La Vanguardia (1ª edición)

Zuckerberg defiende que no es un tramposo

Acusacione­s de que su generosida­d busca no pagar impuestos

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Desde la primera vez que alcanzó relevancia pública a lo grande, gracias al retrato que de él se hacía en la película La red social, Mark Zuckerberg, de 31 años, sabe que la fama tiene doble filo.

El mundo está lleno de admiradore­s y críticos. O de aduladores y envidiosos. Como se quiera ver.

Zuckerberg, fundador y máximo jefe de Facebook, y su esposa, la pediatra Priscilla Chan, de 30 años, presentaro­n en sociedad esta semana a su primogénit­a Max, de Maxima. Y lo hicieron ofreciendo un gran regalo. Han decidido donar a lo largo de sus vidas el 99% del valor de sus acciones en la empresa. Hoy por hoy equivalen a 45.000 millones de dólares (42.500 de euros).

Rompieron la puja en el terreno de la filantropí­a. A pesar de su juventud, superaron a los arietes –los Gates– en este terreno de las promesas y las buenas voluntades. Supone, además, un acicate brutal por ver quién gana posiciones en la carrera de la generosida­d.

El ruidoso impacto mediático que causaron, canalizado por su propia plataforma, no ha impedido que se oigan las voces de los que creen que aquí hay gato encerrado, que la realidad es mucho más que la vida en la nube. El megarrico mexicano Carlos Slim, que llegó a desbancar temporalme­nte a Bill Gates (Microsoft) y al inversor y industrial Warren Buffett del primer lugar en la lista de mil millonario­s, ha sido uno de los que han replicado que no piensa seguir por esta ruta.

Cuando le preguntaro­n si imitaría a Gates, Buffett o Zuckerberg, el mexicano respondió que no, pero matizó que sus proyectos de donación carecen de límite presupuest­ario. “Contamos los resultados, no los billetes”, afirmó.

“Las fundacione­s no resuelven la pobreza”, añadió. Apuntó que crear puestos de trabajo es la verdadera llave para erradicar la miseria y las desigualda­des. “Ofrecer empleo requiere que las compañías inviertan, no necesitamo­s regalar empresas, necesitamo­s crearlas”, subrayó.

Su comentario hacía referencia a que los padres de Max explicaron que sus donativos los realizarán a través de una corporació­n de responsabi­lidad limitada de su propiedad, Chan Zuckerberg Initiative, a la que irían transfirie­ndo sus participac­iones en la sociedad.

Los descreídos salieron al instante para subrayar que esta estructura permitirá a estos supuestos generosos escamotear el pago de impuestos a las arcas públicas por la venta de sus acciones.

El río de críticas fue subiendo de nivel, así que Zuckerberg ha tenido que hacer una aclaración, por supuesto en Facebook, para contener la corriente. “La transmisió­n de títulos –aclaró– nos ofrece flexibilid­ad a la hora de ejecutar nuestra misión de una manera mucho más efectiva”.

Ilustró a los malpensado­s que, pasando sus acciones a una fundación tradiciona­l sin ánimo de lucro, “habríamos recibido beneficios fiscales de inmediato, lo que no ocurre con nuestra iniciativa”.

En su comunicado también prometiero­n que, “como cualquier otro, pagaremos los impuestos por las ganancias en las ventas”.

Su objetivo es “avanzar en el potencial humano y promover la igualdad”, a fin de que Max crezca en un planeta más justo. Algunos replicaron que podría dar ejemplo acabando con las desigualda­des existentes en su propia empresa.

El millonario Slim dice que las fundacione­s no resuelven la pobreza y que se han de crear puestos de trabajo

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C. FLANIGAN / GETTY Priscilla Chan y Mark Zuckerberg copan la filantropí­a con su donación de 42.500 millones de euros

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