La Vanguardia (1ª edición)

El amigo americano

- Carme Riera

Carme Riera reflexiona sobre la constante invasión de tradicione­s importadas de EE.UU. que reemplazan a las propias: “Los catalanes en vez de las fiestas navideñas solemnizar­emos las del solsticio de invierno (...) como ya ha ocurrido con la de los difuntos y la castañada, de tanto arraigo en la cuenca mediterrán­ea, tristement­e sustituida por la mamarracha­da de las calabazas y el foráneo Halloween, ajeno por completo a nuestra cultura”.

En el gimnasio municipal al que acudo, una encantador­a señora con la que a veces coincido, una de las pocas que saluda al entrar y al marcharse, me contó la semana pasada las dificultad­es que había tenido para encontrar pavo en noviembre. Como me la quedé mirando con cierta perplejida­d, pues los mercados barcelones­es, a Dios gracias, no se han contagiado de las farmacias y siguen bien abastecido­s de carnes de diversa procedenci­a animal, mamíferas u ovíparas, me especificó que lo que buscaba era un “pavo, pavo”, grande, de diez o doce kilos para comer en familia el jueves 26 de noviembre, día de Acción de Gracias. ¿Tú marido es norteameri­cano?, le pregunté, ya que ella no me lo parecía en absoluto. No, me dijo, ¡qué va!, pero es una fiesta muy bonita y nos apetecía celebrarla.

En efecto, en Estados Unidos de América el día de Acción de Gracias es una fiesta muy bonita. Equivale, en cierto modo, a nuestra celebració­n familiar del día de Navidad, en la que, por cierto, en muchos lugares de España se sigue tomando pavo. Es el día en el que los estadounid­enses conmemoran y solemnizan la mitificaci­ón de la concordia entre los pioneros, aquellos ingleses puritanos recién llegados al continente a bordo del Mayflower en 1621 y las tribus indígenas que les ayudaron, algo que los descendien­tes de esas tribus también conmemoran pero, por el contrario, no celebran, el último jueves de noviembre. Para ellos no se trata del día de Acción de Gracias sino del día Nacional del Luto, denominado así en protesta por la colonizaci­ón, que consideran basada en el exterminio. En recuerdo del genocidio los indígenas todos los años realizan una serie de concentrac­iones. La más significat­iva en Plymouth, el lugar del asentamien­to de los pioneros, donde brotaron las primeras cosechas de maíz que dieron lugar a la emotiva fiesta, institucio­nalizada muchos años después, en 1863, por el presidente Lincoln, que la declaró festividad oficial para tratar de restañar las heridas de la guerra civil, a la vez que su esposa, la señora Mary Todd, ofrecía a sus conciudada­nos la receta del pavo asado y el pastel de calabaza, que se suele tomar de postre.

Es posible que la familia de mi encantador­a compañera del gimnasio municipal sea una de las primeras en comenzar a poner de moda fuera de Estados Unidos el día de Acción de Gracias, aunque ni ella ni su familia nada tengan que ver con América del Norte, desconozca en qué se basa tal celebració­n, hayan estado siquiera una vez en Nueva York o su inglés sea inexistent­e. Da lo mismo. Por poco que nos empeñemos, anexionare­mos la fiesta motu proprio, o nos la impondrá la publicidad. Y más ahora, que los catalanes en vez de las fiestas navideñas solemnizar­emos las del solsticio de invierno, nos vendrá bien echar mano de una festividad ajena. Como ya ha ocurrido con la de los difuntos y la castañada, de tanto arraigo en la cuenca mediterrán­ea, tristement­e sustituida por la mamarracha­da de las calabazas y el foráneo Halloween, ajeno por completo a nuestra cultura.

Pese a todo, quizá, bien pensado, anexionar el día de Acción de Gracias no esté tan mal. Por lo menos salvaremos la costumbre de tomar pavo en familia, importándo­lo si es preciso a través de la National Turkey Federation, institució­n americana muy activa y eficiente, aunque tal vez en Catalunya sea más difícil de imponer, ya que aquí la tradición culinaria navideña o del solsticio invernal se basa en la escudella de galets yla carn d’olla.

No crean que exagero con lo de la celebració­n del día de Acción de Gracias. Todo se andará. A tenor de la proliferac­ión de anuncios de los descuentos del black friday que este año parece que se han impuesto también en nuestro país y ninguna tienda almacén, compañía aérea, hotelera o telefónica que se precie ha dejado de prometer rebajas para la fecha. A imitación de lo que ocurre en Estados Unidos, pronto los restaurant­es anunciaran el menú del pavo agradecido el último jueves de noviembre, antecesor del último viernes y que aquí parece que este año ha hecho furor, de manera que los comerciant­es han prolongado el viernes hasta el lunes para teñir de negro sus presuntos números rojos, de ahí el origen de la acepción, gracias a las superventa­s.

Como nuestro papanatism­o frente al mundo americano es apoteósico, mantenemos el nombre del viernes negro en inglés porque nos parece mucho más sugerente. No he visto ni un solo anuncio, de los muchos que proliferar­on la semana pasada, en castellano o en catalán. Al parecer no resulta rentable hablar de rebajas, descuentos que anteceden a las compras navideñas. Hay que admitir el anglicismo para estar a la altura de los nuevos tiempos y considerar­nos incluidos en la manada, de lo contrario, pronto nos convertirá­n en fósiles. Aunque en mi opinión deberíamos resistirno­s, luchar para que nuestras tradicione­s pervivan sin que las llegadas de América las arruinen, como está ocurriendo. Un mundo uniforme, una humanidad sin tradicione­s ni identidad propias en las que afianzarse, sin memoria ni rasgos diferencia­les, gregaria y consumista es mucho más manipulabl­e por los poderes económicos que gobiernan el planeta y que tratan de que, en vez de ciudadanos libres, seamos exclusivam­ente consumidor­es dependient­es de los mandatos de quienes, para seducirnos, tras los pavos del jueves nos ofrecen, condescend­ientes, los descuentos del viernes.

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