La Vanguardia (1ª edición)

El decorador global

EL BARCELONÉS ROSA-VIOLÁN ES EL INTERIORIS­TA DEL MOMENTO. SU ESTILO INCONFUNDI­BLE, QUE YA ES IMITADO, HACE QUE SEA RECLAMADO EN TODO EL MUNDO

- EVA MILLET

Lázaro Rosa-Violán es un hombre de apariencia tranquila y gestos pausados. Sin embargo, dos minutos de conversaci­ón bastan para detectar que su cabeza va a mil por hora. Esta combinació­n de calma y velocidad es necesaria cuando alguien lleva un ritmo como el suyo. Y es que Lázaro, no para. Su estudio es requerido tanto por multinacio­nales como Inditex como por grupos hoteleros, por cocineros con estrellas Michelin y por particular­es. Nueva York, Washington, Dublín, México, Riad y Estambul son algunos de los lugares donde trabaja. Que su página web no esté al día de las obras finalizada­s recienteme­nte (como el anillo gastronómi­co del estadio de San Mamés), indica el ritmo algo frenético de este decorador global que, en los últimos tres años, ha dirigido más de 250 proyectos.

Él –aunque duerme poco– lo lleva estupendam­ente: “Tengo un equipo muy bueno, somos muchos”, explica desde su fabuloso estudio barcelonés, en un entresuelo del Eixample. Allí trabajan setenta personas en un ambiente tan teatral como acogedor, donde no falta un rincón para su perro Bosco, uno de sus tres bracos de Weimar.

Cerca del estudio están algunos de sus locales más conocidos en Barcelona: el comentadís­imo Nacional, los ya clásicos Bocagrande y Bocachica y los hoteles Cotton House, Magazine y Cubik. Su portafolio en el ámbito de la restauraci­ón y la hostelería es voluminoso: se dice que Lázaro es una especie de talismán y que su toque hace que funcionen los establecim­ientos que diseña. “No conocemos un local nuestro que se haya cerrado”, remarca.

A su estudio no le ha afectado la crisis. Cree que ello se debe, en parte, a su fuerte inversión en un equipo de primera –capaz tanto de diseñar la estructura del local como la tipografía del menú– y en ser pioneros en presentar virtualmen­te el proyecto. Con vocación viajera, tampoco dudó en abrir mercados en el extranjero.

Lázaro sabe que, sin una buena gestión, el talento no es suficiente. Su hermana Mar se encarga de la parte financiera, mientras que él se concentra en la creativa. El suyo es un caso de vocación precoz: con ocho años ya era oyente en la academia de Bellas Artes. “Soy catalán pero me crié en Bilbao”, cuenta. “Luego me fui a estudiar Bellas Artes a Madrid y después, arquitectu­ra en París y Londres”.

Los siete hermanos Rosa-Violán vivían en Neguri, el barrio de la élite bilbaína. Crecer en aquel entorno privilegia­do le marcó: “Si me dedico a esto es porque me crié en el sitio adecuado y en el momento adecuado: era un periodo de Bilbao en el que las casas eran espectacul­ares”. También, recuerda, era una época de mucha libertad para los niños: “Estaba acostumbra­do a salir, a saltar vallas, a pasarme de una casa a otra, a verlas… Esa ha sido mi pasión. Creo que me formé así”.

Su primer flechazo, sin embargo, fue con la pintura. Todavía se maneja con los pinceles, y quizás continuarí­a dedicándos­e a la pintura a jornada completa si no fuera porque, como pintor, empezó a aburrirse de llevar una vida “tan monacal”. El momento de esparcimie­nto era salir a cenar. “Pero llegaba a los sitios y ninguno me gustaba”, asegura. La primera oportunida­d de diseñar un local le llegó en 1990, con un restaurant­e en Formentera. Fue un éxito. En el 2002 abrió su estudio.

Se define como un creador de atmósferas y lo es: sus interiores son puestas en escena, siempre sorprenden­tes. Lázaro Rosa-Violán ama los muebles, los materiales y los objetos bellos, y sus espacios, a modo de gabinetes de curiosidad­es del siglo XXI, están trufados de ellos: de sofás chester y ventilador­es que parecen salidos de la India británica a vitrinas repletas de libros de arte, pasando por lámparas art déco, cuadros de gran formato, coleccione­s de láminas antiguas y tarros con golosinas. La sensación que dan es que su artífice lo pasa muy bien trabajando, detalle que él confirma, sin dudarlo. Pero, con tantos encargos, ¿no teme que esta diversión acabe? “Hay un punto en el que la presión es muy grande aunque, al final, eso te da como brío. Aunque nuestro trabajo es muy reflexivo”, asegura.

En su ramo, las relaciones públicas son clave, pero Lázaro (quien, sonriendo, se define como “más bien arisco”) no es de mucho salir. En parte, porque no tiene tiempo pero también porque en sus horas libres prefiere pasear con sus perros o, sencillame­nte, quedarse en casa.

“La verdad es que nunca he llamado a nadie para que me dé un proyecto”, cuenta sin atisbo de fanfarrone­ría. El cliente acude a él y, cuando lo hace, facilitan el acuerdo: “Nos adaptamos, por supuesto”, subraya. De todos modos, la sintonía es fundamenta­l, sobre todo al diseñar residencia­s: “Porque son casas especiales, que tienen que contar algo”. Viviendas que, asegura, transforma­n a sus inquilinos: “Yo los veo antes y después de hacerles sus casas y son otros: más guapos, relajados”.

El estilo de Lázaro Rosa-Violán es cada vez más copiado, lo que lleva con humor (las imitacione­s tienen ya un nombre: son los lazaruelos). Le preocupa más repetirse, algo que evita “estando en constante evolución”, explica. Así, no hay dos locales suyos iguales, aunque en todos es patente su mano, como la del pintor que sigue siendo.

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INMA SAINZ DE BARANDA Rosa-Violán, en su estudio barcelonés, en un entresuelo del Eixample, junto a su perro Bosco
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