de ver el mundo que separa a unos y otros acabe por convergir en un proyecto común capaz de acabar con la actual perplejida­d de la opinión pública. Vienen años de catarsis y de repensar plazos, como dice en privado un conseller del gobierno en funciones. Que equivale a decir que entramos en el purgatorio.

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