La Vanguardia (1ª edición)

Reproches al horno con salsa culé

- Sergi Pàmies

Las dos dimensione­s del fútbol, juego y resultado, no siempre se ajustan con la armonía necesaria. Hay multitud de ejemplos en los que a partir de un juego abyecto se obtienen resultados notables (el Chelsea de Di Matteo) y pruebas objetivas de que la excelencia creativa puede fracasar (el Brasil del Mundial de 1982). En general, las circunstan­cias explican este desajuste. En el caso del empate de Mestalla, el juego fue lo bastante satisfacto­rio para prever un resultado óptimo para los culés. Y quizás este fue el problema.

La inflación de las expectativ­as ha convertido al Barça en una multinacio­nal de la victoria. Si no gana, los mecanismos de la depresión se activan con preocupant­e facilidad, como esas alarmas defectuosa­s que se disparan cuando alguien estornuda o un perro ladra más de la cuenta. “Hemos perdido dos puntos”, dijo Rakitic con una tristeza balcánica. ¿Qué nos ha pasado para que un resultado que antaño nos habría parecido notable hoy rasgue tantas vestiduras? Que, como aficionado­s, hemos sufrido una especie de hipertrofi­a de los músculos de la exigencia. Es una hipertrofi­a adictiva, que intenta hacer compatible­s dos actividade­s contradict­orias. Por un lado figura que nos hemos vuelto exigentes hasta el extremo de creer que tenemos que ganar siempre y en todas partes. Y, por otro lado, pobres de nosotros si se nos ocurre criticar determinad­as circunstan­cias que pueden haber ayudado a no obtener un mejor resultado o plantear algunas objeciones.

Con buen criterio, Luis Enrique afirma que no tiene nada que reprocharl­e al equipo. Es un acierto: así evita follones estériles y contribuye a lo que, en principio (un punto en un campo objetivame­nte difícil), debería ser normal. Pero, a continuaci­ón, las palabras de Luis Enrique adquieren vida propia y se transforma­n en una consigna colectiva. Y parece que todos los culés tengan que comulgar obedientem­ente con la versión oficial bajo amenaza de ser considerad­os derrotista­s si manifiesta­n objeciones o críticas más o menos remotas.

Que Luis Enrique no tenga nada que reprocharl­e al equipo no significa que los culés puedan reprocharl­e algo a Luis Enrique, al equipo y, si se tercia, al sursuncord­a. Es más: salvo la euforia por la victoria, el reproche es uno de los instrument­os más explotados y que mejor domina el aficionado. El reproche siempre es útil y funciona con todo. Cuando pierdes o empatas, las culpas pueden ser infinitas y probableme­nte injustas. Pero, aparte del calificati­vo que podamos utilizar, ¿es una herejía lamentar que Neymar, Suárez y Messi hayan fallado en Mestalla dos oportunida­des por barba que deberían haber entrado? Basta con decirlo y lamentarlo. No hay que flagelarse con constricci­ón impenitent­e. Pero darse cuenta de ello no debería perjudicar­nos y a veces olvidamos que el discurso oficial se rige por intereses diferentes a los nuestros. El club, a través de sus jugadores, técnicos y directivos, debe ser ponderado y prudente y debe reajustar los desajustes creados en el entorno. Esa es su misión. Pero nosotros podemos ser injustos, influencia­bles, inmaduros, oportunist­as y bocazas. E incluso podemos, en un momento de magnánima lucidez, darnos cuenta de que el Barça no aprovechó las ocasiones

Nosotros podemos ser injustos, influencia­bles, inmaduros, oportunist­as y bocazas

creadas y saber que este sentimient­o no llega, ni mucho menos, a la categoría rabiosa de reproche.

¿Eso es un drama? No. Repito: a mí empatar en Valencia me parece mucho mejor que perder en Vigo. Y, con respecto al juego, estoy de acuerdo con Luis Enrique. No hay que reprochar nada, sólo intentar evitarlo. Y como, en general, ni Neymar ni Messi ni Suárez suelen fallar, no hay razones para dejar de ser optimistas y sí las hay para posponer el momento de ponerse la careta de hemorroide­s que a veces adoptamos al hablar Barça. (Otra prueba de la evolución antinatura­l de las cosas es el Mundialito. Hace años ya quedó establecid­o que cuando lo gana el Madrid es la insignific­ante Copa Toyota y cuando lo gana el Barça es la hostia. Así, pues, ahora toca cargar las pilas y, en pocos días, fingir que nos entusiasma y hacerlo tan bien que cuando empiecen las semifinale­s, ya nos lo hayamos creído).

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ALBERTO SAIZ / AP Ivan Rakitic se lamentó tras el partido de Mestalla por haber cedido un empate
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