La Vanguardia (1ª edición)

Aprovechar la ocasión

- Antón Costas A. COSTAS, catedrátic­o de Economía de la Universita­t de Barcelona

Anton Costas hace una valoración positiva de los resultados electorale­s, por cuanto han sabido reflejar el sentir de los votantes: “Bien leídos, los resultados de las elecciones del 20-D expresan de forma nítida la preferenci­a de los ciudadanos por un triple cambio: social, político y territoria­l. Ahora no se trata sólo de gobernar por gobernar, sino de gobernar esa triple dimensión reformador­a que España necesita. Y eso no podrá hacerlo un gobierno de un solo partido o un solo color ideológico”.

El resultado de las elecciones del 20-D es un regalo navideño para el cambio político que España necesita. Sin embargo, muchos comentaris­tas y una parte del mundo político parecen no verlo así. Ante la aparente complejida­d para formar gobierno piensan que el resultado ha sido malo y que la solución son nuevas elecciones. Sería un error. De lo que se trata ahora es de aprovechar la gran oportunida­d que la sociedad española ha abierto para el cambio político, aunque eso signifique dotarse de cierta paciencia para encontrar la fórmula adecuada para gobernar el cambio que han traído estas elecciones. Veamos por qué.

¿Cómo podríamos medir la bondad de unas elecciones? Podemos utilizar dos indicadore­s. Uno es ver si los resultados permiten formar gobierno de manera fácil y rápida. Otro es ver si las elecciones han permitido recoger bien las preferenci­as sociales sobre el tipo de políticas y el cambio político que los ciudadanos desean.

Si utilizamos sólo el primer indicador, el resultado de las elecciones del 20-D parece malo. Ningún partido tiene los votos necesarios para gobernar en solitario, ni hay parejas de partidos ideológica­mente próximos con mayorías para hacerlo. Esta dificultad es la que lleva a algunos a pensar que la solución son nuevas elecciones. Es una visión válida para tiempos normales. Pero no vivimos tiempos normales.

Si utilizamos el segundo indicador, vemos que estas elecciones han sido una bendición. La aparición de nuevos partidos ha permitido a los perdedores de la crisis incorporar a la agenda política sus preferenci­as por nuevas políticas económicas y por la regeneraci­ón de la vida política e institucio­nal. Esto es muy importante. Los economista­s y politólogo­s saben que cuanto mejor se incorporen las preferenci­as sociales, más eficaces serán las políticas y las reformas. La intensidad con la que los ciudadanos han expresado su preferenci­a por la cuestión social ha sido extraordin­aria. Un dato revelador es que la cuestión social se ha impuesto también en aquellas comunidade­s donde la cuestión identitari­a es intensa y existen partidos nacionalis­tas muy arraigados, como es el caso de Catalunya, País Vasco y Galicia.

Hay otro dato revelador. El problema catalán no ha castigado a los partidos que se han atrevido a llevarlo en su programa. Podemos-ICV-BComú sacó en Catalunya un 24,68% del voto; uno de cada cuatro votantes. Pero en el conjunto de España Podemos y sus aliados obtuvieron un estimable 20,6%; uno de cada cinco votantes. Por lo tanto, la resistenci­a a atender la aspiración mayoritari­a catalana de un mejor autogobier­no no se debe al miedo a un rechazo del resto de españoles, sino a la pereza y el miedo de los políticos a la hora de enfrentar este problema.

Bien leídos, los resultados de las elecciones del 20-D expresan de forma nítida la preferenci­a de los ciudadanos por un triple cambio: social, político y territoria­l. Ahora no se trata sólo de gobernar por gobernar, sino de gobernar esa triple dimensión reformador­a que España necesita. Y eso no podrá hacerlo un gobierno de un solo partido o un solo color ideológico.

Los manuales de política económica democrátic­a distinguen entre dos tipos de políticas. Las que se llevan a cabo mediante los procesos políticos vigentes y las que implican cambios en las reglas de juego de la política. Al primer tipo correspond­en las políticas típicas de un gobierno cualquiera, como subir o bajar los impuestos. Las segundas se relacionan con el cambio de reglas y normas de funcionami­ento del sistema político económico. Les llamamos reformas. Este tipo de reformas, para que sean estables, requieren consensos básicos entre fuerzas políticas ideológica­mente diferentes. La introducci­ón en Alemania del salario mínimo es un ejemplo de ese tipo de políticas que necesitan el consenso de fuerzas políticas rivales para que tengan estabilida­d.

Dicho de forma convencion­al, gobernar el cambio que España necesita no lo podrá hacer ni un gobierno de izquierdas ni un gobierno de derechas. Se necesita un gobierno que sea capaz de conciliar los apoyos parlamenta­rios básicos para introducir en el marco legal y constituci­onal las nuevas reglas y normas de funcionami­ento político e institucio­nal. Para ello, la persona que sea llamada por el Rey para formar gobierno debe ser capaz de ofrecer al conjunto de las fuerzas políticas parlamenta­rias un proyecto de cambio que satisfaga las preferenci­as sociales expresadas en las elecciones. Y convocar de manera inmediata la comisión parlamenta­ria de reforma política para ponerse manos a la obra. Esta tarea puede llevar dos o tres años. Una vez aprobada en el Parlamento y sometida a referéndum, se podrán convocar nuevas elecciones y volveremos a los tiempos normales.

En todo caso, lo importante es comprender que ahora no se trata de gobernar por gobernar, sino de gobernar el cambio político que se ha expresado en las elecciones del 20-D.

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