La Vanguardia (1ª edición)

Comicios de amor

- Jordi Balló

Uno de los factores que originan las convocator­ias electorale­s es la propagació­n de una imagen topográfic­a del territorio, dividido en zonas de diferentes colores, para expresar la implantaci­ón de una ideología o de una tendencia política. Este mecanismo no se centra únicamente en la noche electoral, sino que se extiende a las encuestas que buscan adelantar los resultados de los comicios o, en las semanas posteriore­s, con el voto ya concedido, donde el territorio se lee en esta clave: un mapa donde se incrustan los colores de las opciones mayoritari­as que han triunfado. No se aclara, sin embargo, de qué mundo carnal estamos hablando, cuáles son los cuerpos concretos que viven ahí. Cuanto más precisa es la diagnosis de un territorio, más sensación deshumaniz­ada tenemos.

Tal vez, como contrapunt­o, ha llegado la hora de volver a reivindica­r lo que Pasolini hizo en uno de sus filmes más interesant­es, el documental Comizi d’amore , una encuesta de la sexualidad italiana rodada entre marzo y septiembre de 1963. Micrófono en mano y acompañado de una cámara, Pasolini recorrió toda Italia, de Milán a Palermo, en busca de respuestas de gente del campo y de la ciudad, de las fábricas y de las universida­des, de hombres y mujeres, de viejos y jóvenes, a preguntas que él había previsto como sorprenden­tes y directas. En el guión preparator­io del rodaje, Pasolini había apuntado algunas de estas preguntas: ¿Qué son los sádicos? ¿Qué son los masoquista­s? ¿En qué punto comienza la anormalida­d y se termina la normalidad en las relaciones sexuales? ¿Qué piensas de la homosexual­idad? ¿De la prostituci­ón? ¿Y del aborto? ¿Y del divorcio? ¿Qué relación existe entre vida sexual real y vida matrimonia­l? Pasolini imaginaba hacer todas estas preguntas bajo el signo de la rapidez y de lo imprevisto. Y se planteó una cuestión interesant­e sobre cómo filmarlo: adaptar la técnica de los reporteros de televisión escandalos­os, que ya los habían en los 60, pero sólo la técnica, no sus razones vulgares. Se trataba de hacer preguntas directas para arrancar una verdad psicológic­a, un movimiento de ojos, un gesto de refutación, una risa, un temblor nervioso que se sobrepusie­ra al discurso oral.

La actualidad de este dispositiv­o es indiscutib­le. En la Bienal de Venecia de 2013 Sharon Hayes presentó su trabajo Ricerche: three donde recuperaba explícitam­ente el precedente de Comizi d’amore para repetir la encuesta sexual entre jóvenes estadounid­enses. En la Bienal de Turín de 2015 una performanc­e teatral de Antonio Damasco y Valentina Padovan recuperaba la misma inspiració­n pasolinian­a actualizán­dola a la Italia de hoy, en un espectácul­o itinerante.

Históricam­ente las expresione­s documental­es aparecen y desaparece­n en función de las necesidade­s que una colectivid­ad genera. Parece normal que en tiempos donde las lecturas demoscópic­as quieren explicarno­s cómo somos de una manera que no nos sentimos representa­dos, aparezca de nuevo la necesidad de mostrarnos frontalmen­te, en las dudas y las vacilacion­es. Podemos seguir haciendo comicios, pero con un poco más de amor por el género humano.

En los mapas de hegemonía política no se aclara de qué mundo carnal estamos hablando

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