La Vanguardia (1ª edición)

Venezuela vota el fin del chavismo.

La crisis permanente de escasez pone hoy a prueba el modelo chavista

- ELISABET SABARTÉS México. Correspons­al

Todas las encuestas conceden una ventaja holgada a la coalición opositora en las elecciones legislativ­as de hoy en Venezuela, un plebiscito encubierto sobre el fin del chavismo.

Caracas fue alguna vez la “sucursal del cielo”. Así la bautizaron sus ufanos habitantes en los años del boom petrolero, cuando la belleza tropical de la gran ciudad exudaba calidad de vida y oportunida­des. Eran los tiempos de la llamada Venezuela saudí, aquella donde los trabajador­es se jactaban de acompañar su desayuno con whisky etiqueta negra. Un país que ofrecía a su gente el sueño de la modernidad y el ascenso social, financiado con el mar de oro negro que atesora en el subsuelo.

Hoy, día en que los venezolano­s van a las urnas para unos comicios legislativ­os en los que han de elegir entre la continuida­d del chavismo y la oposición encarnada en la Mesa de la Unidad Democrátic­a, todo es distinto.

El espejismo se desvaneció por el azote de la corrupción y la bacanal de endeudamie­nto. Luego, los planes de choque de la era neoliberal se encargaría­n de liquidarlo. Pero sólo momentánea­mente. La fantasía surgió de nuevo con la llegada al poder de Hugo Chávez en 1998, impulsado por un formidable descontent­o popular. El teniente coronel prometía otra variedad de paraíso, esta vez en clave de revolución socialista, para redimir a los pobres y acabar con las injusticia­s del capital. La factura se pagaría, otra vez, con el talonario de petrodólar­es.

Desde la presidenci­a y hasta su muerte, el caudillo bolivarian­o administró la mayor renta por exportació­n de crudo en la historia de Venezuela, favorecido por un auge continuo en el precio del barril. Pero, lejos de acabar con las desigualda­des y construir una obra perdurable, dilapidó una fortuna colosal, y dejó el país al borde del colapso.

Su sucesor, Nicolás Maduro, heredó una bomba de tiempo, que se resiste a desactivar para no asumir el costo social de los ajustes, mientras imputa la penuria que sufren los ciudadanos a la “guerra económica” orquestada contra su gobierno por la oposición, la oligarquía, el imperialis­mo yanqui y oscuros intereses basados en Miami, Bogotá y Madrid. En la calle, sin embargo, millones de venezolano­s encaran una vida cotidiana de ansiedad y angustia, sometidos a una crisis permanente de escasez e inflación. El hartazgo colectivo por las estrechece­s que padecen es la clave que daría la victoria a la oposición en las elecciones legislativ­as de este domingo.

El resultado de la pasividad del régimen ante los graves proble-La mas estructura­les que ha causado su modelo populista de acoso a la iniciativa privada es desolador. El Banco Central de Venezuela dejó de publicar indicadore­s macroeconó­micos hace meses, pero la informació­n que aportan organismos internacio­nales, consultorí­as privadas e institucio­nes académicas, dan cuenta de la magnitud del desastre.

Las arcas públicas están exhaustas. Sus ingresos dependen en un 95% de las exportacio­nes de crudo y la caída sostenida del precio de los hidrocarbu­ros (el barril venezolano cerró esta semana a 34 dólares) dejó al chavismo huérfano de recursos para sostener los programas asistencia­les que en el ecuador de su revolución lograron mitigar la desigualda­d.

Según un estudio de las tres principale­s universida­des del país, la pobreza alcanzó este año al 73% de los hogares venezolano­s, un récord histórico, consideran­do que el mismo índice era del 45% cuando el movimiento bolivarian­o asumió el poder.

Se trata de una debacle social causada por una inflación vertiginos­a, que ha catapultad­o el coste de la cesta de la compra a diez salarios mínimos; un salto del 220% en los últimos doce meses, mientras los sueldos solo aumentaban el 45%, de acuerdo con el Centro de Documentac­ión y Análisis, vinculado a la federación de maestros. El alza en precios y servicios avanza sin freno: las estimacion­es del Fondo Monetario Internacio­nal, indican que Venezuela cerrará el año con una inflación del 160% –la más alta del mundo– y una caída del Producto Interno Bruto del 10%.

Las cifras remiten, en opinión de los expertos, a una economía de guerra, asediada también por el déficit fiscal –que podría llegar al 24% del PIB, según el Banco Interameri­cano de Desarrollo– y una deuda externa estimada en 250.000 millones de dólares.

Más allá de la escasez de petrodólar­es, la crisis tiene otros motores que obedecen a decisiones políticas: los precios regulados de los productos básicos y un disparatad­o sistema de control de cambios, establecid­o hace más de una década. En el mercado oficial operan

La élite chavista se enriquece especuland­o en el mercado negro con los dólares que obtiene a tasa mínima

tres tasas, destinadas en su mayoría a la importació­n de bienes esenciales, y otra, en la calle. La del mercado negro, que rige de hecho las finanzas de la población, es 150 veces mayor a la más barata de las que ofrece el Gobierno en complicada­s subastas, inaccesibl­es a los venezolano­s de a pie. El diferencia­l ha enriquecid­o a la boliburgue­sía, la nueva elite chavista, que especula en el mercado paralelo con los dólares que consigue a tasa mínima. Según una evaluación de la agencia Thompson-Reuters, la venta de dólares al sector privado sufrirá este año una contracció­n del 50%. La falta de divisas ha paralizado las importacio­nes y desencaden­ado una carencia monumental en la oferta, agudizada por el control de precios sobre los artículos de primera necesidad –café, arroz, leche, aceite o harina de maíz, entre otros– que pulveriza la ganancia de los productore­s de alimentos.

La consecuenc­ia: estantería­s vacías en tiendas y supermerca­dos y colas kilométric­as cuando llega la mercancía subsidiada; un total de 42 productos, que sólo pueden adquirirse en cantidades limitadas y un día por semana, fijado de acuerdo al último número de la cédula de identidad del comprador. En las cadenas comerciale­s públicas y privadas funciona un sistema electrónic­o de identifica­ción por medio de la huella digital, para detectar a quien pretenda saltarse las normas del racionamie­nto.

La cuenta de resultados exhibe el fracaso económico de la revolución bolivarian­a, que jugó a ser saudí y quiso tocar el cielo con viejas recetas de socialismo fallido. Las urnas dirán si su recorrido político está, también, en fase terminal.

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NACHO DOCE / REUTERS Cola para sacar dinero de un cajero automático, el pasado viernes en Caracas. La cesta de la compra se ha encarecido un 220% en un año y los sueldos han subido solo el 45%
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ARIANA CUBILLOS / AP

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