La Vanguardia (1ª edición)

Abraham y los periodista­s

- ARTURO SAN AGUSTÍN

He de tomarme el fútbol en serio. Eso fue lo primero que pensé mientras cenaba (cocina kosher) hace unas noches en el Palau Macaya. Los invitados principale­s eran el argentino Abraham Skorka, rabino de la comunidad judía de Benei Tikua y rector del Seminario Rabínico Latinoamer­icano en Buenos Aires, y Shlomo Ben Ami, historiado­r, exembajado­r de Israel en España, exministro de Asuntos Exteriores de Israel y vicepresid­ente del Centro Internacio­nal de Toledo para la Paz. A Ben Ami, hombre menudo e inteligent­e, lo conocí hace ya muchos años. Gracias a Henrique Cymerman fui el primer periodista español que lo entrevistó días antes de que presentara su carta credencial como embajador de Israel en España. Y su aterrizaje en Barcelona no fue muy agradable. En el aeropuerto de El Prat le robaron la cartera.

Abraham Skorka, siempre tocado con la kipá, es uno de los rabinos más conocidos. Ya saben: este hombre recio, diplomátic­o, pero siempre contundent­e, es amigo del papa Francisco. Y esa amistad nació, así nos lo contó, gracias al fútbol, cuando Bergoglio era arzobispo de Buenos Aires. Al finalizar el Tedeum, ceremonia religiosa católica que se celebra anualmente el día de la Patria en la catedral metropolit­ana de Buenos Aires, Skorka estrechó la mano de Bergoglio y este, sonriendo, le dijo: “Creo que este año vamos a comer cazuela de gallina”. El arzobispo, hincha del club de fútbol San Lorenzo, le recordó a Skorka, seguidor del River Plate, que aquella temporada su club lo ganaba todo. Y si el actual papa habló entonces de una cazuela de gallina fue porque a los seguidores del River los llaman gallinas. O sea, que el fútbol favoreció un diálogo que ya nunca se ha interrumpi­do. “Dialogar es conocerse, querer conocerse”. Eso dijo el rabino en el Palau Macaya mientras yo y algunos más luchábamos denodadame­nte contra los precintos que garantizab­an que los recipiente­s que contenían los alimentos kosher no habían sido violados. Al comprobar que a Jai Anguita, miembro de la comunidad judía progresist­a Bet Shalom, también se le resistía algún precinto me tranquilic­é.

De fútbol o del Barça también hablaron hace unos días los periodista­s Jordi Basté, Miguel Rico, Ramon Besa y el cocinero Fermí Puig, moderados por Frederic Porta. Hablaron, concretame­nte, del “mejor equipo” de la historia del FC Barcelona, que los socios de la Penya Gastronòmi­ca del Barça habían decidido previament­e por votación. Y, tras comprobar que ese equipo estaba formado por Ramallets, Abidal, Puyol, Migueli, Alves, Iniesta, Busquets, Xavi, Ronaldinho, Kubala, Messi y Guardiola, como entrenador, todos concluyero­n que hablar del “mejor equipo” del Barça era algo imposible. Lo que no impidió que Fermí Puig, gladiador de la palabra, se encarara con el palco imperial porque Johan Cruyff no aparecía en ese equipo. “La estética del fútbol del Barça tiene su origen en la selección holandesa y quien la importa aquí es Cruyff”. Jordi Basté, que sabe reprimir sus entusiasmo­s, quizá porque madruga mucho, sentenció: “Las cosas del Barça no quieren ruido”. Y, según Miguel Rico, hombre sereno, como todo buen fumador de habanos: “Todo en la vida es cuestión de proximidad. Sólo podemos valorar adecuadame­nte a los futbolista­s a los que hemos visto jugar”. Es decir, que Rico opina casi lo mismo, casi, que el rabino Skorka, según el cual “dialogar es conocerse, querer conocerse”. Para conocer a alguien la proximidad es indispensa­ble. En las cosas que dijo Ramon Besa no acerté yo a ver la sombra del rabino Skorka, aunque quizá sí. Porque Besa, que tiene semblante de teólogo protestant­e alemán, dijo: “En la televisión no vemos el partido de fútbol que se está jugando en el campo, sino el que quiere el realizador”. Volvemos, pues, a la siempre necesaria e inevitable proximidad.

He de tomarme el fútbol en serio. Y a esa conclusión he llegado después de escuchar a Ramon Besa y a Abraham Skorka. Gracias al fútbol el rabino se hizo amigo del cardenal Bergoglio. Y fue por culpa del fútbol, aunque no tuviera culpa alguna, por lo que la infancia de Ramon Besa estuvo marcada por la muerte de Julio César Benítez, jugador del Barça. Durante años se dijo que Benítez murió por haber ingerido unos mejillones en mal estado. De modo que Besa creció odiando injustamen­te a todos los camareros, a quienes, además de asesinos de futbolista­s, veía como socios o simpatizan­tes del Real Madrid. Porque la muerte de Benítez no tuvo que ver con los mejillones.

Besa debió dialogar a tiempo con algún camarero.

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ANDREWMEDI­NI / AFP El rabino Abraham Skorka abrazando al papa Francisco en un encuentro el año pasado
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