La Vanguardia (1ª edición)

Comidilla de Navidad

- Joaquín Luna

Ya están aquí, prometedor­as, alegres y anheladas, las cenas de empresas y otros colectivos. –¡La comida es lo de menos! Organizar una comida donde la comida es lo de menos es el inicio de este juego de los disparates donde adultos acuerdan cenar pésimament­e en vísperas de Navidad en restaurant­es cuya superviven­cia es un misterio.

Las cenas de empresa y otros colectivos tienen una explicació­n. Hartos de verse las caras, los asistentes aspiran a verse otras partes del cuerpo: las piernas, el canalillo de los senos o ese tatuaje donde la espalda pierde su nombre.

A veces, la gente es más superficia­l y se contenta con mirar el tirante rojo que asoma en el hombro de la analista financiera –nunca falta un sujetador rojo en estas cenas– o de la animadora oficiosa de la asociación de padres, señora cachonda cuyo marido levita y profesa el estoicismo.

No es de extrañar que en estas comidas se coma mal, muy mal, porque no son propiament­e comidas sino comidillas, sinónimo de murmuració­n.

Hartos de verse las caras, los comensales en las cenas de Navidad aspiran a verse otras partes del cuerpo

–¡Judit está que se sale hoy! –¿Y dices que la de seguridad se acaba de divorciar? –Yo creo que a Laia le va la marcha... Y así, por lo bajinis, los compañeros comentan las pequeñas cosas que la convivenci­a, el día a día y las obligacion­es conyugales impiden apreciar el resto del año.

Naturalmen­te, siempre hay una figura dispuesta a rebajar la euforia:

–¿Nadie ha pensado que soy intolerant­e al apio? Camarero, podría tocarle usted los huevos al cocinero y cambiarme el pato por una tortilla sin apio.

Luego están los aguafiesta­s sibilinos. Armados de tecnología móvil, esperan al momento mágico en que Judit se dispone a hacerle un pase privado de lencería a Marc: –Judit, Marc, ¡os hago una foto! Judit y Marc ponen cara de fiesta, consciente­s de que la foto en Facebook agravará ese instante de tensión sexual destruido. –¡Vamos a bailar! Tras la cena, hay una primera criba prometedor­a, de apariencia decente. Hasta que alguien observa:

–¡Anda! Paco se ha ido con la nueva. Me parece que le pillaba de camino.

–Sí, ella vive sola en Rubí y Paco en el Putxet.

Los supervivie­ntes prolongan el espíritu de la cena en el Luz de Gas y tratan, ante todo, de demostrar que en el interior del compañero anodino hay un tipo que vive soñando, cantando y bailando. Un hombre maravillos­o –y casado– que se crece con las cenas de Navidad y los gin-tonics, se ríe de sus chistes y a última hora de la noche le susurra a Judit: –Siempre me has gustado, Julia. Los supervivie­ntes se felicitan de su aguante y se despiden pensando dónde estuvo nuestro error sin remisión, fuiste tú el culpable o lo fui yo, ni tú ni nadie, no fuimos comidilla.

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