La Vanguardia (1ª edición)

Consumismo tóxico

- C. SÁNCHEZ MIRET, socióloga Cristina Sánchez Miret

La tarde del día de Reyes, la policía de Vigo tuvo que detener a un chico de 16 años por su conducta violenta hacia su madre y su padrastro. Los vecinos dieron la alerta. Estaba enfadado porque no le habían comprado un móvil y de nada sirvió que le dijeran que no tenían dinero para hacerlo. De hecho de ninguna manera –ni siquiera teniendo dinero para comprarlo– se justifican los empujones, el estropicio de objetos, los gritos y las amenazas.

No hay obligación alguna de comprar o regalar. Hay que señalarlo porque de tanta costumbre, de tanto uso social, de tanta expectativ­a creada y alimentada, parece que ya es un derecho tanto comprar como que te regalen; pero este es un axioma falso por in- completo. En el primer caso hace falta que podamos y, en el segundo, que podamos y queramos. Y eso no sólo lo han olvidado algunos jóvenes con problemas. También muchos jóvenes, y no jóvenes, anónimos y considerad­os normales que se encuentran atrapados en una espiral de consumo que los aprisionab­a –aunque no lo sabían– antes de la crisis pero que, después de esta, los asfixia sin remisión. No sólo económicam­ente; vitalmente, que es mucho peor.

Y no lo digo porque los psicólogos hablen de la compra compulsiva y de las emociones tóxicas –culpa, remordimie­nto…– asociadas a esta práctica, sino porque se ha instalado en la relación que tenemos con el consumo, de manera generaliza­da, el principio vacío de consumir por el solo hecho de decir a los otros y a nosotros mismos que podemos hacerlo. Nos aterroriza que en el mundo haya tantas cosas y nosotros no podamos tenerlas. Por lo tanto necesitamo­s alimentar la ilusión de que como mínimo, una parte del pastel –si no todo– es nuestra.

El tener cosas es una de las caracterís­ticas claves de nuestra manera de estar en el mundo –desde hace tiempo– y últimament­e se ha añadido –de una manera muy generaliza­da– el de tener muchas, tener las últimas y tenerlas aunque no nos las podamos permitir.

En esta última cuestión las rebajas tienen un efecto psicológic­o muy importante, dado que abonan el espejismo de que tenemos al alcance cosas que en principio están fuera de nuestras posibilida­des; o que la rebaja del coste –supuesta, imaginada o real– nos puede permitir abundar en el principio de apropiació­n –no indebida, en términos legales– de bienes y servicios de todo tipo.

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