A mí tampoco me gusta Bertín
Sea en su casa o en la de su entrevistado, a mí tampoco me gusta el programa de Bertín Osborne (La1) al que veo pretensiones del Rincón de Risto Mejide y de El convidat de Albert Om, aunque tratado con criterios propios. Y conste que soy bastante consciente de que mostrar esta no preferencia puede costarme caro y recibir, a mi vez, las más descarnadas y crueles críticas (rederos sociales no perdáis el tiempo, no las sigo), especialmente fuera de Catalunya, donde ese vástago de apellido jerezano es considerado un “españolazo”. Por cierto, me pregunto si a Carme Forcadell o a Oriol Junqueras les gusta el programa de Osborne. La sistemática y en apariencia jocosa exaltación sentimental de los símbolos de la cultura hispana más tronada, debe de provocar más de una dermatitis y aunque eso no basta, desde luego, para provocar ansias y angustias independentistas, puede contribuir a alimentarlas.
El primer aldabonazo se oyó, a principios de octubre pasado, con la entrevista, en casa de ella, de Carmen Martínez Bordiú, donde la figura del abuelito fue tratada con delicadeza y respeto dignos de mejor causa. Aunque la campanada llegó con la presencia de Mariano Rajoy –en la fabulosa mansión de Bertín– donde entrevistador y entrevistado se calzaron las botas para mostrarse banales, aunque, eso sí, muy humanos. Quizás es que la humanidad es banal, vayan ustedes a saber.
La entrevista de Rajoy con Bertín llegó casi pegada a su otra aparición, la noche del pasado sábado, en La Sexta, donde el presidente se sometió con estoicismo a las preguntas de un ramillete de ciudadanos, en apariencia elegidos al azar. Dos conclusiones: la primera es que Mariano Rajoy ha superado su alergia a comparecer en público y hasta parece que le gusta eso de mostrarse como es. “Me gustaría hablar uno a uno con los 46 millones de españoles, aunque, claro, eso es imposible” –le había dicho a Osborne–. La segunda es que Mariano Rajoy es un estoico, cuando menos en público, dispuesto a dejarse decir lo que a su interlocutor del momento le dé la gana. Pero lo enternecedor, lo verdaderamente enternecedor, fue el final de su encuentro con Bertín: “Oye, ¿Te parezco tan aburrido como dicen algunos?. Pues mire, presidente, a mí nunca me ha parecido divertido y, la verdad, con la que está cayendo desde que usted está en Moncloa, me gustaría divertirme un poco o, cuando menos –ya sé que estamos en crisis- no aburrirme tanto. Y con la “retranca gallega” que le atribuyen, no me basta.
MIÉNTEME. Estrenada el viernes pasado como serie piloto, Miénteme (8tv) apunta maneras gracias a la extraordinaria interpretación de su protagonista, el británico Tim Roth, y especialmente merced a la astuta estructura del guion, basado en descubrir, gracias al lenguaje no corporal –microexpresiones–, cómo miente cualquier persona. El espectador puede seguir cada trama y sacar sus propias conclusiones. El problema es caer en la tentación de aplicar lo que creemos aprender en la tele llevándolo a nuestra vida cotidiana. Puede ser un infierno.
La retranca gallega de Mariano Rajoy no basta para divertirnos, y con la que está cayendo nos gustaría aburrirnos menos