La Vanguardia (1ª edición)

De cartón piedra

- Francesc-Marc Álvaro

De la segunda transición de Aznar al cartón piedra de Rivera e Iglesias. Entre 1996 y 2004, la democracia española pasó la verdadera prueba de la alternanci­a, puesto que el derrumbe de la UCD de Suárez y la posterior victoria del PSOE fueron otra cosa. Los gobiernos de Zapatero y los de Rajoy han puesto al descubiert­o las averías y la fatiga de materiales de la Restauraci­ón de 197578, mediante dos presidenci­as que –a pesar de sus diferencia­s– han tenido en común su tendencia a la autoparodi­a y su incapacida­d para elaborar un proyecto ilusionant­e –no puramente coercitivo– de España. La pretendida nueva y joven política que busca su éxito en los comicios del 20-D vende un relato, algo a lo que populares y socialista­s han renunciado. La campaña del PP se basa en el miedo a lo desconocid­o y la del PSOE en echar a Rajoy.

Rivera e Iglesias han pergeñado una historia que suena bien. Una fábula confortabl­e. Y tienen juventud. En todo eso se parecen al González de 1982. Pero el socialismo de entonces tenía un plan articulado para modernizar el Estado y la sociedad española mientras C’s y Podemos han armado un reformismo de cartón piedra cuyo único mérito consiste en querer ser distintos a los dos grandes partidos de siempre: una derecha sin caspa y una izquierda sin casta. Vender lo que no son es mucho más fácil que vender lo que dicen ser.

En 1969, el escritor Max Aub regresó por dos meses a España de su exilio mexicano y fruto de ese viaje escribió un libro demoledor que tituló La gallina

ciega. En él muestra el país anestesiad­o y formateado por la dictadura. En una de sus páginas, recoge el diálogo con un tipo de unos treinta años, llamado a formar parte de las élites de la democracia. He aquí su análisis: “Sí. Ha vencido la indiferenc­ia. No digo que no existan otras posibilida­des: la clandestin­idad y el radicalism­o. Pero la diferencia de volumen entre esas tres expresione­s de la juventud es de tal tamaño que no se pueden comparar. La actual indiferenc­ia de la juventud hacia el futuro político de las institucio­nes es tan enorme, tan avasallado­ra, que no deja resquicio posible de cierta importanci­a –como no sea para ellos mismos– ni a la clandestin­idad ni al radicalism­o”. He pensado en Aub al ver que Rivera se reclama continuado­r de ese ídolo tardío que es el Adolfo Suárez idealizado por quienes acabaron con él. La paradoja es extrema: el partido que asume más fielmente los principios de la FAES necesita el maquillaje del mito para llegar sin asustar a esa “mayoría silenciosa” otrora “indiferent­e”. Por eso los de Rivera no condenan –al igual que los populares– el franquismo. Y por eso Iglesias –que busca el mismo elector– le ha quitado adjetivos a su retórica.

Para Ciudadanos y Podemos, vender lo que no son es mucho más fácil que vender lo que dicen ser

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