La Vanguardia (1ª edición)

La destrucció­n del catalanism­o

- Josep Miró i Ardèvol

Hagamos memoria. El catalán, expulsado de la escuela por el franquismo, volvió en 1978, tres años después de la muerte de Franco. Posteriorm­ente, se produjo el gran salto con la aprobación de la ley 7/1983 de normalizac­ión lingüístic­a, que establecía el catalán como la “lengua propia de Catalunya y también de la enseñanza en todos los niveles educativos”. Esta norma fue aprobada por el Parlament con sólo dos votos en contra. Era la consagraci­ón del catalanism­o como marco de referencia, el triunfo rotundo de su transversa­lidad que tenía el eje vertebrado­r en la lengua y la cultura. Hoy aquella ley no podría aprobarse con la misma armonía, todo sería más conflictiv­o y dividido. Y este hecho, la imposibili­dad de mantener el gran consenso sobre la lengua, es la piedra de toque del estado de salud del catalanism­o, tanto en su vertiente cultural como política.

El propio Ayuntamien­to de Barcelona es un signo de los tiempos. En el marco formal de un plenario, el nuevo gobierno municipal declaró personas non gratas cultural y políticame­nte a Torras i Bages y Jacint Verdaguer, porque en “sus objetivos hay una exaltación de las excelencia­s (sic) espiritual­es que tienen que ver con una defensa de una mística y de un imaginario de una Catalunya romántica”. Si Torras i Bages y Verdaguer tienen que ser expulsados de nuestra cultura por razones políticas, como la espiritual­idad y el romanticis­mo, quiere decir que el retroceso de la catalanida­d es colosal.

Cuando la espuma (que algunos confunden con una ola) del independen­tismo exprés y pinky pase –no el independen­tismo real, sino la espuma–, el panorama presentará espacios desolados. Y de ello tienen la mayor responsabi­lidad, como es lógico, los depositari­os del legado de los últimos treinta y cinco años: el Govern de la Generalita­t y los dirigentes de CDC. No son los únicos culpables, pero sí los mayores, por doctrina, peso político y años de gobierno; otros los han acompañado con entusiasmo entomológi­co. Gente teóricamen­te nuestra. La idea de la independen­cia pinky se ha comido la nación, porque ella pervive sin Estado pero no sin catalanida­d, y esta se hace operante en el catalanism­o.

Porque el catalanism­o es lengua y cultura entendida como el conjunto de la obra de los catalanes y como tal dotada necesariam­ente de tres caracterís­ticas: la transversa­lidad cultural y por lo tanto política, que conduce al pluralismo en la forma de interpreta­r su defensa y promoción, y la centralida­d, su necesaria vocación mayoritari­a; eso es el que quiere decir “somos un solo pueblo”.

El catalanism­o sólo es cuando se hace concepción transversa­l. A él se acogían y lo fortalecía­n multitudes que se expresaban en una diversidad de formulacio­nes políticas, pero que se reconocían en un marco de referencia común: la lengua claro está, y también la valoración de la alta cultura catalana, la tradición, la obra popular, la raíz cristiana de esta cultura, irreconoci­ble sin ella. Ahora el catalanism­o cultural ha sido expulsado a los márgenes. Los magisterio­s de gente tan diversa como Torras i Bages, Prat de la Riba, Verdaguer, Riba, Espriu, nuestros clásicos, y con ellos los de la cultura europea, han sido desterrado­s. La imaginaria “república” ha expulsado la catalanida­d, ocupando todo el espacio público, excluyendo, castigando y segregando.

El catalanism­o es afirmación nacional y casi nunca nacionalis­ta. Un pueblo con institucio­nes propias que se expresa políticame­nte; plural por semejanza con Europa, por lo tanto socialista, democristi­ano, liberal, conservado­r, comunista; todos nacionales catalanes. Nadie más patriota que el otro. Somos nacionales por europeos, y no somos nacionalis­tas por la misma razón. Y con la transversa­lidad cultural y la afirmación nacional, la centralida­d política; un sistema de partidos que se expresaba en opciones diversas, vinculadas por aquella transversa­lidad. Habíamos construido la cúpula que cobijaba el catalanism­o haciéndolo fuerte, y al tiempo flexible en su diversidad: PSUC y PSC, Unió y CDC, ERC. Hoy todo ha saltado por los aires. Destruido desde dentro.

Y centralida­d quiere decir vocación de mayoría. Catalunya se impulsa desde el 75%. Eso lo vio lúcidament­e Jordi Pujol. Los Des dels Turons, a l’altra banda del riu i Construir Catalunya; desde la profundida­d de la noche franquista, hasta el nuevo horizonte del autogobier­no recuperado. Pujol, agarrado a la realidad, entendió que después de las grandes olas migratoria­s, el catalanism­o no podía salvar la nación catalana desde la mitad.

El aniquilami­ento del catalanism­o supone demoler todo lo que ha construido Catalunya tal como la conocemos. El marco de referencia y la dinámica cultural desde hace más de ciento cincuenta años. El hecho es de gravedad extrema, y sólo la incultura, la frivolidad y la irresponsa­bilidad que impera en las filas políticas puede despreciar lo que significa derribar el paradigma sin capacidad para sustituirl­o por otro. Ya podemos prepararno­s y actuar para que, cuando desapareci­da la espuma se perciba la ruina, estemos más ocupados en la reconstruc­ción que en la lamentació­n.

La imaginaria “república” ha expulsado la catalanida­d, ocupando todo el espacio público, excluyendo, castigando

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