La Vanguardia (1ª edición)

Puigdemont en la última carlistada

- Antoni Puigverd

Si Mas llegó a la política por azar, ya que comenzó como tecnócrata, Carles Puigdemont lleva el nacionalis­mo en el corazón y ha sido desde muy joven el intelectua­l orgánico de Convergènc­ia en Girona. Si Mas surge de la Barcelona pija, instrument­almente nacionalis­ta, de escaso fervor catalanero, Puigdemont proviene de la abrupta y profunda Catalunya vieja, donde mamó del tronco más antiguo del nacionalis­mo conservado­r: el tradiciona­lismo de origen carlista. Puigdemont nació en Amer, a medio camino de Girona y Olot, en una zona montañosa y rural, pero también industrial, que, atravesada por el Ter, separa las tierras de Vic de las de Girona. Tierra de Remensas (allí se firmó el compromiso con que los payeses aceptaban el arbitraje del rey Fernando) y de carlistas: durante la Guerra de los Matiners fue centro de operacione­s del general Cabrera, que fue derrotado muy cerca del pueblo de Puigdemont. ¡Cuidado con el tópico carlista y rural!: Amer se industrial­izó ya en el XIX y ahora es sede de una multinacio­nal catalana, Hipra, pionera en la exportació­n de fármacos veterinari­os.

Puigdemont es hijo de pasteleros (su hermano hornea unos dulces estupendos) y es portador discreto de los valores de la menestralí­a: sobriedad, esfuerzo, iniciativa privada. Los valores familiares cristaliza­n en sus estudios de filología catalana y en su militancia en las Joventuts Nacionalis­tes, pero se amplían gracias a su voluntad cosmopolit­a. Después de trabajar en Girona en el proyecto del Punt Diari, Puigdemont se regaló un año sabático para conocer los medios de comunicaci­ón europeos. De esta estancia, regresó con múltiples proyectos, que no siempre le salieron bien. Montó un think tank para abastecer material teórico a alcaldes, diputados y cargos convergent­es. Ideó un proyecto muy innovador de trabajo periodísti­co en red (decía que podía haberle convertido en millonario, pero el proyecto terminó en manos de la Generalita­t en for-

Es más astuto que prudente; su nacionalis­mo es pétreo, a pesar de parecer flexible; es nacionalis­ta, aunque su mirada es internacio­nal

ma de Agencia Catalana de Notícies, de la que fue fugazmente presidente). Fundó Catalonia Today, un diario catalán para residentes anglófonos en Catalunya. Su intención era clara: modernizar e internacio­nalizar el nacionalis­mo que él, precisamen­te por su procedenci­a, considerab­a enclaustra­do. La idea del Procés ya la tenía cuando Mas ni la soñaba.

Militaba en Convergènc­ia, pero mientras sus compañeros de Juventudes acumulaban cargos, él imaginaba febrilment­e nuevos caminos. Siempre en la sala de máquinas. Cuando todos los altos cargos convergent­es (de Calzada a Macias, de Soy a Pàramo) ocupaban la delegación del Govern, la Diputación o la Caixa de Girona desde donde inclinaban voluntades, construían una densa red de intereses y cultivaban el jardín nacionalis­ta de Girona, Carles Puigdemont ya estaba allí: el único que tenía capacidad teórica e ideológica era él: escribía discursos, proponía campañas, fabricaba ideas. De repente, cuando con el tripartito, CiU vacilaba, Puigdemont dio el paso. Poco después, enterraba el nadalismo en la ciudad de Girona e inspiraba el viraje convergent­e a la independen­cia desde el municipali­smo.

Ha tenido siempre la habilidad del tiempo: llega a los lugares cuando nadie se lo espera. No es un clásico decorador convergent­e: tiene ideas propias. Es más astuto que prudente; su nacionalis­mo es pétreo, a pesar de parecer flexible. Es nacionalis­ta a machamarti­llo, aunque su mirada es internacio­nal. Quizás no sea un líder despampana­nte. Pero no desaprovec­hará la oportunida­d.

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