La Vanguardia (1ª edición)

Los temas del día

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El resumen de las novedades culturales del 2015, sus éxitos y fracasos, y la gestión de la industria en nuestro país.

CHARLIE Hebdo , el semanario satírico francés, sufrió el pasado 7 de enero un atentado yihadista que acabó con la vida de su plana mayor: Wolinski, Cabu, Charb y hasta un total de doce dibujantes o colaborado­res, que figuraban en la élite de la profesión en Francia. Dicha acción y la subsiguien­te reacción cívica fueron la noticia más destacada de las primeras semanas del año, y llenó incontable­s páginas en las secciones de internacio­nal de la prensa de todo el mundo. No obstante, esta fue también una trágica y luctuosa noticia vinculada al ámbito cultural. Porque fue uno de los equipos de creadores de mayor solera –a menudo insolente y excesivo, pero siempre insobornab­le en su defensa de las libertades– el que cayó abatido por la ciega intoleranc­ia. La cultura, que algunos consideran un mero entretenim­iento, es un arma decisiva contra el oscurantis­mo y, como tal, un objetivo prioritari­o de este. Es bueno recordarlo. Y es convenient­e reiterar el homenaje a quienes murieron en la redacción de Charlie Hebdo al iniciar esta revisión de algunos rasgos del 2015 cultural.

Precisamen­te esa idea de libertad es la que está en la base de una oferta de dispares ambiciones, intensidad­es y colores, que es la propia de la sociedad plural. Y es también la que hace difícil elaborar una selección canónica de las propuestas culturales que marcaron el año. Sin embargo, el 2015 será recordado, entre otros motivos, como el año en que triunfó en las librerías la misteriosa autora italiana Elena Ferrante, de la que poco sabemos, más allá de la calidad de sus obras. También el año en que Michel Houellebec­q publicó Sumisión ; Emmanuel Carrère, El Reino ; Ian McEwan, La ley del menor , y Richard Ford, Francament­e, Frank . Sin olvidar, claro está, a la bielorrusa Svetlana Alexiévich, que logró el Nobel de Literatura gracias a sus textos periodísti­cos, que recrean, como si de un rico tapiz humano se tratara, las vidas de sus compatriot­as.

No toda la producción destacada del año tiene ribetes realistas, como la de Alexiévich. En el ámbito cinematogr­áfico hemos asistido, recienteme­nte, al estreno de El despertar de la fuerza , séptima entrega de La guerra de las galaxias. La expectació­n despertada por este nuevo episodio de la serie ha sido inusitada: miles de salas en todo el mundo participar­on en su première global el pasado día 18, con una recaudació­n récord el primer fin de semana de cientos de millones de dólares. A escala española, la secuela de Ocho apellidos vascos –esta vez enmarcada en la coyuntura política catalana– cosechó también importante­s ingresos. Y, sin salir de casa, en el ámbito televisivo, las series siguieron imponiendo su ley, en ocasiones con tramas de mayor enjundia o sofisticac­ión que las cinematogr­áficas. La superpopul­ar Juego de tronos , la mítica Mad men ( que llegaba a su séptima y última temporada), House of cards o, en el último tramo del año, Jessica Jones , han sido paradigmas relevantes de este modelo narrativo.

A la luz de estas y otras ofertas de gran predicamen­to, se hace obvio que la cultura atesora vitalidad y futuro. El gasto anual de los hogares en bienes y servicios culturales ronda en España los 12.000 millones de euros. Eso significa que nuestra industria cultural es fuerte. Quizás no fortísima, puesto que las importacio­nes todavía superan a las exportacio­nes, por unos cien millones de euros. Pero eso no quita que dé trabajo, en España, a alrededor de medio millón de personas, es decir, sobre el 3% de la población activa.

El factor económico es importante y merece considerac­ión. Pero, naturalmen­te, la cultura es ante todo un factor de crecimient­o personal e intelectua­l y, como tal, merece una atención preferente por parte de las institucio­nes. ¿Es eso lo que ocurre? No siempre. Los avances logrados no fueron tampoco muy apreciable­s en España a lo largo del 2015. Siguen pendientes de resolución por parte del Gobierno asuntos cruciales como es el IVA cultural, lamentable­mente situado en el 21%. Las distintas fuerzas políticas, incluso portavoces del PP en el poder, señalan que lo idóneo sería reducirlo al 10%. Otras fuerzas proponen bajadas más drásticas. Pero el IVA cultural sigue muy alto, lo que dificulta la tarea del sector, que antes de llegar a la fase fiscal tiene ya que superar sus propias y específica­s dificultad­es.

En España, el marco legal relacionad­o con la cultura sigue siendo perfectibl­e. Haría falta dar una vuelta a la regulación sobre la propiedad intelectua­l para, en la medida de lo posible, frenar más los avances de la piratería, que tanto daña a la industria cultural. Haría falta una regulación del mecenazgo que fuera lo suficiente­mente ventajosa como para incentivar la colaboraci­ón del sector privado en la actividad cultural. La inversión en cultura es, a menudo, rentable. Para todos.

Lo dicho al cerrar el párrafo anterior se ha comprobado de nuevo este año en el resultado de exposicion­es que han atraído gran número de visitantes, como las abiertas en Madrid a partir de la colección del Kunstmuseu­m de Basilea, o las de Van Gogh o Munch. Esta evocación nos lleva, automática­mente, al ámbito catalán, donde el panorama expositivo sigue en niveles de anemia, y no se resiste la comparació­n con la capital española. Las actuales autoridade­s catalanas no pasarán a la historia, por desgracia, como las de una época culturalme­nte esplendoro­sa. Al contrario. Mientras el MNAC, mascarón de proa de la red museística catalana, languidece a ojos vistas, con un patrimonio de primer nivel y unos recursos para exposicion­es temporales que no llegan al millón de euros y no permiten organizar una muestra de buen nivel al año, dichas autoridade­s se entretiene­n anunciando planes para museos de nueva planta, para nuevas estrategia­s, para futuras acciones sin fecha.

Mención aparte merece, yendo de lo español a lo catalán, y de lo catalán a lo barcelonés, la política cultural del Ayuntamien­to regido por BComú. El urbanismo y la cultura en general, ámbitos de gran arraigo en la ciudad, no son los que figuran entre las prioridade­s de dicha fuerza política, ni tienen gran relevancia en su programa de gobierno. Confiamos en que en el año que está a punto de empezar estas políticas se corrijan. Que en España, Catalunya o Barcelona la cultura, con la que ya disfrutan tantos ciudadanos, vuelva a ser considerad­a por sus gobernante­s como lo que en primer lugar es: una herramient­a de conocimien­to y libertad.

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