La voz del caos aéreo
Hace cinco años exactamente. Ocurrió durante el largo puente de diciembre. Los controladores aéreos paralizaron los aeropuertos españoles con una huelga masiva. César Cabo fue la voz de la Unión Sindical de Controladores Aéreos (USCA). Se convirtió en un rostro mediático, en el que unos veían la maldición que interrumpió sus vuelos vacacionales y otros a alguien que, a pesar de todo, intentó informar respecto a un colectivo cuyas reivindicaciones no eran precisamente populares. “Fue una situación que nos sobrepasó a todos”, confiesa Cabo a La Vanguardia , “y cuando digo a todos me refiero al Gobierno, los controladores, los usuarios, los medios de comunicación, etcétera; ahora se ha olvidado lo que significó aquella historia, pero en este país se decretó un estado de militarización...”.
Hoy que ha transcurrido cierto tiempo, Cabo se muestra sorprendido de cómo se diluyó todo. “Se alcanzó un alto grado de intensidad y en pocos meses desapareció, como pasa en nuestros días con las noticias, que se consumen rápidamente y se tiran”, reflexiona. Nacido en Madrid en 1972, la vida de este hombre coincide con la de otras personas muy significativas. Es el pequeño de tres hermanos, hijo de un padre funcionario y una madre ama de casa. El flash de verse jugando en el patio de párvulos, en el barrio de Nuevos Ministerios, lo asocia a una ciudad donde los críos estaban más en casa que en la calle. En la escuela fue seleccionado para participar en una representación de El principito.
César fue un niño solitario al que le gustaba observar con atención lo que ocurría a su alrededor. Quizá por esta razón más tarde cursó la carrera de Periodismo en la Complutense. Antes, en el instituto Ramiro de Maeztu coincidió con Pedro Sánchez, el actual secretario general del PSOE, que vivía tan sólo a un par de manzanas de su casa. En la facultad fue compañero de curso de Letizia Ortiz, la actual reina de España. El acceso a la profesión fue fruto de una casualidad. Estaba estudiando en la escuela de idiomas cuando la profesora de francés les informó de unas becas para un curso de controladores aéreos y de una convocatoria de plazas. Entonces abandonó el doctorado de Periodismo en el que estaba matriculado, hizo el curso de controlador, se presentó al concurso de plazas y obtuvo una.
Los idiomas los fue cultivando antes y después de su actual profesión, primero en San Francisco, donde trabajó de dependiente de una tienda de zapatos para aprender inglés, y después en París, donde para estudiar francés se puso a vender peluches. César Cabo habla –además del castellano y estos otros idiomas–, portugués, italiano y catalán.
No ha perdido aquella planta de chico apuesto y encantador. Durante sus apariciones en medio del caos aéreo del 2010, fruto del impacto superficial que ofrece la imagen televisiva, se habló de su sex-appeal e incluso las redes sociales se referían a “el guapo de la torre de control”.
“Yo creo que este aspecto no define a una persona”, rebate Cabo, “al menos este no era mi objetivo..., otra cosa es que dar bien en cámara ayude”. Pero, claro, la gente siempre juzga. A él le daba rabia que la mayoría le dijera lo guapo que estaba pero que no recordara lo que había dicho. En cambio, un día se le acercó una chica y le comentó lo bien que resultaba como comunicador. “Pero si yo era un ladrillo que hablaba”, dice para defenderse. Después de aquellos días convulsos, Cabo hizo algunas incursiones en cine y televisión, más por curiosidad que por interés. “Me ofrecieron salir en Supervivientes yni les respondí..., hay curiosidades que matan al gato y las oportunidades del gato sólo son siete”, remacha.
César Cabo, que ha colaborado con Albert Rivera y se siente identificado con Ciudadanos, empezó de controlador en Barcelona, después estuvo una larga temporada en Madrid y ahora trabaja en el aeropuerto de Asturias. Le gusta viajar, hacer deporte, conversar con los amigos y salir de copas. La lectura también está entre sus ocupaciones, antes más novela, ahora más ensayo... Es una persona que no ha dejado de ser observadora y le gusta ejercer el autocontrol. Constantemente está analizando y juzgando las circunstancias para moldear su personalidad. Este proceso es una consecuencia de aquella historia que vivió, que le hizo fuerte y capaz de adaptarse a todo. Le preguntamos si le quedó algo pendiente y responde con una pizca de coquetería: “Sí, me hubiera gustado salir en La Contra de La Vanguardia”.
Cinco años después de la militarización de los aeropuertos por la huelga de controladores, su exportavoz está en Oviedo