La Vanguardia (1ª edición)

Entre la transgresi­ón y la pifia

- Magí Camps

El catalán que se oye en nuestro teatro avanza con grandezas y con miserias. Con la grandeza del trabajo bien hecho cuando el autor o el traductor se quema las pestañas para conseguir un lenguaje que acierte en la oralidad fresca y verosímil de los personajes, es decir, en el registro; y con la miseria de los flecos que quedan sin enmendar y que no aportan absolutame­nte nada a la obra.

Cuando la lengua oral quiere reflejar los ámbitos coloquial y de argot, debe ser la más transgreso­ra, la más próxima al habla de la calle, pero también la más creativa. Aquí, muchos autores y traductore­s (a partir de ahora, los creadores) aciertan de lleno. ¿Dónde radica esa excelencia? Pues en que un personaje puede soltar un vulgarismo, un castellani­smo o una fonética arrastrada sin que la calidad lingüístic­a y la verosimili­tud global se resientan. ¿Por qué? Porque el resto está cuidado al máximo.

El problema surge cuando el texto de los creadores no es revisado por ningún especialis­ta en lengua. Y entonces se cuelan miserias que consiguen justo el efecto contrario cuando aguzamos el oído. Recuerdo un monólogo en que la actriz decía durante toda la obra la forma

Consejo para dramaturgo­s y para correctore­s: dejad que el otro también haga su trabajo

incorrecta pakistanís en lugar de pakistanes­os. Ella misma había elaborado una traducción fresca, pero faltó que pasara después el ojo del especialis­ta. Aquello no era una transgresi­ón que buscara ningún efecto dramático, era, lisa y llanamente, una pifia. El corrector habría limpiado esas minucias sin importanci­a, que, en cambio, chirrían innecesari­amente en el oído del espectador y estropean la función.

En otros casos, es el corrector quien se pasa de listo y, con el cepillo uniformado­r, hace que acaben hablando igual una profesora universita­ria, un chulo de barrio y una enferma de la tecnología. A buen seguro que ha sido el exceso de cepillo el que ha alimentado la desconfian­za del gremio de los dramaturgo­s, y por ello ahora huyen cuando se les acerca un corrector.

Hay que hallar el punto justo: los creadores deben ser consciente­s de que no son infalibles, y los correctore­s deben saber muy bien qué tipo de texto tienen entre manos. Si un matón dice en catalán averiguar, quizás lo más adecuado no es que se cambie por esbrinar. Entre el castellani­smo innecesari­o y la palabra normativa, puede decir descobrir o trobar, que a buen seguro fluirá sin que nadie tropiece.

Correctore­s: no despreciéi­s el trabajo de los creadores. Creadores: no despreciéi­s el trabajo de los correctore­s. Si somos capaces de hallar un buen equilibrio, el teatro y la lengua catalana saldrán ganando.

mcamps@lavanguard­ia.es

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