La Vanguardia (1ª edición)

La chispa de la vida

- Cristina Sánchez Miret C. SÁNCHEZ MIRET, socióloga

La chispa de la vida” ha sido uno de los eslóganes más conseguido­s de Coca-Cola, y, en general, del mundo de la publicidad. De hecho, la expresión para una buena parte de la población –aunque quizás para las generacion­es más jóvenes ya no– estará, siempre más, ligada a esta marca comercial. Todavía hoy recuerdo música e imágenes de los anuncios asociados al concepto.

La expresión es simpática –en ella misma, sin tener en cuenta la propaganda de marca– por lo que tiene de positiva y alentadora. Va más allá de la idea de las ganas de vivir, habla de lo que te anima e, incluso, de aquello por lo que vale la pena vivir. Es precisamen­te la pérdida de este sentimient­o de vida lo que ha llevado a una ciudadana británica a desear la muerte. Cuando menos, se expresa en estos términos, dice que ha perdido “la chispa”. Así lo ha declarado la protagonis­ta en un juicio, la sentencia del cual está removiendo la opinión pública en el Reino Unido.

C. –no ha trascendid­o su nombre– sufrió un cáncer de mama que ha superado. Cayó, sin embargo, a raíz de la enfermedad, en una depresión que la llevó a realizar un intento de suicidio, del que se recuperó con los riñones dañados y por eso necesita, para sostener la vida, un tratamient­o de diálisis que se niega que le administre­n. Está cuerda –cuando menos, eso opinan tanto médicos como familiares– y el tribunal les ha dado la razón y, por lo tanto, le han concedido el derecho a rechazar el tratamient­o médico que le salvaría la vida.

No tener “chispa” para ella significa que ya no se ve ni joven ni guapa, y que además es pobre, y por lo tanto no está dispuesta a sus 50 años a seguir viviendo. No quiere ser ni pobre, ni fea, ni vieja; toda una declaració­n de principios, además decidida e inamovible.

Para muchos una frivolidad bárbara por la cual la mayoría no estaríamos dispuestos a morir; pero que, en cambio, formula tres valores –tanto el dinero, como la juventud, como la belleza– que gobiernan nuestras vidas mucho más allá de lo que pensamos o estamos dispuestos a admitir. Porque, dejando de lado la crudeza del planteamie­nto, lo cierto es que en este caso se muestra sin ambages un aspecto de nosotros y de nuestra sociedad que no queremos ver ni reconocer, pero que tiene secuestrad­o nuestro estilo de vida en la medida en que les dejamos ser principios fundamenta­les de la misma.

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