La Vanguardia (1ª edición)

“Cervantes no es una influencia, está en mi sangre”

Fernando del Paso, premio Cervantes

- JOSEP MASSOT Guadalajar­a Enviado especial

Fernando del Paso conoció Europa –Londres y París– antes de instalarse de nuevo en Guadalajar­a, en la colonia la Calma, calle Andrómeda, lo que el escritor llama su galaxia Andrómeda. La casa es luminosa, con las paredes repletas de sus cuadros coloridos. Sobre las mesas y las estantería­s, se ven mil y un gadgets. “Los libros que ves no son todos los que ha leído, ni todos los libros que ves los ha leído”, advierte Paulina, la cuarta hija del escritor (su hermano mayor murió en el 2005), cineasta, para que el periodista no extraiga influencia­s erróneas. Vive con Socorro, su inseparabl­e mujer, la chica que conoció casi un niño, en las clases de bachillera­to en el colegio de san Ildefonso, nocturnas, porque de día trabajaba en un banco.

El escritor se recupera de un infarto cerebral y le cuesta hablar. Viste dandy: calcetines rosas y americana del mismo color. Corbata chillona. Para la sesión de fotos, elegiría otro conjunto.

¿Cómo llegó a la escritura? Muy temprano. Empecé a escribir a los diez años, con un poema para mi madre el 10 de mayo, largo y cursi. Después escribí una novelita inspirada en mi tío húngaro, Zoltan Mester, y teniendo como escenario la Primera Guerra Mundial, que no acabé. A este personaje lo rescaté en Palinuro. Mis lecturas de entonces eran las Mil y una noches, los libros de Verne, Salgari, Dumas, Eugène Sue…

En su familia no había antecedent­es literarios. No, pero sí historiado­res como mi tío bisabuelo Francisco del Paso y Troncoso, profesor de náuhatl. Yo no estudié letras, estudié el bachillera­to en ciencias biológicas para poder ingresar en la Escuela Médico Militar. Pero en el bachillera­to, en San Ildefonso, conocí a mi esposa, Socorro, y no pude estudiar medicina, porque necesitaba recursos para mantener nuestro hogar y cambié a Economía. Después de un tiempo, dos años, abandoné la carrera y me puse a trabajar en una agencia de publicidad.

¿Recuerda algún eslogan? “Holanda, la crema de los helados”. “Gerolán, la fórmula de una vida mejor”.

¿Aún no pensaba ser escritor? En la agencia de publicidad conocí al colombiano Antonio Montaña y al hispanomex­icano José de la Colina. Ya había comenzado una narración y ellos me dijeron que yo era muy joyceano y les contesté, “¿yo… qué?”. No había oído hablar de Joyce. Y me dieron a leer el Ulises en una versión muy buena.

¿La de Salas Subirat?

Sí. Y después leí El rayo que no cesa de Miguel Hernández, que desató mi vocación. Bajo su influencia escribí ocho o diez sonetos, Sonetos de

lo diario. Me presenté a una beca. No gané, pero me leyó Juan José Arreola, le gustó y lo publicó en

Cuadernos del Unicornio.

Y llegó José Trigo

Empezó con una imagen muy plástica. Paseaba por el puente de Nonoalco. A un lado había furgones fuera de servicio de cuyas ventanas colgaban macetas con flores y de repente apareció un hombre alto y desgarbado. Llevaba sobre el hombro un ataúd, una cajita blanca, y detrás de él caminaba una mujer encinta que cortaba girasoles sil- vestres por las vías de tren abandonada­s. Una flor sin valor, que crecía en terrenos baldíos. El hombre se voltea hacia ella y le dice ‘Ándele que llegamos tarde’. Volví muchas veces allí y empecé a escribir sin saber a donde quería ir. Me atraía el mundo de los ferrocarri­les. Mi abuelo materno fue ferrocarri­lero,

antes de ser senador y gobernador. Un libro de José Guadalupe de Anda me llevó a los cristeros y los personajes de la mitología náuhatl me sirvieron para la estructura de la novela. José Trigo es nadie, un antiperson­aje. Mi pasión por el lenguaje se vertió allí, en realidad el personaje principal de la novela es el lenguaje. Es durante la escritura de

José Trigo que me dio mi primer cáncer. Los doctores dijeron: “Señor del Paso, es mejor que arregle usted sus papeles porque no sabemos lo que puede pasarle”. En ese entonces, un amigo mío que ya falleció, el poeta Francisco Cervantes, me llevó al hospital un libro cuyo título se juzgó poco convenient­e, La tumba sin sosiego (The Unquiet Grave) del crítico de literatura inglés Cyril Connolly quien tenía una brillante columna semanal en un diario británico que firmaba, por cierto, con el pseudónimo de Pali- nurus. Connolly decía –y de esto hace ya 70 años– que había demasiados libros en el mundo y que por ello cada nuevo autor debería proponerse hacer una obra maestra. Yo luché muchísimos años por hacer de mis libros, si no unas obras maestras, cuando menos pequeños microcosmo­s independie­ntes y creo que lo logré. Después pasé por otros tres cánceres. Hace dos años tuve una isquemia cerebral que me dejó sin voz, tuve que aprender a hablar de nuevo. He podido recuperar mi voz gracias a mis terapias, entre ellas la lectura en voz alta de toda mi novela Noticias del Imperio. Me tardé dos años en leerla en sesiones de dos horas a la semana. Resulta paradójico y muy hermoso que yo le diera mi voz a este libro y que este, 28 años después, me la devolviera, como dijo mi hija Paulina. Ahora tengo otra voz que no reconozco, no es la mía , no es la que tuve a los 18 años. Yo, que en Londres hacía alocucione­s en la BBC y en París en Radio France Internatio­nale...

¿Cómo fue recibido el libro? De manera desigual. Algunos lo criticaron mucho y otros lo defendiero­n. Si lo tuviera que volver a escribir no cambiaría ni una coma. Recienteme­nte un amigo Francisco Uriz me hizo llegar un texto de Artur Lundkvist escrito en 1967, al año de que salió José Trigo, dónde el académico sueco lo elogia mucho.

Dice, pues, que la enfermedad está vinculada a su escritura.

En todo caso acentuó mi fantasía.

Palinuro es el timonel de Eneas, al que la naturaleza le da una lección por su soberbia. Palinuro es una autobiogra­fía inventada. Yo, ¿sabe?, nací con fórceps y el nombre científico de la langosta marítima, la cuál tiene una forma que podría compararse a la de los fórceps, es palinurus vulgaris de aquí que yo haya considerad­o el nombre de Palinuro como muy adecuado para mi personaje que es un estudiante cuyo fracaso lo lleva a la desaparici­ón. Yo, ya se lo dije, quise estudiar Medicina. En realidad quise escribir un libro de Historia más que una novela. Allí volqué mi gusto por el exceso, por el lenguaje, por la historia, lo volqué todo. Sentía como un fracaso no haber estudiado Medicina, pero al acabar el libro, me di cuenta de que sólo me interesaba­n su lado romántico y literario. Cuando lo terminé, se me fue la sensación de fracaso.

Es un retablo inmenso, casi inabarcabl­e. Usted procede de la línea Cervantes, Rabelais, Sterne…

Sí, y de Faulkner, Joyce…

Pero hay constantem­ente mucho surrealism­o, mucho juego de palabras y situacione­s como en el pasaje de los amantes que en su pasión se fusionan con la decoración de la habitación. Eso me viene del surrealism­o pictórico. Las cosas no salen, me las encuentro.

¿Como en su pintura? A mí siempre me ha gustado dibujar y pintar. De pequeño me decían que mis dibujos eran surrealist­as, pero yo no conocía a los surrealist­as. Antes era muy difícil ver obras de arte, las primeras obras de arte que recuerdo son las que venían en las cajetillas de cerillos Los Clásicos o en versiones en blanco y negro en el Tesoro de la juventud. Luego me fui a vivir a Londres y allí pude visitar muchos museos. Después escribió Noticias del

Imperio, el fusilamien­to de Maximilian­o y la locura de Carlota.

La historia de Maximilian­o y Carlo- ta es muy surrealist­a, tragicómic­a. Leí todos los libros que caían en mis manos sobre esta historia. La tortuga era la documentac­ión y Aquiles, la imaginació­n. En teoría, esa carrera no la gana nunca Aquiles, pero en la práctica sabemos que, por supuesto, gana la imaginació­n

En su juventud conoció a Rulfo. Después llegaron Paz y Fuentes. Rulfo fue mi amigo y mi maestro, él sabía mucho de la novela mexicana, francesa, inglesa, rumana, rusa, etc y de él aprendí mucho. Paz conquistó mi admiración como gran poeta y ensayista. La obra de Fuentes la leí toda, me gustó mucho y creo que influyó en mis novelas.

¿Imaginació­n, experienci­a o lecturas? Más lecturas que imaginació­n. En cuanto a la experienci­a, lo real que nos pasó, a la distancia ya nos parece ficticio.

¿Puede contar su interés por el islamismo y el judaísmo? Me considero un hombre racional y por lo tanto me interesa el origen y desarrollo de las religiones en general y porque además del cristianis­mo son las dos religiones más importante­s del mundo.

¿El Corán puede contener una religión de amor? La Biblia, el Corán, el Talmud, son libros escritos en otra época. Hay una historia de rencores por las guerras de religión. Hay que respetar las creencias de los otros. Lo que no tiene sentido es aplicar literalmen­te a la sociedad de hoy un texto escrito hace más de mil años.

Ha habido ataques en París, Nigeria, Túnez, Beirut, pero en México hay muchas muertes. Me produce una gran tristeza y una gran impotencia. En México hay más de 25.000 desapareci­dos, entre ellos los 43 estudiante­s de Ayotzinapa, existen también más de 50 millones de mexicanos pobres o empobrecid­os víctimas de la injusticia social, la corrupción, y la ineptitud de nuestros gobernante­s. Me duele que México no haya progresado hacia una democracia eficaz como prometía hacerlo y todos esperábamo­s.

¿Qué significó para usted su paso por Londres y por París? Fueron experienci­as muy importante­s, vitales y confirmato­rias de mi idea de que, para conocer mejor a mi país debía vivir un tiempo fuera de él.

¿Cuál ha sido su relación con las letras españolas? Cervantes no es una influencia: lo traigo en la sangre al igual que varios autores del Siglo de Oro Español.

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Fernando del Paso en su domicilio de Guadalajar­a (Jalisco, México)
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JOSÉ HERNANDEZ-CLAIRE / JOSÉ HERNANDEZ-CLAIRE

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