La factura de meter la pata
Por la boca muere el pez. Lo dice el acervo popular y lo constata la realidad, la dura realidad que parece aguardar siempre en una esquina a la espera de un desliz para asestarte un morrocotudo puntapié y mandarte a la estratosfera. Esas son las reglas del juego que ha dispuesto la democracia y la presión del 4.0. Y la verdad es que no está mal. Ciertamente esa exigencia constante se ha llevado por delante a personas que quizá no habían acumulado deméritos suficientes para ello, pero en este mundo globalizado en el que hay que vigilar incluso cómo respiras la norma es igual para todo el mundo. Sergi Guardiola es la última víctima. Como habrán podido leer en el artículo contiguo a esta columna, el exjugador del Alcorcón que fichó por el Barça B y que horas después fue colocado de patitas en la calle por haber proferido insultos contra el club azulgrana y contra Catalunya es el último inconsciente de la era digital. Hace años los deslices tenían que ser mucho más consistentes. Alguien tenía que recogerlo en un medio de comunicación y entonces pagar la pena de hemeroteca. Hoy en día basta con proferir una frase o escribir una palabra en las redes sociales para que la viralización sea una guillotina y el rastro de lo escrito años atrás, una condena demoledora.
Quizás eso sirva para formar a las personas de que determinados comentarios no deben hacerse salvo que quieran poner su futuro en juego. Mil vueltas le habrá dado el espigado delantero balear a su metedura de pata porque en la vida hay que ser coherente: si sostienes ese comentario, debes negarte a fichar por el Barça, y si crees que el planeta azulgrana
El desliz en la era digital es la guillotina, pero eso está bien; si se quiere ser alguien, hay errores inadmisibles
es bueno para tu salud, ¿qué sentido tiene haber considerado a ese mismo club una bazofia de primer nivel? Muchos han hecho alguna vez algún comentario desafortunado. La diferencia es que hoy en día se paga por ello. Lo sufren quienes engañan a sus parejas y dejan rastro en el móvil y lo pagan los políticos (por ejemplo, el que iba a ser concejal de Cultura del Ayuntamiento de Madrid en el equipo de Manuela Carmena y tuvo que desaparecer por sus chistes sobre los judíos).
Siempre habrá alguien que trate de disculpar al metepatas con un paternal “es que tuvo un mal momento”, pero la vida hoy en día no te permite una salida de tono. Tampoco debería permitir las innumerables faltas de ortografía que decoraban el tuit de Guardiola, casi tan ofensivo para la convivencia como el espíritu faltón del mensaje. Y ya puestos a pedir, quizás estaría bien que antes de fichar a alguien se rastree el historial digital del personaje, y así librarnos de un trago amargo.