Lo que excita a la ‘common people’
Después de un largo tiempo de ausencia del frente de batalla en las campañas electorales, el cronista acudió al mitin de Pablo Iglesias y Ada Colau en Bellvitge con expectativas de ver algo realmente diferente de lo que ya había conocido. ¿Qué menos podía esperar de los máximos representantes de la llamada nueva política? He de confesar que la decepción hubiera sido mayor de no haber mediado las rumbitas morunas con las que los teloneros musicales de En Comú Podem amenizaron la larga espera hasta el inicio de un acto largo, larguísimo, con demasiados actores secundarios –es lo que tienen estas candidaturas corales y variopintas– y que adoleció de falta de ritmo y de un exceso de previsibilidad en el guión. Nada muy distinto de lo que uno pueda encontrarse habitualmente en las ceremonias de los partidos de siempre, salvo el público. No por la edad –avanzada, como mandan los cánones en lo que a la asistencia a los mítines de la mayoría de formaciones políticas se refiere– sino por el entusiasmo que manifiestan. Un entusiasmo que explica, por ejemplo, que casi medio millar de personas, a las que se impidió acceder al polideportivo para no sobrepasar los límites del aforo, aguantaran estoicamente dos horas largas de discursos contemplando el altavoz instalado por la organización en la calle con ojitos de cariño, como si estuvieran delante de la coleta de Pablo Iglesias (un apéndice capilar que, a juzgar por las constantes referencias de sus compañeros de candidatura, va camino de convertirse en un objeto de culto comparable a los pelos del bigote de John Lennon que se subastaban en las ferias de coleccionistas).
La common people de En Comú Podem (buff, cómo cuesta acostumbrarse a este nombre) es, de natural, más animada. Cuando vitorea a Pablo Iglesias al grito de presidente, presidente, uno llega a creerse por momentos que están convencidos que su líder desalojará a Mariano Rajoy de la Moncloa. Se enardecen ante cualquier referencia a los banqueros, a las empresas del Ibex 35, a las castas y, sobre todo, a la defensa de la sanidad pública. Pero, en cambio, el euforiómetro no alcanza temperaturas muy altas cuando los que están sobre el escenario lanzan al viento promesas de referéndums independentistas o cuando mentan el derecho a decidir. Es lo que hicieron dos viejos conocidos, Ada Colau y Pablo Iglesias. Su primer encuentro data del 2001, cuando el hoy concejal Jaume Asens presentó el joven profesor universitario a la futura alcaldesa de Barcelona, que grababa un documental sobre los movimientos sociales para una productora audiovisual. Dicen algunos maliciosos que en la actualidad no mantienen una muy buena relación. Si es así, lo disimulan a la perfección: ayer se echaron tantas flores el uno al otro que agotaron las existencias de Mercabarna.
El entusiasta público de Iglesias y Colau no se vuelve loco cuando alguien le promete un referéndum