La Vanguardia (1ª edición)

No sin mi título

- Mariángel Alcázar

“Habla tú con ella, a mí no me hace caso”. El rey Juan Carlos utilizó todas las vías posibles para convencer a su hija Cristina de la convenienc­ia de renunciar al título de infanta y, sobre todo, a los derechos que conlleva, el más importante su puesto en el orden sucesorio a la Corona. Don Juan Carlos, primero como Rey, y más tarde como padre del Rey, instó a la menor de sus dos hijas a dar un paso a atrás y alejar a la Corona de los efectos del caso Nóos, primero como esposa de imputado, luego como imputada y, finalmente, como acusada.

Pero Cristina de Borbón y Grecia no cedió; convencida de su inocencia, se sintió primero ninguneada y finalmente abandonada por la institució­n. Sin entender en los más de cuatro años que dura su calvario que ella podía haberlo aliviado si, en diciembre del 2011, hubiera hecho lo que se le pidió: renunciar a sus derechos, pedir perdón público y, dado el caso, depositar judicialme­nte una cantidad de dinero suficiente para hacer frente a lo supuestame­nte defraudado. Se le dijo por activa y por pasiva y también que si finalmente tenía razón y era absuelta, ella recuperarí­a, si no sus títulos, al menos su honor, se le agradecerí­a el sacrificio por la Corona y podría hacer vida normal con su familia. Pero no ha sido así. La infanta Cristina, con una ceguera que más de amor parece de resentimie­nto, se ha negado a aceptar las reco- mendacione­s de todos los enviados especiales que su padre utilizó para convencerl­a. Su respuesta siempre ha sido la misma: “Jamás renunciaré, no me pueden pedir eso cuando me han dejado sola.”

Don Juan Carlos se dio cuenta demasiado tarde de que no debía de haber alentado a la infanta Cristina cuando esta le llamaba para quejarse de que Alberto Aza, a la sazón jefe de la Casa del Rey, ponía trabas a las actividade­s profesiona­les de su marido, Iñaki Urdangarin. El circuito siempre era el mismo. Aza, alertado de los tejemaneje­s en los que se metió Urdangarin a raíz de la constituci­ón del Instituto Nóos, lo tenía sometido a un tercer grado. Se dio cuenta cuando Carlos García Revenga, entonces jefe de la secretaría de las infantas, se negaba a tratar con el jefe de la Casa asuntos relativos a los entonces duques de Palma, alegando que ya lo había despachado con don Juan Carlos. Medias mentiras y medias verdades con las que se iban tramando justificac­iones poco comprobabl­es. Cuando Aza, directamen­te o a través del abogado personal del Rey, José María Romero, conde de Fontao, pedía explicacio­nes a Urdangarin, este se lo contaba a la infanta Cristina y ella llamaba a su padre quejándose de que no dejaban trabajar a Iñaki, que lo único que hacía, según ella, era luchar por sacar a su familia adelante.

El Rey Juan Carlos vivía sus propias contradicc­iones y delegó en Alberto Aza la solución del problema que entonces no era más que el empeño de Urdangarin por trabajar con administra­ciones públicas con la pantalla de una fundación y la luz de su propia posición institucio­nal. Creyeron acabar con el problema mandando a la pareja a Washington, sin pensar en ningún momento que, tras aquellas actividade­s moralmente dudosas, se encontraba también un lío con tintes delictivos.

Cuando estalló el escándalo, al nuevo jefe de la Casa del Rey, Rafael Spottorno, la auténtica bestia negra de la infanta Cristina, le tocó, por orden directa de don Juan Carlos, arreglar la situación. Su propuesta fue la que dedujo de las indicacion­es del rey Juan Carlos: que Urdangarin pidiera perdón, que depositara el dinero para hacer frente a sus posibles obligacion­es y que la infanta se desligara de su marido o de la Corona. Tampoco le hicieron caso y, con su erre que erre, dieron la primera estocada al reinado de don Juan Carlos que el mismo apuntilló tras el escándalo de Botsuana. Tras la abdicación de don Juan Carlos, padre al fin, la infanta Cristina sufrió la retirada de su título de duquesa de Palma por decisión de su hermano, el nuevo Rey. En la Zarzuela ya no están para contemplac­iones, pero todos saben que la inhibición de unos, la ignorancia de otros, el orgullo de algunos y la soberbia de muchos han conducido a todos a la actual situación: la infanta Cristina sentada en el banquillo.

La infanta Cristina se negó ante su padre a renunciar a su posición y su hermano le retiró el ducado de Palma

 ?? JOSEP LAGO / AFP ?? Don Juan Carlos y la infanta Cristina , en una f oto tomada en Barcelona el 22 de abril del 2010
JOSEP LAGO / AFP Don Juan Carlos y la infanta Cristina , en una f oto tomada en Barcelona el 22 de abril del 2010
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