Entre la transgresión y la pifia
El catalán que se oye en nuestro teatro avanza con grandezas y con miserias. Con la grandeza del trabajo bien hecho cuando el autor o el traductor se quema las pestañas para conseguir un lenguaje que acierte en la oralidad fresca y verosímil de los personajes, es decir, en el registro; y con la miseria de los flecos que quedan sin enmendar y que no aportan absolutamente nada a la obra.
Cuando la lengua oral quiere reflejar los ámbitos coloquial y de argot, debe ser la más transgresora, la más próxima al habla de la calle, pero también la más creativa. Aquí, muchos autores y traductores (a partir de ahora, los creadores) aciertan de lleno. ¿Dónde radica esa excelencia? Pues en que un personaje puede soltar un vulgarismo, un castellanismo o una fonética arrastrada sin que la calidad lingüística y la verosimilitud global se resientan. ¿Por qué? Porque el resto está cuidado al máximo.
El problema surge cuando el texto de los creadores no es revisado por ningún especialista en lengua. Y entonces se cuelan miserias que consiguen justo el efecto contrario cuando aguzamos el oído. Recuerdo un monólogo en que la actriz decía durante toda la obra la forma
Consejo para dramaturgos y para correctores: dejad que el otro también haga su trabajo
incorrecta pakistanís en lugar de pakistanesos. Ella misma había elaborado una traducción fresca, pero faltó que pasara después el ojo del especialista. Aquello no era una transgresión que buscara ningún efecto dramático, era, lisa y llanamente, una pifia. El corrector habría limpiado esas minucias sin importancia, que, en cambio, chirrían innecesariamente en el oído del espectador y estropean la función.
En otros casos, es el corrector quien se pasa de listo y, con el cepillo uniformador, hace que acaben hablando igual una profesora universitaria, un chulo de barrio y una enferma de la tecnología. A buen seguro que ha sido el exceso de cepillo el que ha alimentado la desconfianza del gremio de los dramaturgos, y por ello ahora huyen cuando se les acerca un corrector.
Hay que hallar el punto justo: los creadores deben ser conscientes de que no son infalibles, y los correctores deben saber muy bien qué tipo de texto tienen entre manos. Si un matón dice en catalán averiguar, quizás lo más adecuado no es que se cambie por esbrinar. Entre el castellanismo innecesario y la palabra normativa, puede decir descobrir o trobar, que a buen seguro fluirá sin que nadie tropiece.
Correctores: no despreciéis el trabajo de los creadores. Creadores: no despreciéis el trabajo de los correctores. Si somos capaces de hallar un buen equilibrio, el teatro y la lengua catalana saldrán ganando.
mcamps@lavanguardia.es