Nuevas iniciativas solidarias
Hace décadas, cuando para afeitarme todavía utilizaba brocha, me dediqué a coleccionar algunas. Son un objeto sencillo, sin pretensiones, y me gustaba notar en la cara el tacto variado de las diferentes cerdas con las que están hechas: de tejón, de jabalí, de nylon... Colocadas en una repisa, una al lado de la otra, cada mañana escogía con cuál me afeitaría aquel día. Me gustaba observar los diferentes tonos de los pelos, de las virolas y de los mangos –de madera, de porcelana, de metal...– y sus formas diversas: curvadas, cilíndricas, paralelepipédicas... Hasta que un día, un cumpleaños, una señora me regaló una brocha enorme, de esas que no se usan para afeitarse sino para hacer bonito. La escondí en un cajón y di por acabada la colección.
Después me dio por dedicarme a las banderas de municipios. Las que más me gustan: las de Bilbao, San Sebastián, Amsterdam, Torrent del Baix Empordà... Las tenía colgadas en el garaje hasta que un día, de retorno de unas vacaciones, alguien me trajo dos supuestas banderas de ciudades irlandesas. Eran como las oficiales pero
Siempre hay alguien dispuesto a propagar la solidaridad entre los necesitados
con el nombre de la ciudad, enorme, puesto justo en medio del rectángulo, lo cual hacía precisamente que de hecho no fuesen las banderas de aquellas ciudades. También las escondí en el fondo de un cajón y también decidí dejar de coleccionar ninguna más.
Después supe que, en el habla coloquial, a esos regalos indeseados y estúpidos los llaman pongos . Higrómetros en forma de pez, botijos con la cara de Bob Esponja pintada, abominables marcos para fotos, una gran bruja haciendo de caganera ... Una vez, en Figueres, hace unos años, en una cena con empresarios me obsequiaron con una cerámica adocenada en forma de reloj blando daliniano, como las que venden a los guiris en las tiendas de souvenirs que hay en los alrededores del Teatre-Museu Dalí. Sólo llegar a Barcelona la tiré en el primer contenedor que encontré.
Ahora, en Alemania, una editorial ha decidido crear máquinas para que, en cuanto se acaben estas fiestas, la gente pueda reciclar los pongos que les han regalado durante estos días. Es una iniciativa de la editorial Bastei Lübbe, en colaboración con la cadena de librerías Hugendubel. Son rojas, tipo vending , enormes y decoradas con dibujos de lacitos y bolas de Navidad. Introduces tu pongo por un agujero y, a cambio, la máquina te da un libro por otro. Los pongos recaudados irán a parar a organizaciones de beneficencia. Todo muy bonito y muy solidario pero hay que ser muy hijo de puta para dar a la gente necesitada esos objetos inútiles y horrorosos que tú no quieres en casa. Estoy convencido de que el indigente al que le toque la bruja cagona estará la mar de contento y cada madrugada, en el cajero automático donde pasa las noches, se dedicará a imaginar quién se la podría meter por el orificio del final del tracto digestivo.