Mundos opuestos
El principal enigma de la negociación que mantienen Junts pel Sí y la CUP para formar gobierno es el abismo que los separa. La diversidad, dicen, es la riqueza del secesionismo catalán. Pero ambas formaciones representan maneras muy distintas de ver el mundo y la economía. Dejemos de lado ERC, porque es CDC y el candidato Artur Mas el nudo del problema. Porque ha sido el giro de CDC hacia el independentismo lo que lo ha situado en el centro del tablero político, arrastrando a una parte importante de las clases medias y acomodadas. Y porque han sido los gobiernos de CiU los que han construido con el paso de los años el imaginario de este sector.
CDC fue socialdemócrata en origen, pero se decantó hacia un liberalismo de matriz anglosajona cuanto más se rejuvenecía el partido. Pero eso es sólo el envoltorio. La realidad del modelo económico de CDC ha sido el “hacer país”, iniciado por Jordi Pujol y continuado por Artur Mas. Un liberalismo formal con grandes dosis de intervencionismo. Y una estrecha complicidad con el tejido económico. Cómplice para lo mejor: las empresas catalanas han salido muy bien preparadas de la última crisis. Saben dónde se la juegan. Cómplice, a veces, para lo peor: el afloramiento de casos de corrupción sería la cara oscura de esa proximidad.
Esta es una parte de la historia. La otra ha sido la de una crisis financiera y social que ha cuajado en una nueva realidad al margen
No hay visión más alejada del misterio del dinero que la del pequeño empresario y la de un empleado público motivado
de los partidos mayoritarios (el binomio CiU-PSC). De aquí han salido clases medias radicalizadas por la erosión del nivel de vida. Algunas se han integrado en el soberanismo (vía ERC y la Assemblea). Otras, con una visión más outsider, han alimentado las filas de Ciudadanos junto a gente que votaba la izquierda y ahora mira las televisiones privadas. También han quedado miles de licenciados universitarios con las expectativas defraudadas. Algunos sin trabajo. O con un trabajo que no les satisface. E incluso otros, pocos pero muy activos, con trabajos en el sector público. Por ejemplo, en la enseñanza. Muchos han acabado en Podemos... o en la CUP.
No hay visiones más contrapuestas de la realidad (y con un concepto más antagónico del misterio de la riqueza y el dinero) que la de un pequeño empresario pasado por la tiranía de la cuenta de resultados y la de un joven empleado público que ha acabado en el activismo por uno u otro recorte en un servicio público. Pero la ironía ha querido que sean mundos tan opuestos los que se encierran a diario a discutir. Y como en las películas de suspense, la cosa está en saber si la cohesión del soberanismo es lo bastante potente como para llegar al acuerdo.
Puede ser que Artur Mas acabe siendo investido antes de que acabe el año. Pero será una proeza que la diferente manera de ver el mundo que separa a unos y otros acabe por convergir en un proyecto común capaz de acabar con la actual perplejidad de la opinión pública. Vienen años de catarsis y de repensar plazos, como dice en privado un conseller del gobierno en funciones. Que equivale a decir que entramos en el purgatorio.