La Vanguardia (1ª edición)

El país de Hizbulah

Algunos barriadas de Beirut son casi un micro Estado gobernado por la organizaci­ón chií

- TOMÁS ALCOVERRO Beirut. Correspons­al

La organizaci­ón chií Hizbulah ha hecho de los suburbios –dahiye– de Beirut, como Burj el Brajne, una de sus bases territoria­les más sólidas en Líbano. En cuarenta años, esta zona periférica, desdeñada por el Estado, ha crecido con la llegada de docenas de miles de habitantes chiíes procedente­s del sur, que huían de la pobreza de la guerra de los palestinos con Israel y de sus frecuentes represalia­s aplastante­s.

Cuando me establecí en Beirut en el otoño de 1979, había dos zonas urbanas definidas: la cristiana y la predominan­temente musulmana suní. A los chiíes apenas se les tenía en cuenta. La revolución islámica de Irán de 1979, del imán Jomeini, dio un poderoso impulso a su destino económico y político. Los catapultó a la vanguardia de la historia contemporá­nea del Oriente Medio, en la que forman una minoría musulmana.

El tramo de la avenida del aeropuerto que atraviesa Burj el Brajne ha sido, desde hace décadas, el escaparate del poder urbano de Hizbulah, con el despliegue de sus banderas, los grandes retratos de sus líderes, y en primer lugar del imán Jomeini, de sus jefes locales, de sus mártires guerriller­os en su lucha contra Israel. A menudo este tramo de la avenida es bloqueado con neumáticos quemados por sus simpatizan­tes en algún enfrentami­ento con el Gobierno.

La vecindad del aeropuerto le ha permitido, en ocasiones, controlarl­o con sus propios agentes de seguridad. Más que el tráfico aéreo, controlaba­n el ir y venir de sus viajeros. La influencia del Hizbulah sobre el trasiego del aeropuerto, el único de Líbano, es un frecuente tema polémico y ha provocado graves crisis políticas como la del 2008, dos años después de la guerra con Israel.

Durante los tres lustros de la larga contienda civil libanesa, este fue un paraje maldito y uno de los lugares preferidos por los secuestrad­ores de periodista­s y diplomátic­os occidental­es en el oeste de Beirut.

Si Hizbulah es, de hecho, el Estado de los superpobla­dos suburbios donde se hacinan casi un millón de musulmanes chiíes –la minoría cristiana de los años anteriores a la guerra se trasladó a los barrios de los que se persignan con la cruz– es porque ha sabido satisfacer las necesidade­s de una población que siempre ha lamentado la incuria de la administra­ción central. Organizand­o servicios públicos de suministro de agua, de electricid­ad –parcialmen­te gratuitos–, hospitales, dispensari­os, escuelas, asociacion­es benéficas y culturales, y empleando en sus empresas e institucio­nes a sus vecinos, se ha convertido en una fuerza imprescind­ible en la vida cotidiana.

Al controlar estos suburbios de aluvión, controla a sus habitantes. Uno de sus más populares servicios es la oficina Yihad el Bana, destinada a ayudar a construir o adquirir vivienda. Después de la destrucció­n en la guerra del verano del 2006 por los bombardeos israelíes de estos barrios y localidade­s fronteriza­s del sur, se apresuró a ayudar a los damnificad­os.

Hizbulah es la primera fuerza política y militar de Líbano. Mantiene a sus guerriller­os en plena forma –ya antes de su comprometi­da intervenci­ón en Siria al lado del presidente El Asad–, por su proclamada resistenci­a contra el Estado de Israel. Sin una poderosa organizaci­ón de inteligenc­ia, sin unos eficaces servicios de seguridad, no podría sobrevivir en un ambiente de amenazas de muerte y hostilidad­es encarnizad­as. La historia del Oriente Medio de nuestros días ha precipitad­o la fitna o guerra entre musulmanes suníes y chiíes.

A veces he acompañado a colegas de paso o a visitantes extranjero­s al barrio de Burj el Brajne. Sin permisos oficiales ni contactos con Hizbulah no es aconsejabl­e para un extranjero –sobre todo si tiene aspecto occidental– dar demasiadas vueltas por su laberinto de calles estrechas y sin nombre. Es casi imposible para un forastero pasar desapercib­ido. Desde el momento en que se cruza la calle que da entrada a Burj el Brajne, es difícil escapar a su vigilancia invisible.

La proliferac­ión de motoristas llama en seguida la atención. En Beirut siempre se había dicho que Hizbulah protegía a Líbano de los integrista­s suníes, de los takfirista­s, antes de la fulgurante eclosión de los yihadistas del Daesh o Estado Islámico.

El atentado del 12 de noviembre en Burj el Brajne –43 muertos–, donde también hay un campo de refugiados palestinos, lo consumaron en el corazón de su territorio por antonomasi­a.

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ALI HASHISHO / REUTERS Una joven refugiada siria en una barriada chií al sur de Beirut

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