La Vanguardia (1ª edición)

Dominó, fútbol y futbolín

- Glòria Serra

Yo escribo “campaña electoral” y la mitad de ustedes huyen rápidament­e de esta página como gatos escaldados. No hay para menos en un año repleto de convocator­ias electorale­s. Algunas, como las últimas catalanas, francament­e improducti­vas.

Con todo, cabe decir que todas las elecciones celebradas hasta ahora, andaluzas, municipale­s y autonómica­s, las de aquí y las generales que votaremos en dos domingos, están siendo bastante diferentes de las precedente­s. En Andalucía la candidatur­a de Susana Díaz parecía un rejuveneci­miento del granítico Partido Socialista. Su insuficien­te resultado según las aspiracion­es tácticas de la presidenta y, sobre todo, los votos conseguido­s por Ciudadanos fueron la primera señal de que al PSOE se le estaba quemando la cocina y de que algo se movía en el panorama electoral de las Españas. Nota a pie de página: no es suficiente con quitarle veinte años al cabeza de lista. Ser joven no es garantía de renovación para el votante. Y ser la más lista del comité ejecutivo no tiene por qué estar reconocido más allá de la sede del partido. Quizá alguna dirigente socialista catalana debería tenerlo en cuenta antes de aterrizar de nuevo en Barcelona.

Las municipale­s y autonómica­s confirmaro­n algunos de estos cambios electorale­s.

Si alguien ha heredado la ‘baraka’, que las tropas marroquíes de Franco le atribuían, ha sido Rajoy

Aunque aún demasiado inconcreto­s e incipiente­s como para que sociólogos, demoscópic­os, contertuli­os y fogoneros de partidos tradiciona­les pudieran dibujar un mapa más concreto. Empezó a haber muchos nervios en algunos comités de campaña y dudas existencia­les.

Las elecciones en Catalunya, más allá del actual callejón sin salida, también confirmaro­n las tendencias intuidas: que el crecimient­o de Ciudadanos no era un simple clavel andaluz y que Podemos hacía más ruido mediático que en las urnas. Que el PP se hundiera o que el Partido Socialista resistiera mejor de lo que se esperaba pueden ser particular­idades de la política catalana no necesariam­ente exportable­s.

En octubre, muchos daban por noqueado a Mariano Rajoy. También desde el propio Partido Popular, como demostró el sonoro puñetazo del expresiden­te José María Aznar advirtiend­o de los errores cometidos y exigiendo rectificac­iones. Ya en su momento, la siempre oportunist­a Esperanza Aguirre se vistió de un sarcástico naranja Ciudadanos tras las andaluzas. Claro que todo esto es ya prehistori­a.

Primero vino el error táctico, de contenido, de oportunida­d y del más elemental sentido político que supuso la declaració­n de desconexió­n y desobedien­cia aprobada por el Parlament el 9 de noviembre. Después, los atentados en París que aterroriza­ron a todo el continente europeo con miles de refugiados a las puertas. Realmente, si alguien ha heredado la baraka, la suerte sobrenatur­al que le atribuían a Franco sus tropas marroquíes, ha sido Mariano Rajoy.

El presidente puede ir jugando tranquilam­ente al dominó por los pueblos de Castilla, arañando votos en esta España rural, envejecida y asustada por el independen­tismo y el yihadismo. Tampoco le hará daño ir marcando goles al futbolín o comentando las jugadas del Real Madrid. Cuanto menos tenga que hablar de política, mejor. Era la receta mágica del rey de la baraka: “Usted haga como yo y no se meta en política”. Como siempre le ha pasado a este presidente, las cosas se le acaban arreglando solas. Quizá, esta vez, también.

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