Pantagruel y esperpento en México
El premio Cervantes ha dado nueva vida a la literatura de Fernando del Paso, un escritor jalisciense que en sus libros ofrece un festín del lenguaje, sobre todo en su obra más conseguida, Palinuro de México, un vastísimo retablo de historias narradas con un verbo carnoso y juegos de palabras nervados por el humor. Es una escritura que sigue el caudaloso río que inició Cervantes, desbordó Rabelais, disparató Laurence Sterne y James Joyce llevó al paroxismo.
Fernando del Paso nació en 1935, menos de una década después de García Márquez y Carlos Fuentes, y un año antes que Vargas Llosa. A su obra le faltó el reconocimiento internacional que ahora puede reparar el premio Cervantes. Noticias del Imperio, con su largo monólogo de la desquiciada emperatriz Carlota, y la estancia de Benito Juárez en su exilio pagado en París, oculta también una polifónica historia de México y de Francia, una metaficción paródica entre literatura e historia. Palinuro de México compendia parte de su biografía y todos sus conocimientos e inquietudes (arquitectura, arte, psicología, historia, ciencia, medicina...), una barroca metáfora del cuerpo humano, narrada con un lenguaje desmesurado, donde hace la disección de la Mona Lisa o de la Venus de Botticelli, fragmenta las partes del cuerpo y encuentra lo que no halló Descartes, los lugares del amor, el deseo, el odio, la nostalgia, sin obviar lo escatológico. Un festín de lenguaje pantagruélico, a veces con una escritura en la que se desparrama un exceso de imágenes, pero siempre latiendo la sátira, el humor a menudo negro, y con páginas como las del capítulo 24, el capítulo de la escalera dedicado a la desaparición del estudiante de Medicina: herido en la matanza de la plaza de las Tres Culturas de 1968, se arrastra como una oruga para morir en el cuarto piso de su inmueble, y en su ascenso a los infiernos exclama una frase que se ha hecho célebre: “Nada tiene remedio ya. Lo único que queda es empeorar las cosas.”