La Vanguardia (1ª edición)

A madrugar le ven la gracia

- Joaquín Luna

Si volviera a nacer, nacería anglófono. ¡Que arma legal tienen estos señores y señoras! No paran de inventarse palabras y lo hacen con tal convicción que si usted es un pobre hombre condenado a madrugar ellos le llaman morningoph­ile y en lugar de cara de mala leche y fama de lucero del alba –o sea, de emprenyado­r– le convierten en un triunfador que marca tendencia.

El reportaje que abría ayer la sección de Tendencias, una joya firmada por Elianne Ros, nos presentaba a los morningoph­iles. Menuda cuadrilla: se levantan cuando las calles no están puestas, trotan, leen o reflexiona­n –a saber que pensarán a esas horas–, desayunan forraje y –cágate lorito– se marcan objetivos para el día que empieza, como, por ejemplo, amargar la existencia a la humanidad.

¿Se imaginan convivir con gente así, suponiendo que exista alguien capaz de estar a su altura moral? Pero, claro, se escudan en una palabra nueva en inglés y te dejan trasnochad­o, concepto poco exportable. Nosotros, en cambio, manejamos palabras en castellano y entre nuestra pereza y nuestro vocabulari­o lo único que marcamos es paquete y no tendencia.

Yo no digo que madrugar sea malo. Sólo hay que fijarse en la cara de felicidad de los pasajeros de la línea V de Barcelona a las siete y media de la mañana. Sin saberlo, estas personas tan simpáticas son los ancestros de los morningoph­iles pero como hablan en castellano –poco, por cierto– tienen escaso poder de convicción y cabe el error de pensar que no son felices con su vida madrugador­a. ¡Ay si hablasen en inglés! –¿Qué tal tu media hora de yoga? –Genial. ¡Hoy voy al banco con una ilusión! Antes, cuando llegaba con el tiempo justo, no era feliz. ¡Uy, ya hemos llegado a Virrei Amat! Bye!

Quien dice media hora de yoga dice media hora de clase de inglés, lo que con tenacidad permitirá no sólo cambiar de hábitos sino cambiar el nombre de los hábitos y alcanzar así esa plenitud de vida que desprende todo lo anglosajón.

Además de trasnochad­os, los trasnochad­ores somos gente sin porvenir y sólo la pereza que da morirse –y lo caro que resulta– nos acerca a la vida, concepto que los anglosajon­es moldean a su antojo. Los trasnochad­ores ganamos con las horas del día y si tenemos mala prensa es porque arreglar el mundo de buena mañana tiene credibilid­ad y arreglarlo por la noche es asunto menor, limitado a disyuntiva­s como en tu casa o en la mía, la última copa o la penúltima.

Yo me alegro por mi tío Siscu, que se iba a trabajar al matadero a eso de las tres de la mañana, por los pescadores de Calafell y las señoras de la limpieza que asean las oficinas. Sin saberlo, eran y son modestos en recursos pero ricos en tendencias. Gente posh cuya ignorancia del inglés les priva de disfrutar con los madrugones, sinónimo hoy de la buena vida.

Yo no digo que madrugar sea malo pero eso de que alistarse al madrugón sea sinónimo de buena vida...

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