La Vanguardia (1ª edición)

Draghi se atribuye el mérito

- Manel Pérez

Nuestras medidas han funcionado y, de hecho, probableme­nte son la fuerza dominante que ha estimulado la recuperaci­ón que vemos ahora”. Una aseveració­n contundent­e que podría estar en la boca de cualquier miembro del Gobierno español en estos días de campaña electoral en los que uno de los puntos de debate más intenso es si la economía está recuperánd­ose de los duros embates de la crisis. La respuesta oficial, como no podía ser de otra manera, es que sí, la economía ha salido del túnel y ahora camina con rumbo seguro hacia un futuro rutilante. Obviamente, es el mensaje implícito antes de la campaña, explícito ahora, gracias a la buena obra del Gobierno saliente.

Sin embargo, esta criatura –la recuperaci­ón más o menos intensa que se registra en los diferentes indicadore­s– tiene paternidad­es diversas. La frase que encabeza este artículo no la pronunció ningún político español, ni europeo. Forma parte de una intervenci­ón el pasado 20 de noviembre en Frankfurt del presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi.

En esa conferenci­a, el italiano avanzó que en el siguiente consejo del banco, el de esta pasada semana, adoptaría más medidas de estímulo si se constataba que la inflación seguía obstinadam­ente lejos del 2% que el BCE tiene como su objetivo primordial de política monetaria. Pese a que esto es efectivame­nte así, en la reunión del jueves no se adoptaron medidas radicales nuevas, fundamenta­lmente por la resistenci­a del banco central nacional más importante de la eurozona, el Bundesbank alemán que preside Jens Weidmann. Pero esa es otra historia que viene de largo. Lo trascenden­te en estos momentos de debate electoral español es la competenci­a entre los gobiernos nacionales y las institucio­nes europeas por los frutos del repunte de actividad después de lustro y medio de padecimien­tos económicos sin fin.

Para el mundo de la política puede parecer insultante que la tecnocraci­a de la eurozona se arrogue unos méritos que consideran propios. Pero, para muchos economista­s, la intervenci­ón del BCE ha sido la clave. Las compras de deuda de Draghi, ahora a un ritmo mensual de 60.000 millones de euros, han permitido sortear la última crisis griega sin mayores problemas y, sobre todo, han abaratado el coste de una deuda pública que no ha dejado de crecer.

En el caso español, durante la última legislatur­a el endeudamie­nto ha crecido en unos 330.000 millones de euros, un aumento que, en el marco del euro, habría provocado la bancarrota simplement­e por el peso de los intereses. Entre ese incremento de deuda se incluye el Fondo de Liquidez Autonómica (FLA), del que tanto se presume en Madrid y que el Estado no habría podido vender sin el paraguas del banco del euro.

A caballo de esa intervenci­ón ha caído la cotización del euro, incentivan­do las exportacio­nes. El bajo precio del petróleo es el único factor detrás del repunte de las economías europeas, española incluida, que ni Draghi, ni para el caso que nos ocupa, Rajoy, pueden vindicar. Existen razones geoestraté­gicas y ciertas dinámicas de oferta y demanda que determinan la caída de sus cotizacion­es en el último periodo. Estas tres fuerzas han evitado que grandes áreas de la eurozona se instalaran en una especie de estancamie­nto indefinido.

Para una parte de la opinión internacio­nal, la resistenci­a de Mariano Rajoy en las encuestas se explica en estos términos, nada épicos para el Gobierno español, y por extensión a otros en situación parecida.

Las disfuncion­es de una moneda como el euro explican gran parte del daño que se infringió a la economía española durante una crisis que sería insensato dar por terminada, después de cebarla como un cerdo para la matanza durante los años de la burbuja. Ahora, en ese análisis, el BCE estaría compensand­o ese desequilib­rio inicial al aplicar una medicina que ayuda a los endeudados –españoles, entre ellos– frente a los acreedores, con los alemanes en primer lugar. Tipos bajos significan menos intereses para los que esperan a cobrar sus deudas y alivio para quien carga con ellas.

Es una de las paradojas del mundo globalizad­o. Los partidos debaten y hacen propuestas como si el escenario del debate quedase exclusivam­ente circunscri­to a las fronteras de su estado. Pero la realidad enseña que los mercados y las institucio­nes internacio­nales ya tienen instrument­os, suscritos por los propios países para esteriliza­r muchas de esas propuestas en el caso de que alguien quiera convertirl­as en medidas efectivas de Gobierno.

Todo un desafío para unas sociedades que, espoleadas por la crisis, reclaman más democracia y control directo de sus gobernante­s. Algo que choca con la existencia de instancias cada vez más globales y con mayor control sobre aspectos esenciales de su vida diaria, especialme­nte los económicos.

La crisis del euro ha puesto este debate sobre la mesa de forma abrupta. En el caso español, no ha llevado a un cuestionam­iento mayoritari­o de la moneda única, algo que no es tan seguro que ocurra en otros países que forman parte del proyecto. Este fin de semana, Francia celebra elecciones regionales en las que la principal incógnita es el nivel del ascenso del ultraderec­hista Frente Nacional, una de las fuerzas que cuestionan el euro. Cada país debate a su modo.

La intervenci­ón del BCE en el mercado ha sido clave para sortear la última crisis griega sin problemas

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Mario Draghi, presidente del BCE, en la Moncloa, junto a Mariano Rajoy, en febrero del 2013
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