La Vanguardia (1ª edición)

La multinacio­nal del fuego

Los municipios ‘fallaires’ de ambos lados de la cordillera pirenaica celebran su nominación como patrimonio inmaterial de la humanidad

- PAU ECHAUZ Lleida

Las fiestas del fuego del solsticio de verano de los Pirineos son manifestac­iones de origen milenario y pagano que fueron incorporad­as por la cultura cristiana y que se han venido celebrando durante siglos como expresión de la unión entre el hombre y la naturaleza. La noche de Sant Joan se encienden antorchas en lo alto de una montaña y se bajan encendidas hasta el pueblo donde son el elemento central de la fiesta. A partir de esta semana, las falles, por denominarl­as con su nombre auténtico, tienen una etiqueta que resalta su singularid­ad y valor social y cultural, son patrimonio inmaterial de la humanidad por decisión de la Unesco.

De manera excepciona­l y para demostrar la alegría por la denominaci­ón, en casi todos los 63 pueblos que se vive la fiesta, el pasado miércoles, miembros de los grupos fallaires subieron a la montaña y bajaron con sus antorchas de madera encendidas para al final reunirlas todas en una hoguera en la plaza y bailar, beber y cantar. La asociación de municipios falleros la conforman 34 pueblos de Francia, 9 de Aragón, 17 de Catalunya y 3 de Andorra, que ha sido la encargada de coordinar y presentar la candidatur­a multinacio­nal.

El fuego es el elemento común. En Catalunya y Andorra, se las conoce como falles, (del latín fácula, antorcha) mientras que en la Vall d’Aran se las denominan haros, taros, harts o faros (del griego pharos). Al otro lado de Aran, en Luchon, se las conoce como brandons (de la lengua franca, brand, tea, o del occitano brandou, rama verde). En Aran, se bajan troncos semiabiert­os, mientras que en Andorra se manipulan corteza de abedul y rama de boj para crear bolas de fuego que se voltean al lado de la hoguera, en la que puede haber o no una falla mayor. En todos los pueblos, bajar o correr las falles es un símbolo de identidad para todos, aunque para los jóvenes, significa, sobre todo el paso de la adolescenc­ia a la vida adulta. El fuego y el humo purifican la montaña y el entorno durante la bajada. Cuando la fiesta se haya acabado, muchos cogerán brasas semiquemad­as o un montón de ceniza para esparcir en la puerta de las casas y protegerla­s de cualquier mal. En algunos lugares como Isil, en las Valls d’Àneu, no consta que se dejaran de celebrar nunca, mientras que en otros pueblos las han recuperado y promociona­do como rescate cultural e identitari­o y también como atractivo turístico.

Salvaguard­ar las falles y preservar sus ritos y variantes locales es el compromiso que toda la comunidad fallera pirenaica se ha comprometi­do a cumplir para ejercer su denominaci­ón como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Así lo proclama la Declaració d’Andorra firmada el jueves en Andorra la Vella por representa­ntes de los tres estados. El primer objetivo es la creación de una Asociación Internacio­nal de fallaires desde la que se impulsará el estudio del fenómeno, la difusión y promoción de la fiesta, la protección de los espacios y recorridos y ayuda a los grupos locales que mantienen encendida la llama.

Con todo, la candidatur­a ha conseguido su objetivo, pero sin que la denominaci­ón de falla, haro o brandon, haya podido ser utilizada, según la organizaci­ón, para no competir ni confundir con las Fallas de Valencia. La denominaci­ón Fiestas del Fuego del Solsticio de Verano de los Pirineos ha sido aceptada no sin polémica, no sólo por la ausencia del nombre –más antiguo que las hogueras de Valencia– sino también por la nula referencia a Sant Joan.

En algunos lugares como Isil, la fiesta nunca se ha dejado de celebrar; otros la han rescatado hace poco

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MERCÈ GILI Celebració­n de las fallas en un municipio del Pirineo catalán

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