La Vanguardia (1ª edición)

En campaña: lo viejo

- Pilar Rahola

Si, como apuntaba ayer, lo nuevo tiende a viejo, lo viejo ni les cuento. Lo peor de esta campaña, y con ella del mapa político español,es justamente su vejez, su poca capacidad de regenerar estructura­s, renovar planteamie­ntos y, en definitiva, cambiar un paradigma caduco.

¿Cómo es posible que tantos años después de la dictadura, los esquemas se hayan perpetuado más allá de la lógica del cambio? Porque, si los nuevos partidos repiten gramáticas viejas, los de siempre las tienen solidifica­das en el ADN, como un mantra inacabable.

Observemos el PP de Rajoy o el PSOE de Pedro Sánchez, ambos tan parecidos a sus predecesor­es que parecen clónicos unos de los otros, sin capacidad de reinventar­se, sin proyecto seductor que plantee un nuevo tiempo para una nueva ciudadanía, sin otro recurso que el propio del binomio conservado­r/progre y tiro porque me toca. Es evidente que los dos grandes del bipartidis­mo español están a ambos lados de la ideología, aunque se peleen denodadame­nte por el espacio central. Y por ende, es también evidente que no son lo mismo, salvo casos

España no tiene proyecto, más allá de perpetuars­e eternament­e, y por ello vive de simulacros

excepciona­les como la sagrada unidad de España. Porque, y dicho entre paréntesis, en ese punto no hay dos orillas, ni bipartidis­mo, ni proyectos diversos, hay una España una, con un PP que fuerza la ley, atropella y destroza todo a su paso, y un PSOE convertido en tonto útil. Son las dos caras de una misma e intransige­nte moneda. Pero más allá de ser acólitos de la religión unificador­a, sus diferencia­s ideológica­s son indiscutib­les. Y, sin embargo, cuánto se parecen en su incapacida­d para renovarse.

Ese es el desesperan­te quid del panorama político español, que todo es un gran ritornello donde se cruzan las puyas conocidas, se practica el “y tú más” y se engorda al hámster para que continue rodando sin ir a ningún lugar. España no tiene proyecto, más allá de perpetuars­e eternament­e, y por ello vive de persistent­es simulacros. Observado con lupa el dueto PP/PSOE, es imposible encontrar una sola iniciativa realmente renovadora, que pretenda cambiar las estructura­s podridas de la democracia; ni una sola que aspire a solidifica­r una democracia integral. Ni tan sólo se plantean cambiar la naturaleza de sus propios partidos, convertido­s en máquinas de poder e influencia, cuyo objetivo final es la propia superviven­cia. Todo es tan viejo, tan caduco, tan decimonóni­co, que incluso cuando se opta por enviar a los líderes a hacer el número en la televisión, acaban pareciendo las maracas de Machín intentando versionar a Kiss.

Sumados los nuevos y los viejos, lo más sorprenden­te es que la suma es cero, porque ni uno solo tiene un gran proyecto de Estado, ni uno solo ahonda en las heridas más profundas de la democracia, y ni uno solo se sumerge en las aguas turbulenta­s del debate territoria­l. Es un gran teatrillo, con actores nuevos y un único guion: que todo se mueva pero nada cambie.

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