Pla para Reyes
Es una charla imposible y fascinante. En Un aperitiu al Flore Narcís Comadira ha reunido a Josep Carner, Mercè Rodoreda y Josep Pla en una misma mesa. Hace meses lo leyó, fascinado, el editor Xavier Folch. Por fin he dado con esta breve pieza teatral. La ha publicado en su último número la revista literaria es El Procés.
Un periodista convoca a esos tres colosos en el mítico café de París. Hablan con libertad, entre copas, de todo. De las vida, de estilos y compromisos. Pla osa preguntar a Carner por el secreto de su amistad con Jaume Bofill, mientras Rodoreda explica sus flirteos y Pla recita versos dedicados a la amante Aurora que tanto erotismo del retour d’age llevan inscritos. A Comadira se le ve su querencia porque, sin que apenas se note, hace brillar a su Carner con máxima lucidez, con preclara intensidad. “Tenéis un alma de poeta vergonzante”, acierta Carner describiendo la literatura de Pla, y más adelante, a propósito de su poesía, Carner revela que “yo sólo he querido desentrañar y poner en marcha todos los recursos de la lengua”. La lengua es una de las claves de la conversación. La lengua, dice la Rodoreda de Comadira, “es el alma de un país”. Y acto seguido, a propósito de la relación entre literatura y bilingüismo, dice que “nadie tiene dos, de almas”.
La reflexión surge, en boca de Carner, a propósito de Pla, la posguerra y el semanario Destino. A la vez que colaboraba allí, en castellano (no podía ser de otro modo en pleno franquismo), Pla se emparedó en el Mas de Llofriu para escribir en catalán. “Supe que habíais escogido aquello lo necesario”, le dice Carner, “escribir en nuestra habla natural era, al fin y en resumidas cuentas, el asunto más importante. La virtud emotiva del verbo era la garantía más segura de la reconstrucción del país”. Los tres están de acuerdo. No discutamos si era o no un principio acertado. Dejemos de lado la humanidad concentrada en su obra, que en el fondo es aquello que nos debería importar más. El asunto es que la vinculación entre lengua y país, con más o menos intransigencia, fue un principio generalmente compartido por los escritores de la edad de plata catalana de las cuatro primeras décadas del siglo XX. Ellos, como buenos hijos de la Renaixença, enten- dieron que el compromiso con su sociedad, en tanto que poetas y prosistas, se fundamentaba en el uso primordial del catalán. Y para la mayoría de ellos, de este principio, arraigado al nacionalismo cultural clásico, se derivó una determinada idea de cómo era y debía ser el país y, por lo tanto, determinó su toma de posición política.
La radicalización de esta toma de posición, en un contexto crítico de la vida institucional española –la agonía de la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera–, explica la mutación que representó la aparición de Acció Catalana durante el primer lustro de los veinte. Diría que no es un mal espejo histórico para intentar comprender el actual desconcierto del catalanismo. Escisión de La Lliga –cada vez más burguesa y sistemática–, Acció surgió como una propuesta intelectual de regeneración interna sobre todo por vía soberanizadora. Carner tutelaba desde el consulado español en Génova y Pla se inscribía en la misma órbita de pensamiento. Pero muy pronto, el joven corresponsal Pla –con menos de treinta años, desde un nacionalismo fuerte y tan atento a las convulsiones de la política europea de su tiempo– diagnosticó las falsas ilusiones de aquella nueva dinámica, más idealizadora que real, del catalanismo. Su análisis, publicado en la Revista de Catalunya, tenía del todo fascinado a Vicens Vives cuando en enero de 1955 no hacía ni un mes que había publicado Noticia de Catalunya. “La publicación de estos artículos hará un grande bien al país”.
Quizás ahora aún lo harían más. Son, según Pla, “crítica política coherente”. Se pueden leer, templados, en el volumen 32 de la Obra completa, pero se pueden recuperar también los originales en la red. He subrayado algunas frases escritas hace más de 90 años. “Siempre ha habido un interés diríamos lateral, muy activo, para provocar la desunión de la gente de este país. Lo han conseguido y la ciudadanía ha caído en este insondable y confuso abismo, como las moscas en la miel”. Y un poco más adelante, en el mismo párrafo. “Se ha pretendido demostrar, conscientemente o inconscientemente, que este era un país de dementes. El hecho
se ha demostrado porque ha puesto de manifiesto la ignorancia existente en muchísima gente de este país sobre lo que es la política en el Occidente europeo. La política es negociación, diálogo, tenacidad y una dedicación total. Muchos políticos que la gente pensaba que lo eran, resultaron de un vacío tumbal”. Al fin y al cabo estamos aquí. Esperamos que los Magos de Oriente hayan distribuido algunas decenas de ejemplares. Porque “así vamos tirando, dentro de una anarquía a veces explosiva, a veces tibia y sin importancia”. PD. A propósito de Josep Pla, por cierto, señor Foix: ¡enhorabuena por el premio!
Pla diagnosticó las falsas ilusiones de aquella nueva dinámica, más idealizadora que real, del catalanismo