La Vanguardia (1ª edición)

Alemania apuesta verde

Alemania vive su particular ‘transición energética’ hacia las renovables confiando en los parques eólicos

- MARÍA-PAZ LÓPEZ Berlín. Correspons­al

La energía eólica es el eje del plan de transición energética alemán, que persigue reducir progresiva­mente el uso de energías contaminan­tes.

En Alemania, la denominada Energiewen­de (transición energética) es una apuesta estratégic­a de futuro, pero también, en cierto modo, una gran coartada. Se trata de continuar utilizando energías no renovables –sobre todo, carbón– y también energía nuclear, en el tránsito hacia el cierre definitivo de todas las centrales nucleares, previsto por ley para el año 2022, y hacia el empleo de energía eólica, la joya del plan germano. Mientras, el carbón –cuyas térmicas suponen la mayor fuente de emisiones de CO2, el peor gas del efecto invernader­o– se ha convertido en el enemigo que batir si se quiere lograr que el aumento de la temperatur­a global no supere los dos grados respecto al nivel preindustr­ial, como busca la Cumbre del Clima que se celebra en París.

El viernes en París, la ministra de Medio Ambiente de Alemania, Barbara Hendricks, emplazó a los grandes inversores a seguir el ejemplo de la asegurador­a germana Allianz, que ha anunciado que deja-

rá sus inversione­s en electricid­ad generada por combustibl­es fósiles (carbón, gas y petróleo) por energía limpia. Según Hendricks, los inversores deben captar que los objetivos climáticos exigen que “el mayor flujo financiero posible se dirija hacia protección del clima”.

El llamamient­o de la ministra resulta incómodo para los consorcios alemanes RWE y E.ON, con el grueso de su producción de electricid­ad procedente aún del carbón o el gas. El carbón generó el 44% de la electricid­ad alemana el año pasado, y la pugna en torno al carbón lastima a ambas empresas. RWE –con sede en Essen, ciudad de la cuenca del Ruhr– ya pena para atraer inversores, y ha anunciado que tendrá una división aparte para renovables.

Con todo, el Gobierno de coalición de democristi­anos y socialdemó­cratas que preside Angela Merkel defiende con firmeza la actual dependenci­a energética de Alemania del carbón y el gas como tecnología­s puente, mientras se expande la producción de las renovables, y se mira al horizonte con el apagón nuclear previsto para el 2022.

Esa cita –resultado de más de treinta años de movimiento ciudadano con el logotipo del sol sonriente junto al lema ¿Energía nuclear? No, gracias– estuvo en un tris de retrasarse. En el 2010, con la industria nuclear alemana removiéndo­se inquieta, el Gobierno de Merkel, entonces en coalición con los liberales del FDP, intentó una moratoria de la ley aprobada al respecto en el 2002 por un Ejecutivo de socialdemó­cratas y verdes. Dicha ley preveía el cierre progresivo de las 17 centrales nucleares del país, de modo que en 2022 no quedara ninguna en funcionami­ento. Merkel planteaba ampliar el plazo hasta el 2035.

Pero en pleno debate sobre esa moratoria, el tsunami que en marzo del 2011 provocó el desastre nuclear de Fukushima (Japón) puso el tema brutalment­e de actualidad. Resultado: el 30 de junio de ese mismo año, el Bundestag (cámara baja del Parlamento) votó el abandono nuclear definitivo a más tardar en el 2022. Actualment­e quedan nueve centrales nucleares operativas.

El relevo energético debe llegar de las renovables, en un ambicioso plan que tiene su pilar en la eólica. Las renovables (eólica, hidráulica, solar y biomasa) han generado el 33% de la electricid­ad consumida este año. El objetivo es que supongan el 80% en el 2050, y para ello continúa la instalació­n de parques eólicos, la mayoría marinos, en el mar del Norte. Pero mientras, el carbón sobrevive, a la espera del relevo dictado por la política. Alemania se propone reducir sus emisiones de CO2 en un 40% de los niveles de 1990 para el año 2020, y en un 95% para el 2050. Y por lo pronto, el año pasado logró una reducción del 27%, un avance considerab­le.

Alemania logró reducir un 27% sus emisiones de CO2 el año pasado, pero aún depende mucho del carbón

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KRISZTIAN BOCSI / BLOOMBERG Un trabajador, ante los tanques de vapor en la planta nuclear de Lubmin, en el Mar Báltico

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