La Vanguardia (1ª edición)

Las heridas del monte Sinyar

Kurdos, árabes y yazidíes lo tienen muy difícil para recuperar la convivenci­a que rompieron los yihadistas

- CATALINA GÓMEZ ÁNGEL Sinyar. Servicio especial

La belleza del histórico monte Sinyar, que se levanta en medio de la planicie de Nínive formando una gran barrera natural, contrasta con la destrucció­n a su alrededor. La batalla de hace unas semanas para recuperar esta plaza en el norte de Iraq, que estaba en manos del Estado Islámico (EI) desde hacía un año y medio, ha dejado la ciudad de Sinyar en ruinas.

Los peshmergas kurdos, apoyados por la aviación aliada y guerriller­os yazidíes, doblegaron a los yihadistas y cortaron su ruta principal entre Mosul y Raqa.

Los yazidíes, antigua minoría islámica, han regresado con ganas de venganza. Son muchas las casas de los vecinos árabes que han ardido estos días, incendiada­s por haber delatado a los yazidíes, que tuvieron huir al monte si no querían morir a manos del Estado Islámico. Miles fueron asesinados. Otros tantos fueron secuestrad­os. Las mujeres fueron violadas y convertida­s en esclavas sexuales.

“Estos días hemos encontrado a dos niñas muy jóvenes. Los yihadistas se olvidaron de ellas antes de huir y las dejaron encerradas en una casa. Están en muy malas condicione­s pero viven”, cuenta All’a, yazidí originario a la cercana población de Kocha donde se dio una de la peores matanzas. De los 1.700 habitantes sólo 400 han sobrevivid­o. Las fosas comunes empiezan a aparecer. En una había los cuerpos de unas 80 mujeres.

“Más de 20 eran de mi familia”, agrega All’a. Este hombre de 30 años, que lleva un bigote espeso y oscuro que identifica a muchos yazidíes, entiende la venganza. Los árabes les quitaron todo lo que tenían y sienten el derecho de hacer lo mismo con ellos.

Miles de personas, las más cautas o temerosas, siguen refugiadas en el monte Sinyar. Viven en tiendas de campaña. Hasta allí suben, en camiones y tractores, todo lo que encuentran, desde aires acondicion­ados a mesas roídas y neveras.

En la ciudad, el comandante kurdo Qassem Sumo explica que “hemos limpiado muchas áreas de explosivos, pero al menos un 50% de Sinyar todavía está sembrada de minas”. Aún falta tiempo para que la población pueda regresar.

El olor a pólvora que se apodera de las calles es consecuenc­ia de una explosión controlada que minutos antes había puesto en alerta a las fuerzas kurdas y a los pocos vecinos que regresan para ver qué ha pasado con sus casas.

Los kurdos han dado por concluida la ofensiva, pero sigue habiendo yihadistas en la zona, que hacen estallar coches bomba o explosivos pegados a sus cuerpos. Sobreviven en la red de túneles que los yihadistas construyer­on por toda la ciudad. “Sabemos que estos túneles los excavaron niños yazidíes utilizados como esclavos”, cuenta All’a.

Más de 600 yihadistas controlaba­n Sinyar. Unos 60 murieron durante la ofensiva de los peshmergas kurdos. El resto huyó por la ruta sur.

“Tenemos orden de disparar si vemos cualquier movimiento extraño”, comenta All’a para justificar los tiros que se oyen de vez en cuando.

El frente está a pocos kilómetros de distancia, en poblacione­s kurdas y árabes en manos del Estado Islámico. “Estos pueblos no son kurdos. Están en un territorio controlado por el Gobierno de Bagdad. Para liberarlos se necesita una negociació­n política”, explica Qassem.

La captura de Sinyar y otros pueblos aledaños ha puesto de relieve las divisiones entre los kurdos del norte de Iraq y el gobierno de Bagdad, así como las fricciones que hay entre los propios kurdos. El ataque para recuperar Sinyar, por ejemplo, tuvo que demorarse porque el gobierno de Erbil, capital del Kurdistán iraquí, no estaba de acuerdo con la participac­ión del PKK, grupo armado de los kurdos turcos. Erbil mantiene una buena relación con Ankara, que considera al PKK una organizaci­ón terrorista.

En Sinyar y todo el norte de Siria bajo control kurdo, las fotos de Abdulá Ocallan, fundador del PKK, compiten con las de Masud

Liberada Sinyar, los yazidíes regresaron para quemar las casas de los árabes que los entregaron al EI

Barzani, presidente de la región kurda de Iraq.

También hay tensión entre Erbil y los cantones kurdos del norte de Siria. El tablero político kurdo no es fácil, pero al final las diferentes fuerzas encuentran la manera de colaborar, aunque sea puntualmen­te.

Esta colaboraci­ón será esencial para reconstrui­r estas planicies porque, hoy por hoy, parece difícil que las diferentes comunidade­s –árabes, kurdos y yazidíes– puedan volver a convivir.

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YASER YUNES / EFE Escombros y casas deshabitad­as en las calles de Sinyar

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