El feminista accidental
Si viene a Singapur regularmente, siempre verá un perfil diferente”, indica Ee Jin Lim, directora de marketing del hotel Intercontinental, un antiguo almacén portuario reconvertido en establecimiento de lujo. Lo que indica es cierto: en Singapur prácticamente todo cambia. Hay todavía más rascacielos que en el 2011; el puerto es cada vez más extenso y en sus muelles amarran aún más barcos. Se han construido nuevos hoteles, se ha ganado terreno al mar, plantado nuevos jardines y levantado nuevos centros comerciales o culturales donde este año se ha conmemorado con mucha fanfarria el cincuentenario de su independencia, recordando que en verano de 1965 se rompió la breve federación con Malasia y Singapur se declaró Estado independiente con algo menos de 700 kilómetros cuadrados de superficie.
Cincuenta años antes de su independencia ese pequeño territorio era una de las muchas colonias británicas en Asia, con algunas mansiones para potentados, los inevitables campos de cricket y unos jardines exóticos donde se cultivaban orquídeas. Uno de los grandes centros sociales de la ciudad era el hotel Raffles, abierto en 1887 por una familia de empresarios armenios que quisieron crear el hotel más lujoso de la región aprovechando una elegante casa de madera sobre la playa y junto al puerto, un edificio que fueron ampliando con cuidado exquisito para no romper una estética donde predominaba (y todavía hoy es así) el blanco, con patios, fuentes, pérgolas y muchos ventiladores para compensar las temperaturas tropicales.
En sus salones, los hombres bebían sobre todo whisky y ginebra. “A las mujeres no se les servían destilados, ni siquiera cerveza, pues las normas de etiqueta de la época veían incorrecto que una dama bebiese alcohol en público”, comenta Leslie Danker, antiguo conserje del hotel que actualmente ostenta el cargo de historiador del establecimiento, tras cuatro décadas de servicio en el Raffles, en las que ha enseñado y contado las interioridades del hotel a miles de huéspedes y visitantes. “Como buen observador, el jefe de camareros del hotel quiso satisfacer a sus clientas femeninas saltándose esa cuestionable norma con elegancia: disfrazando de zumo una bebida alcohólica”, indica Danker.
Así, a escondidas, Ngiam Tong Boon creó una receta mezclando en una coctelera con mucho hielo ginebra, Bénédictine, brandy de cereza y Cointreau en la parte alcohólica junto a zumo de piña, jugo de lima y granadina, para darle un toque rosado, color apropiado para la nueva clientela a la que Tong Boon hacia un guiño, convirtiéndose (conscientemente o no) en feminista al servir un buen cóctel alcohólico simulando ser un zumo tropical servido en un característico vaso tipo hurricane que fue bautizado como el Singapore Sling y tuvo, lógicamente, un gran éxito que superó épocas y modas para llegar hasta el día de hoy, en el que se celebra el centenario de su creación.
Desde el verano pasado, el hotel Raffles ha sido decorado con detalles que recuerdan el cincuentenario del país y sobre todo los cien años de una bebida que se creó en su Long Bar, uno de los pocos locales de una ciudad obsesionada con la limpieza, donde se pueden tirar cáscaras de cacahuete al suelo y donde se sirven decenas de Slings cada día a 25 dólares la copa. El bar, en la planta alta de una de las alas del Raffles, se ha convertido en otro de los símbolos de una ciudad Estado donde todo sigue cambiando, salvo algunos detalles como ese cóctel o el propio hotel, que fue declarado monumento nacional en 1987 y quiere seguir recordando unos tiempos coloniales que ya quedan muy atrás, como también quedaron en otra época ciertas normas de etiqueta burladas por un personaje que se convirtió en feminista accidental.
El Singapore Sling, bebida nacional de la cincuentenaria ciudad Estado, cumple 100 años Tong Boon mezcló alcohol y zumos de fruta para crear un cóctel ‘apto para señoras’