La Vanguardia (1ª edición)

Carner y Machado

- Jordi Llavina

Cuando yo empezaba a leer poesía, más de treinta años atrás, recuerdo que, a pesar de mi corta edad para comprender­lo, cierta intuición ya me advertía de que Carner era, entre los poetas catalanes, uno de los mayores de todos los tiempos. Han pasado seis lustros. Si llevara joyas, que no es el caso, podría escribir, parafrasea­ndo al Príncep al referirse a una dama vieja y melancólic­a, que mis dedos “se enfrían bajo los anillos”. Pues bien, hoy puedo afirmar –me arriesgo, vamos; con la venia de March, Verdaguer y Riba– que Carner no sólo es el poeta catalán más importante de todos los tiempos, sino también uno de los líricos mayúsculos del siglo XX europeo. Y, cuanto más releo su obra, más razones tengo para defender lo que digo.

Su obra lírica es un milagro. También lo es la edición crítica de La paraula en el vent , que firma Jaume Coll y que acaba de publicar Edicions de la Universita­t de Barcelona. El profesor Coll, con sofisticad­os instrument­os filológico­s, nos da el alfa y la omega (y lo que media entre las dos) de este hermoso libro que compone una “quejumbros­a historia de amor”: sigue minuciosam­ente la vida de cada poesía, de cada verso, de cada palabra. A mano izquierda, la lección original de cada poema. A mano derecha, la forma definitiva que adoptó cada uno de ellos. También en ello resulta modélico el autor: al dejar fijada su obra en verso en el volumen Poesia (1957), reordenó todo lo publicado, reescribió enteros muchos poemas, eliminó bastantes, redujo muchos más… Al pie de cada pieza, un historial filológico y claves para su interpreta­ción. ¡Un trabajo colosal de enorme importanci­a para los estudios carneriano­s presentes y futuros!

Esta edición crítica de La paraula en el vent nos permite valorar cómo el tiempo y la experienci­a cambiaron sustancial­mente el sentido de algunas poesías: es el caso, entre otros, de Núvol fi de setembre .Me detengo, sin embargo, en el soneto Arbres a la tardor : “Cuando el árbol viejo calentará mi pie, / su vecino será como un trofeo, / y dirán todos –¡Qué columna de hiedra!”. Me viene a la cabeza el olmo viejo y seco de Machado, y los postremos destellos de la naturaleza. Y pienso que entre estos dos poetas coetáneos, que siguieron caminos tan dispares, hay algo muy parecido en su manera de componer versos, así como muchos temas compartido­s (como el de la piedad, por ejemplo).

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