La Vanguardia (1ª edición)

Los rostros del vuelco venezolano

Exvotantes de Maduro y opositores se unen en busca de una transición

- ELISABET SABARTÉS Caracas Enviada especial

Nunca se han visto; no se conocen, pero ahora dependen el uno del otro. Están en la base y en la cúspide del proceso de transición abierto en Venezuela tras las elecciones del pasado 6 de diciembre. Su acuerdo tácito, que expresa la voz de los ciudadanos en el poder legislativ­o, está en construcci­ón, sujeto con un frágil hilo de confianza mutua. Se miran con cierto recelo, pero se necesitan. Son aliados circunstan­ciales y quieren lo mismo: la transición de su país hacia un régimen de libertades y progreso.

En los cimientos de la cadena se halla Andrés. Es uno entre la multitud de seguidores del comandante Hugo Chávez, líder y caudillo de la revolución bolivarian­a, que decidió votar por la oposición. Tiene 22 años, es hijo de madre soltera y estudia Cine en la universida­d pública. “Vengo de una familia de clase baja, con conciencia política. Siempre apoyé al oficialism­o –explica–. Me identifico con un modelo socialista, incluyente. Pero ahora está claro que la izquierda ya no tiene nada que ver con este gobierno, lo desvirtuar­on todo y nunca hubo un cambio real”.

Aunque sigue admirando la figura de Chávez, su desapego del régimen comenzó en el año 2012, cuando su madre, militante del oficialist­a Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), contrajo una enfermedad grave. “Ella estaba muy comprometi­da, orga- nizaba a la gente de nuestro municipio, trabajando siempre para el PSUV. Por eso creí que ellos ayudarían a pagar su tratamient­o. Pero todo nos fue negado, nos decían que no se podía, que no había recursos... Yo tenía 19 años recién cumplidos, mi única hermana estaba en los 14. Busqué dinero en todos lados, hasta mandé una carta a Miraflores (el palacio presidenci­al). Nunca recibimos nada y mi madre murió”, dice, con ojos enlutados.

El golpe encajado por la indiferenc­ia del partido y el gobierno descubrió la primera grieta en su fidelidad revolucion­aria, pero no la quebró.

En las presidenci­ales del 2013 votó por Nicolás Maduro. “Aunque Maduro ya tenía un gran rechazo, decidí darle una oportunida­d. Lo hice un poco obligado por mi abuela, que era y sigue siendo chavista. Ella me decía: ‘¡No puede caer el modelo!’, y le hice caso”, recuerda, con una cierta amargura.

Poco después llegaría la segunda bofetada. Una pavorosa crisis económica, acelerada por la caída de los precios del petróleo, que hundió el país en la inflación y la escasez generaliza­da de productos básicos.

Andrés vive en Guarenas, un distrito popular al oeste de Cara-

“En las farmacias no hay medicament­os y mi tío lleva dos años esperando su pensión”

cas. Es el principal sostén de su familia, que logra llegar a fin de mes gracias a sus ingresos como diseñador gráfico y documental­ista en una productora audiovisua­l, pero también con las remesas que cada mes envía una tía que emigró a Panamá.

“Hemos cambiado nuestra dieta y comemos lo que encontramo­s, a pesar de que mi abuela y mi tío, que también vive con nosotros y está enfermo de parkinson, necesitan una alimentaci­ón

“Hay barrios donde la gente no puede expresarse por miedo a los paramilita­res”

“No tengo tiempo de hacer cola a las 2 de la mañana en el mercado”, dice Andrés Desde el Gobierno se lanzan mensajes de burla hacia los homosexual­es “El giro ha sido por la corrupción y traición a las promesas”, asegura Millán

equilibrad­a –explica–. Yo no tengo tiempo de hacer cola a las 2 de la mañana en los mercados del Gobierno (con productos subsidiado­s) los días que me toca por mi número de cédula (carnet de identidad)”.

“Conseguimo­s las cosas en otros mercados, mucho más caras, porque no queremos participar en eso; sería como apoyar la situación”, se lamenta.

La gestión de Maduro al frente del gobierno no hizo más que alentar su disidencia. “Mi tío, que trabajó toda su vida como cajero en un panadería, lleva dos años esperando una pensión por incapacida­d –continúa–. En las farmacias no hay los medicament­os que necesita, y tenemos que pagarlos carísimos por fuera [mercado negro]”.

“El oficialism­o dice que todo es culpa de la guerra económica de la derecha. Tal vez es cierto, pero es evidente que ellos nunca supieron administra­r el país, por eso estamos como estamos”, asegura, con gesto desengañad­o.

El desencuent­ro final, sin embargo, llegaría por razones todavía más íntimas. Andrés es homosexual y ha sentido de forma muy dolorosa el discurso discrimina­torio del régimen.

“Aquí la norma hetero se impone; los gay sufrimos burla y somos excluidos –dice–. En la revolución hay algunos movimiento­s por la diversidad sexual, pero no hacen nada, y desde el Gobierno se lanzan comentario­s públicos de burla hacia nosotros. Incluso Maduro atacó en cadena nacional (emisión conjunta de televisión) a un dirigente de la derecha diciendo que era maricón. En cambio, la oposición postuló una diputada transexual y ganó. Esto me parece muy importante”.

El machismo bolivarian­o fue la gota que colmó su desencanto y le llevó finalmente a votar por la Mesa de la Unidad Democrátic­a (MUD, alianza de partidos antichavis­tas), sumando su decepción a la de otros miles de venezolano­s comprometi­dos con el régimen.

La misma frustració­n se expresó por primera vez en el barrio 23 de Enero, enclave del oficialism­o y búnker de las milicias armadas de la revolución bolivarian­a.

Allí está el otro vértice del vuelco electoral que derrotó al Gobierno. Se llama Jorge Millán, es ingeniero industrial y tiene 44 años. Ganó para la MUD el escaño que se disputaba en ese crucial distrito caraqueño.

“Esto era un bastión chavista histórico –explica–. En la última votación, antes de las legislativ­as, el oficialism­o obtuvo más de 20.000 votos de ventaja. La proporción, hasta ahora, era de un 75% a favor del régimen y un 25% para la oposición. Pero el 6 de diciembre vencimos por 400 votos. Pudimos revertir la situación y lograr una relación de 51% a 49%, a favor nuestro”.

“El giro viene por la traición a las promesas que se hicieron, la esperanza frustrada y la corrupción, pero también responde a una campaña electoral muy vigorosa”, precisa el flamante diputado.

Millán recorrió el barrio casi por completo, ignorando las amenazas de los grupos paramilita­res, que impiden las libertades básicas de una democracia. “La gente no puede reunirse o expresar abiertamen­te sus opiniones porque vive amedrentad­a. Es uno de los territorio­s que el régimen llama ‘zonas de paz’, áreas entregadas a los colectivos armados y gobernadas por ellos”.

“Las fuerzas policiales ni siquiera pueden entrar, se lo tienen prohibido”, relata, para luego denunciar las represalia­s del Gobierno contra la infidelida­d de los votantes.

“Hay múltiples denuncias de los habitantes del 23 de Enero: les han cortado el agua, les han quitado algunos programas sociales utilizando listas negras, les han quitado taxis que entregaron, negaron la comida en los mercados populares con productos subsidiado­s a los que fueron señalados como opositores...”, precisa Millán. Si bien también admite que las acciones de castigo comenzaron a ceder. “El oficialism­o parece haber comprendid­o que con esta línea saldría todavía más perjudicad­o”.

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MERIDITH KOHUT / BLOOMBERG El barrio de Petare, en las afueras de Caracas, una de las zonas empobrecid­as de la ciudad
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BRAZIL PHOTO PRESS/CON / GETTY Unos ciudadanos, visitando la tumba de Hugo Chávez en el cuartel de la Montaña
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La cúspide y la base. El diputado Jorge Millán, que consiguió ser elegido en el feudo chavista 23 de Enero, mira desde las alturas de Caracas; a la derecha, el joven Andrés forma parte del bloque de desengañad­os que dejó de votar a Maduro
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